8.11.20

Animal #20



“Tambores de Guerra”

Historia: Zirijo

 

I

 

     “La historia cuenta que Poseidón, el primer rey, iluminó nuestro camino hacia la prosperidad. Él trajo hasta nosotros a criaturas capaces de prosperar hasta en los más dificultosos terrenos bajo el mar. Nos incentivó a cruzar nuestras castas con las de ellos, para mejorar nuestra adaptación. Tuvimos que hacerlo. Poseidón los nombró “agarthianos”. Ellos nos aventajaban en siglos de adaptación, pero Poseidón quería algo más. Quería lujos, quería gloria, y para eso nos adoptó. Nos dio de su sangre para congraciarnos con él, nos dio hijos, en forma de reinas y reyes. La tradición cuenta que solo sus hijos pueden portar la corona de armas, el cetro del rey, y solo sus hijos pueden postrar a las criaturas que viven bajo su dominio. La ciudadela que lleva su nombre, es la segunda de nuestras ciudades, antes estaba Atlantis. Ahora reducida a ruinas, la primera de nuestras ciudades nos sirvió para sobrevivir.

     Poco queda de esa etapa de nuestra civilización, más que despojos y escombros. Cuando el primer rey nos dejó, sus hijos tomaron su lugar, y los agarthianos pasaron a estar bajo nuestra tutela. Sus pueblos y construcciones eran primitivos, nosotros las modernizamos. Les llevamos la civilización, la ley, el orden social. Fuimos responsables por su cuidado. Los adoptamos, les dimos las herramientas para honrarnos.

     Seguimos a las estrellas, como nuestros padres, y los padres de nuestros padres, para crecer. Construimos nuestras ciudades alineadas con la constelación de la Osa Mayor, para ser dignos del legado y el amor con el que nuestros abuelos hablaban de esas estrellas. Domamos dragones, usamos las corrientes, aprovechamos cada regalo que las profundidades nos dieron, para no tener que volver nunca más arriba. Construimos nuestro reino para sobrevivir.”

 

II

 

            —Sí, lo sé… esa es nuestra historia —respondió Arcon II, rey de la Atlántida, a un pequeño y arrugado anciano que le hablaba desde que entró a la habitación.

 

            —Sólo respondo a su pregunta. ¿Quiénes son esos agarthianos? —el anciano toma asiento. Viste como Arcon, pero sin la capa real. Es Argón, un miembro de la casa de Mizar. Sangre real.

 

            —¿Entonces por qué ese tal Animal y esas bestias que los acompañan se hacen llamar “rey de los agarthianos"? Yo soy el único rey que vive bajo el océano —se cuestiona Arcon, tratando de entender por qué sentenció a muerte a cuatro foráneos.

 

            —Señor, aquí están sus cosas —dice uno de los custodios de la ciudad, siguiendo la orden de despojar de todo lo que portaban a los prisioneros.

 

            Estaban los “respirapeces”, algunas navajas que ya se las habían quitado en la torre de vigilancia, las armaduras de Agarthita, y las clavículas.

 

            —Ni siquiera respiran agua, tío Argón —bufa Arcon ante el anciano, mostrándole los aparatos que usaban para respirar bajo el agua.

 

            —¿Qué es lo que realmente te molesta, Arcon? —pregunta sincero el anciano, que ve como su sobrino, y rey, se postra en una silla, nublado por sus pensamientos.

 

            —Hay unas clavículas ahí tío, las leí cuando me enfrentaba a Animal allá abajo, en las ruinas de Atlantis.

 

            El anciano se acerca a la mesa, y toma los huesos atados. Es una frase extraña: “Hijos nacidos de la tierra, la verdad está en las estrellas, ocultas en lo profundo del mar”.

            El anciano piensa. Mira a Arcon II, y sigue pensando.

 

            —Organizaremos una excavación entonces… saldremos de estas divagaciones indignas para un rey.

