2.9.20

Crónicas de Paul Morgan #11



"El Lamento de los Desposeídos" (Parte 5 de 10)
Historia: RH Herrera

V: Au Clair de la Lune.

¿Realmente era posible? Este hombre fue testigo de la liberación de las bestias sagradas*, pero ¿cómo? Entiendo que la densidad mágica de aquel suceso fue tan alta, que podía ser visible hasta para ojos mortales, es posible que este tipo haya visto todo eso y su mente no haya sido capaz de comprender la situación.
El maldito lo vio cómo una señal divina, que rompió su mente y su capacidad crítica; se convirtió en un fanático, un fanático que le sirve al dios equivocado.

—Utilicé mis contactos en el tráfico de opio. Primero viaje a Somalia y recluté a un grupo de piratas. Allí vi el potencial de la magia, y decidí contratar a un brujo. Es así como llegué a Anwar. Él prometió que en esta tierra encontraría lo que necesito para purificar el mundo.

—Estás loco, hijo de perra.

Miré al anciano, el cual no parecía entender la situación, y no logró discernir sí está siendo manipulado o sigue a este loco por voluntad propia.

—Señor Morgan, usted tendrá el honor de presenciar el nacimiento de un nuevo mundo, donde la mano de Alá entregue paz y pureza.

El sujeto tomó la taza de té. El silencio del anciano lo había convertido en mi cómplice. El musulmán bebió y luego continuó con su soliloquio.

—Esta tierra, bañada en la sangre de su gente, verá la liberación de la eternidad.

—¿Es por eso que secuestraste a Chopra? Si estás tan cegado con Alá, ¿por qué intentas invocar a la diosa Kali?

—¿Chopra? ¿Kali? Comprendo, está delirando.

En ese instante sus pies comenzaron a doblarse, perdió la fuerza de su brazo y derramó el resto del té. Cayó al suelo convulsionando. El anciano a mi lado se levantó, se acercó al musulmán y dijo:

—Realmente eres un fanático de mierda.

Tras decir esto, introdujo sus manos en el pecho del individuo. Aproveché el instante para intentar alcanzar mi arma, mas, los sujetos me habían desarmado. Traté de huir, pero el disparo atravesó mi muslo izquierdo, tumbándome al suelo, haciéndome gritar de dolor.

—¿Pretendías abandonar la fiesta? —dijo el anciano, mientras se levantaba con el corazón del musulmán en sus manos. El corazón aún latía—. Ya me tenía harto, sólo necesitaba a alguien que pagara mi viaje a casa.

—Así que eres tú quien ha estado detrás de todo esto.

—El enviado del caos vendrá. Este sujeto tenía razón en algo: el mundo debe ser purificado, pero no será por su dios —miró a los soldados—. Saquen a este extranjero de mi vista. Mátenlo enfrente de los cerdos, que ellos coman su carne.

Entre los soldados me golpearon, casi al punto de perder la conciencia. Me llevaron al anochecer a lo que parecía ser una granja, me arrojaron en el lodo y cuando pretendían disparar, la cabeza de uno de ellos estalló.
Gritaron y comenzaron a disparar en todas direcciones. Uno de ellos corrió hacia mí, puso su brazo alrededor del cuello y su sub-ametralladora apuntando mi sien, mientras sus compañeros caían uno a uno.
En la obscuridad, como una pantera se movía. Uno a uno, un tiro, un muerto, hasta que sólo quedó el pirata que me sostenía.

—¡Muéstrate, hijo de puta! —gritó.

Ella apareció. Su silueta, su cabello castaño cobrizo, sus ojos azules: Lavy Hawkeye, mi antigua compañera, desafiante, apuntó su arma a nosotros.

—¡Puta! Baja tu maldita arma, o le reviento la cara a este infeliz.

No conoce a Lavy… Sin dudar, sin respirar, un tiro certero. Oí el silbido de la bala pasar a sólo milímetros de mi oreja, sentir el calor de la sangre correr por mi cuello, la sangre de ese sujeto. Cayó. Cayó como un saco de piedras, y no volvió a levantarse jamás.

—Maldita sea, Paul, ¿nunca respondes el maldito teléfono?

—¿Qué haces acá?

—¿Qué crees? Salvando tu maldito pellejo, ¿quizás un gracias?

—¿Cómo me encontraste?

—Te mandé un troyano, me dio acceso al GPS de tu teléfono.

—¿Hackeaste mi celular?