 

            —Pero tío… ¿Qué estás haciendo? —dice Arcon, desconcertado por la reacción de su tío.

 

            —Aquella vez, cuando trajiste a ese humano desde la superficie, para que ocupara tu trono mientras tú comandabas a tus tropas para evitar una catástrofe, fui el único que te apoyó. Ahora escúchame tú a mí: un rey no siempre tiene que estar en la razón, sólo tiene que saber escuchar a quien la tenga.

 

            El rostro de Arcon II cambió. Sus divagaciones ya no le preocupaban. Vería de qué se trataba todo esto, y no había otro lugar que las ruinas de Atlantis para descubrirlo.

 

III

 

            Una cuadrilla de exploradores acompañaba a Arcon II en su búsqueda de la verdad. Todos portaban una gema que iluminaba el agua oscura en donde se encontraba emplazada la ciudad en ruinas. Las pálidas luces que emitían los atlantes se movían de un lado para otro, sin saber lo que buscaban, esperando las órdenes de su rey.

 

            —Todos saben cómo leer los antiguos símbolos, deben saberlo, por lo que hay que leer cada uno de los muros de Atlantis que queden en pie —ordenó.

 

            La cuadrilla se separa para abarcar más terreno, y Arcon va directo al lugar donde se había enfrentado con Animal. Era una habitación que no había visto antes, y menos en sus días de juventud, cuando su curiosidad natural y su amor por la historia de su pueblo lo motivaron a visitar las ruinas.

            Con la joya real en su pecho ilumina la sala cuando la encuentra, y nota que ha estado aislada del resto por bastante tiempo, ya que el deterioro adentro no es tan intenso como el de las ruinas que la rodean. Arcon II la inspecciona con cuidado. Hay grabados en los muros, algunos son muy parecidos a los que conoce desde pequeño como lengua antigua, pero otros son completamente desconocidos. Deja su tridente real a un lado. Entonces con sus manos toca los muros que parecen roca, pero es metal cubierto por polvo y corales. Descubre figuras y trazos, aparatos rotos, y por último, una hendidura sumamente irregular. Siente entre sus dedos la entrada que tiene ciertas aristas más altas que otras y una forma extraña, luego aprieta muy fuertemente con la otra mano las clavículas que le arrebató a Animal, y lo entiende. No sabe cómo, pero sabe que lo que tiene en sus manos es una llave, no un mensaje, un vehículo para llegar a una verdad hundida hace cientos de años en las profundidades del océano. Un foráneo ha tenido que viajar cientos de kilómetros para aparecer con este instrumento del destino. Una llave, y en frente de él, una cerradura.             Armado con la fuerza del tiempo, Arcon II se prepara para lo que sea. Introduce la llave, hasta que esta queda hasta la mitad introducida en la muralla. La luz roja se enciende, vestigios de un procesador integrado a la sala se activa con las últimas fuerzas que un sobreviviente puede tener, y proyecta sobre Arcon una imagen en tres dimensiones. Un mensaje, en una botella del tamaño de una ciudad. Habla.

 

            “Si alguien puede oír este mensaje, es porque nuestra historia ha sido olvidada. Soy Lamdar, encargado científico de la ciudad. Atlantis ha sufrido varios daños con la revuelta de los humanos, (…)con nuestro planeta madre ha cortado toda nuestra comunicación, y estamos asustados. Hemos pensado varios detalles para nuestra sobrevivencia en este planeta hostil, pero la más razonable es la de construir un domo capaz de resistir las presiones submarinas y hundirnos. No somos soldados, no somos políticos, somos científicos y estamos preocupados por nuestras vidas. El (…) con velocidad, pero los mismos (…)han servido para revelarse en contra de nosotros. Hemos codificado este mensaje en una lengua capaz de ser entendida por toda criatura que habita en este planeta, por lo que nuestra experiencia no se perderá con los siglos planetarios.