—Yo no, Karla lo hizo. Sólo necesitaba enviarte un virus.

—Ese maldito video.

—Si —dijo en tono pícaro—. Es divertido.

—Maldita sea.

—Ahora, ¿me explicas qué mierda sucede, y por qué acabo de matar a esos sujetos?

Comencé a darle un resumen de la situación, mas, notaba en su cara una expresión de disgusto.

—¿Qué rayos pasa?

—Nada, es sólo que tienes un trozo de… cerebro en el pelo.

Bien, supongo que es lo que sucede cuando le disparan a alguien en tu espalda. Tomé una de las ametralladoras del suelo.

—¿Qué carajos crees que haces? —preguntó Lavy, con desdén.

—Ese mal nacido continúa dentro de la casa. Debemos detenerlo ahora.

—Ni lo creas, no puedes pelear en esas condiciones. Estás herido y tú puntería no es muy buena, menos con una M13.

—¿M13? Creí que era una AK-47.

—No todos los fusiles de asalto son AK-47.

—Bueno, y qué pretendes hacer ahora.

—Primero, curar tus heridas, segundo dormir un poco. Hice un vuelo de cuatro horas, sin mencionar que llevo tres intentando encontrarte.

En cierta forma, yo también me encontraba cansado. Resignados y ya avanzada la noche, nos retiramos al motel. Lavy me sostuvo desde el lado izquierdo durante todo el recorrido, ayudándome a caminar dada mi lesión. Al llegar a la habitación, Lavy me dejó caer con brusquedad sobre la cama.

—¡Cielo santo! Paul, has subido de peso.

—O tú te has vuelto más débil.

—Claro —rió en tono sarcástico—, recuerda que, de no ser por mí, en estos momentos serías mierda de cerdo.

Recorrió el lugar, mirando cada imperfecto en la habitación. Tocó el maldito papel tapiz, miró el pequeño baño, y luego cerró la puerta con indignación.

—Cuanto lujo —dijo, sarcástica—. Sabes Paul, siempre me pregunté cuándo tendrías el valor de invitarme a un motel, pero ahora que lo has hecho, resulta algo… —pasó su mano sobre el velador y vio en sus dedos una gruesa capa de polvo—… decepcionante.

—Dada nuestra situación, no es necesario tanto lujo.

—Entiendo, pero me gustaría que estuviese algo más limpio, sobre todo el baño. Pareciera que nadie lo ha limpiado en meses.

En uno de los bolsillos que traía al interior de la chaqueta reglamentaria de su División, el DIP, sacó un estuche lleno de lo que parecían instrumentos de tortura.

—Ahora, quítate los pantalones —pronunció de forma autoritaria.

—No estoy de ánimos de tener sexo, y menos contigo.

—No seas tan egocéntrico —dijo, mientras levantaba un bisturí—. Debo quitar esa bala de tu pierna. Ahora, o te quitas los pantalones, o los rompo.

Hasta cierto punto, fue algo humillante. Lavy no es prolija haciendo curaciones, sólo sabe de primeros auxilios lo que aprendió en el ejército. Fue desastroso, sucio y, sobre todo, muy doloroso. Ella comenzó dejando caer una generosa cantidad de alcohol sobre la herida, y luego, vi como excavaba en mi carne como si se tratase de un niño haciendo un agujero en la arena. A pesar del dolor, aguanté sin gritar todo lo que pude, e intenté hablar con ella para mantenerme enfocado:

—Y como se encuentra Ethan.

—Extremadamente enojado. No es para menos, debí haberle avisado.

Tomó del estuche unas largas y gruesas pinzas metálicas, las cuales introdujo en mi herida hasta dar con algo sólido. Luego tiró hacia fuera sin mucho cuidado. Desde que la conocí, ella siempre ha tenido un pulso casi inhumano. Aún en situaciones de mucho estrés, no he visto sus manos temblar ni un poco. Hubiera sido una excelente cirujana, mas, decidió dedicarse al ámbito militar. Uno a uno, sacó cada fragmento de la bala que se encontraba al interior de mi pierna, y cada uno de ellos se sentía como si apagarán un cigarro sobre mi piel.

—Bien, no quedan fragmentos —dijo, mientras vertía más alcohol sobre mi herida—. Debo coser la herida antes que se infecte.

Sostuvo una pequeña aguja curvada, la enhebró con el sedán de sutura y comenzó a cerrar la herida. Era como ver a alguien remendando un zapato. Sentir el sedán moviéndose a través de mi carne quemaba… pocos dolores he sentido tan intensos como éste. Hawkeye fue rápida, tal vez se demoró unos tres minutos, pero para mí fueron días.

—Está listo, no podrás moverte con normalidad un tiempo, pero no se infectará.

—Debo poder moverme con mayor naturalidad, debo detener a ese maldito antes que traiga a Kali a este plano.

—Bien, mañana te daré un par de analgésicos. Ahora debes dormir.

Intenté levantarme de la cama, pero el maldito dolor no dejaba que me pudiera mover. Dolía más que antes.

—Ha dejado de circular la adrenalina por su sangre, tus nervios ya no están adormilados. Sentirás cada maldito tirón —dijo, y luego comenzó a reír—. Al menos hasta que el sol salga, no podrás huir de mí.

Lo dijo en un tono tan sádico, que por un momento temí por mi seguridad.
Ella se sentó en el suelo, apoyando su espalda con el costado de la cama. Desde mi posición podía ver con claridad la parte trasera de su cabeza, y su largo cabello caía hasta descansar sobre sus hombros.

—Solías usar cola de caballo —le dije, tras sentir nostalgia por aquella época.

—Ya no puedo.

Se tomó el cabello del lado derecho, dejando al descubierto su oreja, y sobre ella, entre su cabello, se podía apreciar la cicatriz del golpe que había recibido.

—Yo… Lo lamento.

Ella volvió a cubrirse su herida. Tras un silencio incómodo, la sentí suspirar.

—¿Cuántos años tenía en aquel entonces? ¿26? Ya ni siquiera recuerdo.

—Lavy, lo siento, yo no quería...

—Tres meses, Paul. Tres malditos meses —más que ira en sus palabras, pude apreciar pena y decepción—. Perdí tres meses de mi vida, y cuando desperté, te habías ido.

—Créeme, no hay ni un solo día que no me arrepienta de lo que pasó.

—Me abandonaste, me dejaste pudrirme en ese hospital. ¿Sabes?, no estuve inconsciente todo el tiempo, podía oír lo que sucedía, pero mi cuerpo no respondía. No tienes idea de lo que se siente ser prisionera de tu cuerpo.

—Yo no debí permitir que Julio me asignara un compañero en primer lugar. La gente a mi alrededor suele tener destinos trágicos.

—No te culpo por mi herida, te culpo por abandonarme, por dejarme sola. Se supone que éramos compañeros, y tú simplemente me dejaste. Luego no respondías mis llamadas, y cuando finalmente volviste, decidiste llevarte a alguien que no conocías para que te ayudara. ¿No pensaste en buscarme a mí?

—No quería ponerte en riesgo nuevamente. Además, tampoco resultó muy bien para Alexa.

—Así que decidiste mantenerte solo.

—Para no dañar a nadie más.

—Pues, de no ser por mi estarías muerto. A veces es bueno pedir ayuda.

—No comprenderías. Siempre he estado solo, nadie podía entender mi situación, hasta que la encontré.

—¿Solo? Paul, yo siempre te apoyé. Julio siempre lo hizo, te dio un hogar, y una familia.

—Nadie en esa familia era como yo. Esta maldición que cargo me condena a la soledad. Cuando conocí a Alexa Camus, sentí por primera vez en mi vida que podría haber sido diferente. Encontré a alguien que compartía mi maldición, me la arrebataron de los brazos, y luego volví a estar solo.

—No has comprendido nada. No estás solo.

—Lavy, por mucho que digas que me apoyas, nunca entenderás…

—No, eres tú el que no entiende —dijo, mientras rodaba su cuerpo para mirarme directamente a los ojos—. Ya no seguiré ocultándolo más. No eres el único.

—¿Qué? —podía notar en sus ojos rabia, y un par de lágrimas brotaron de ellos.

—¿Nunca te pareció extraño que la segunda persona que encontraste con tu misma habilidad fuera un agente de The Wall? ¿O que estuviera tan cerca de Julio?

—¿Qué tratas de decir?

—Hay miles con tu habilidad. Algunos, como en el caso de Alexa, ni siquiera son conscientes que la poseen. Julio se ha dedicado a buscarlos y tiene una lista con miles de ellos esparcidos por todo el mundo.

—¿Qué mierda?

—Has vivido engañado todo este tiempo. El DIP ha mantenido esta información como confidencial, pero creo que tú tienes derecho a saberlo.