            La misión fue clara, debíamos (…)de la Asociación Ursa Maior…(…)fue este planeta, alejado de los ojos del Concejo Interplanetario, y capaz de sustentar la vida gracias a las elevadas concentraciones de Energía Cor.

            El planeta está poblado por una masiva forma de vida. Hemos aprendido su lengua y se llaman a sí mismos agarthianos. (…) este planeta. Son criaturas sumamente adaptables, y habitan en todos los ecosistemas conocidos: bajo el agua, en las montañas, las grandes planicies, su existencia es un alivio (…) nativa.

            Pudimos hacerlo. Logramos (…)seres sumamente resilientes y capaces de adaptarse a los distintos paisajes (…)en este planeta. Pero esas mismas características (…)nos han abandonado para regresar e informar de esta situación (…) El viaje es largo de ida y regreso, por lo que debemos resguardarnos.

            Según nuestros reportes, los humanos se han encargado de acabar con los agarthianos sobrevivientes (…) llevado casi hasta la extinción. Al momento de esta grabación, la población autóctona ha perdido el dominio sobre sus propios territorios a manos de los seres humanos.

            Mis últimas palabras para nuestros compatriotas, si es que encuentran esta grabación; nuestros últimos días como habitantes de la superficie las gastamos escondiendo nuestras naves y armas en las profundas cuevas que perforan este planeta, para que a su regreso las usen y sometan a los humanos. Ellos nos han obligado a abandonar la superficie, y merecemos ser vengados”.

 

            El mensaje estaba encriptado en una cinta de voz, la cual se cortaba en algunas partes, por el paso del tiempo, y la abrupta reproducción luego de siglos, o milenios escondido. Arcon II estaba impactado, y la revelación del mensaje había atraído a la cuadrilla completa. Todos estaban impactados por toda la información que habían oído de este viajero de las estrellas.

            Cuando la luz roja del aparato que apenas podía mantenerse en funcionamiento se apaga, el rey toma la clavícula y queda en silencio. Toma nuevamente su tridente, y realiza un gesto para subir a la ciudad. Los soldados lo siguen, silenciosos también, preguntándose qué es lo que hará su rey.

            Aquella noche, la pasa en vigilia, pensando y analizando el mensaje junto a su tío Argón, y esperando el momento en que el agua aclare, y Animal y los suyos, sean ejecutados.

 

IV

 

            El agua aclara una vez más durante su estadía en la Atlántida. Animal, B’horn, Kongo, y Ra’na no habían dormido en toda la noche, esperando que llegara el momento de cumplir su sentencia.

            Son visitados por los custodios de la ciudad, con la intención de despertar a los prisioneros, pero estos los miran con ojos vacíos, aceptando el destino que Arcon II les había impuesto.

            Animal estaba cansado de luchar, y ni él ni sus compañeros opusieron resistencia al ser maniatados, para llevarlos a la plaza de ejecución.

            En el lugar estaba el verdugo, sobre una gran piscina, alimentada directamente con el agua del océano que los rodeaba.

            El agujero que el enfrentamiento entre Arcon II y Animal había causado ya estaba reparado, y la cúpula giraba con normalidad encendiendo las luces de la capital de Atlántida.

            El primero en ser ejecutado es Animal, por recibir los cargos más agravantes. Es atado a una palanca que lo cuelga sobre la piscina. En ella hace ingreso un cardumen de peces que no han sido alimentados en semanas. Comiéndose entre ellos, esperan al ejecutado para saciar su hambre y ser devorado hasta los huesos.

 

            —¿Algo que decir? —le pregunta un juez, encargado de verificar que la sentencia se cumpla.

 

            Animal no responde. Pero cuando es descendido, Arcon II detiene la ejecución, con una abrupta entrada a la plaza.

 

            —Agarthianos… respiradores de aire… Afirmas ser el rey de los agarthianos que están más allá de los dominios de la Atlántida —Arcon II se acerca al sentenciado.

 

            —Sí. Yo y mis amigos estamos acá, no para ser tratados como criminales, sino como embajadores de un reino oculto, tal como el de ustedes —responde Animal.

 

            —¿Los humanos saben de ustedes? —pregunta Arcon II.

 

            —No, ellos desconocen a mis súbditos, sólo me conocen a mí.

 

            —¿Qué piensas sobre ellos? —pregunta un rey a otro.

 

            —Son criaturas extrañas los humanos. Se esmeran por destruirse los unos a los otros. Pero ellos son los que habitan sobre la superficie.

 

            —Tuve estima por un solo humano, al que llamaban Shark, pero los demás son sanguijuelas en este planeta. A ustedes les han quitado lo que les pertenece, y a nosotros nos han relegado a las profundidades del océano. Es tiempo de paguen por sus actos.

 

            La mirada de Animal se enturbia. Arcon II está hablando de eliminar humanos. Animal recuerda a aquel lo que despertó de sus sueños de desilusión y desdicha, y antiguos resentimientos nacen en su corazón.

 

            —Libérenlo. Quiero que el rey agarthiano sea testigo de la verdad.

 

V

 

            Animal queda atónito con el descubrimiento. No encuentra palabras para darle sentido a sus pensamientos y sentires. En manos del hombre estaba la responsabilidad de que su pueblo estuviera enterrado y olvidado por milenios. Su violencia contra los antepasados de los atlantes y agarthianos lo volvía furibundo. Pero no solo eso, se sentía tremendamente decepcionado. Él había hecho un sacrificio enorme al decidir quedarse en el centro de la tierra, para que su hermano “Alma Brillante” pudiera detener a Gaia y la extinción de estas criaturas*, solo para darse cuenta de que la humanidad no valía la pena.

 

            —Animal, debemos hacer algo. Mi tridente y mis tropas estarán a tu lado si es que tu pueblo se alza para recuperar lo que es nuestro. La hermosa superficie de la Tierra. Yo la he visto, no tiene comparación.

 

            —Yo también la he visto, he recorrido cada centímetro de ese mundo que llaman superficie. Los conozco también. Ellos tienen tecnología…

 

            —Pero nosotros también —interrumpe Arcon II—. Somos capaces de torcerle la mano a estos diminutos renacuajos.

 

            —Ellos tienen héroes.

 

            —Y nosotros los mejores soldados —argumenta el rey de Atlántida.

 

            Los presentes, los tres acompañantes de Animal, más el más cercano círculo real de Arcon II estaban esperando la decisión del rey de Agartha.

 

            —Si subimos y recuperamos lo que es nuestro, entonces tu gente, agarthianos con sangre de las profundidades, podrá ser tuya nuevamente. Compartiremos un reino infinito, sin estar condicionados por las tinieblas de las cavernas, ni las dificultades de vivir bajo el océano. Seremos coronados reyes del Sol, Animal.

 

            —El Sol —repitió nostálgico Animal.

 

            Nadie dijo ni una sola palabra nuevamente. Pasaron los minutos, y Arcon estaba perdiendo la paciencia, cuando Animal habló.

 

            —Que suene los tambores de guerra. Tendremos una batalla por el Sol.

 

Epílogo

 

            Las trompetas y tambores resonaron por el regreso del rey Animal a su querida Agartha.             Luego de los periplos que tuvieron con sus más cercanos colaboradores, Animal estaba celebrando su boda. Estaban todos de fiesta. La ciudad entera recibió a agarthianos de todos los rincones de las provincias. Todos estaban contentos. Todos sabían lo de la guerra.

            En frente del altar y de la roca del Alma Brillante, Animal y Serani plasmaron la promesa de seguir juntos en el camino de la vida, y que serían el apoyo el uno del otro, en momento de debilidad y grandeza.