—No… —mierda—. No sé cómo debería sentirme acerca de esto.

Carajo, realmente no tengo idea de cómo debería sentirme. Lavy tomó mi mano con fuerza y la apretó contra su pecho. Sentí los latidos de su corazón, los cuales me calmaron, y por un momento tuve un deseo casi irrefrenable de llorar, pero me mantuve estoico y ahogué mis emociones.

—Necesito dormir —dije.

Cómo mierda pretendo dormir después de semejante información. Lavy se subió a la cama y apoyó mi cabeza en su hombro. Con sus manos suavemente acariciaba mi pelo. Besó mi frente y suavemente susurró.

—No estás solo, ya no más.

Hay algo en Lavy, no sé si serán los años que compartimos como compañeros, la confianza que logré forjar con ella, su calor o simplemente el olor dulce que emana de su cuerpo. Me reconforta, me tranquiliza, produce en mí el deseo de sumergirme en el sueño eterno sintiéndome en paz conmigo mismo. Nunca supe lo que era tener una madre, pero creo que esto es lo más cercano que estaré a sentirme como un niño protegido en los brazos de su madre. Luego ella comenzó a murmurar una melodía.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté.

—Es solo una canción que cantaba mi madre cuando era pequeña y quería hacerme dormir.

Pensé en detenerla, pero la verdad quería escucharla:

—“♪ Au clair de la lune, mon ami Pierrot ♪”
(A la Luz de la luna, mi amigo Pierrot)
“♫ Prête-moitalume, Pourécrire un mot ♫”
(préstame tu lumbre, para escribir una palabra)
“♪ Ma chandelleestmorte, Je n’ai plus de feu ♪”
(Mi vela está muerta, no me queda luz)
“♫ Ouvre—moita porte, Pourl’amour de Deiu ♫”
(Abre tu puerta por el amor de Dios)

Su voz era suave y acogedora. Lentamente mis ojos se cerraron y no pude escuchar el final de la canción, pero esa noche dormí mejor de lo que había dormido en toda mi vida.
En la mañana siguiente desperté, abrí mis ojos y encontré frente mi a Lavy, sus ojos cerrados y su respiración pequeña. Aún no recordaba el dolor de mi pierna, sólo estaba frente a su rostro de un tono cálido. Podía ver pequeñas pecas rojizas que cubrían parte de sus mejillas y sus delicadas facciones. Sus labios se veían suaves y tersos. Tuve el deseo incontenible de besarla, cuando en un instante vi lo que parecía ser una mueca, un micro gesto que la delató. No aguantó más y soltó una pequeña risita:

—¿Cuánto tiempo más estarás mirando? —dijo, en tono coqueto y susurrante.

—¿Cuánto tiempo fingirás estar dormida?

Abrió los ojos, esos grandes y brillantes ojos azules. Por un momento me perdí en ellos, como si nada más existiese. Nunca pensé que tendría un momento de cercanía con esta magnitud. Sentía mi cuerpo temblar sin motivo alguno, y por momentos el tiempo se detuvo. ¿Es así como debe sentirse? Vi con claridad como ella humedecía sus labios, y como lentamente cerró sus ojos e intentó besarme. Pero algo no estaba bien. Una sombra, una amenaza. La tomé con mis brazos y giré mi cuerpo completo para lanzarla fuera de la cama, apenas unos instantes antes de ver como el colchón se rasgaba.

—¿Qué mierda te pasa? —preguntó Lavy, iracunda y confundida.

Es cierto, ella no puede verlo. Aquella criatura similar a un simio, con la piel seca cayéndose a pedazos, una larga y escamosa cola y dos protuberancias saliendo de su cráneo. Sus dedos eran huesos afilados terminados en punta. Con una de sus manos atravesaba el colchón, justo en el punto donde Lavy descansaba. Si no reacciono, ella estaría muerta. La criatura me miró con los ojos bañados en sangre, lentamente me mostró los dientes afilados como navajas y su lengua bípeda salía a través de ellos. Rápidamente intenté ponerme pie y tomé lo primero que encontré mi lado como arma, una lámpara.
Lavy Hawkeye, al percatarse de mis acciones, comprendió inmediatamente que había un ente sobrenatural en la habitación:

—¿Es un espectro? —preguntó.

—No, es un imp

Continúa…

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*en "Crónicas de Paul Morgan" #1 al #6

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