 

            —Serani, amor mío, te pido perdón por abandonarte sin previo aviso —se disculpa Animal ante su nueva esposa, la reina Serani.

 

            —Lo importante es que hayas regresado con bien.

 

            —Amor, ningún regalo puede ser más especial que el que está preparado para ti.

 

            —¿De qué estás hablando Animal?

 

            —Mi regalo te espera en el cielo Serani, esperando por ti luego de la larga marcha hacia la superficie. Todo tuyo será el Sol.

 

 

*En "Extinción"

 

Leer más...

1.11.20

Animal #19

“Arcon II, Rey de Reyes”

Historia: Zirijo

 

Prólogo

 

         En los océanos primitivos de la tierra, la fuerte brisa marina empuja las olas.

         Las grandes criaturas submarinas y terrestres estaban muertas desde hace ya bastante, y los cielos volvían a ser azules, luego de haber quedado cubiertos por la oscuridad, el humo, y el frío.

          El oleaje era persistente, y daba con una plataforma ubicada en medio del vasto océano. Una ciudad se alzaba en lo que será el océano Atlántico. Una inscripción anunciaba el nombre del lugar: “Atlantis, ciudad laboratorio”.

          Un gran estruendo se escucha en la ciudad, y el alboroto lo domina todo. De pronto un domo se despliega, y cubre a Atlantis, mientras la ciudad se hunde, al parecer, por siempre.

 

I

 

            “No puedo ver nada”, pienso al entrar en conciencia. No sé cuánto tiempo he estado dormido, pero sigo bajo el agua.

            Tengo que volver para saber si mis amigos están bien. Trato de moverme, pero mi brazo está lastimado. “La cúpula”… si, ahora lo recuerdo.

 

            Antes.

           

            La torre ha amanecido ajetreada esta mañana. Todas las tropas se alistan desde temprano. Soy despertado a insultos, pero yo los estaba esperando.

 

            —Muy bien bestia foránea, hoy tendrás tu audición con el rey Arcon —anuncia el atlante de mayor grado dentro de la torre de vigilancia—. Pero el rey no vendrá, los llevaremos a la capital, al mismísimo palacio de Poseidonis.

 

            Soy sometido con las armas ultrasónicas que usan los atlantes, largos tridentes con un cristal en la base de las afiladas puntas, que emiten una extraña onda que paraliza. Soy atado, amordazado e inhabilitado para cualquier cosa. Nos cargan en una cámara especial, tirada por peces extraños. El atlante que me ha estado hostigando durante todo nuestro presidio nota que miro a la criatura de forma extraña, nunca antes había visto algo así.

 

            —¿Nunca habías visto a un dragón? —dice, ansioso por humillarme—. Creo que te sorprenderás con la ciudad.

 

            El dragón es de forma alargada, y con dos pares de patas. Posee cierto parecido a los caballos de mar, pero este posee extremidades. Es mediano, del porte de un humano, y largo como un tigre.

            Por fin veo a mis compañeros de viaje. Están en muy malas condiciones, como yo. Ellos también están maniatados, para nuestra “audiencia” con Arcon.

            El viaje fue bastante largo, a pesar de que los dragones que tiraban de los vehículos atlantes se movían con gran velocidad. El océano es inmensamente extenso, es un reino misterioso.

            El comandante atlante ordena que me giren, para que pueda ver la gran ciudad de Poseidonis. La ciudad es enorme. Desde la distancia se puede ver como se mantiene alzada en la orilla de un peñasco. Un domo con aspas y con una ondulación en la punta protege a la ciudad de las grandes corrientes submarinas. La ciudad está hermosamente iluminada por verdes y amarillos pálidos, y por un momento recordé como son las manadas humanas, viviendo en sus grandes ciudades de concreto y luces.

            La entrada es por la base, ya que el domo está en constante movimiento. Pasamos una puerta que no se abre. Una membrana impide que el agua pase, solo dejándonos ingresar a los soldados y su carga. Los dragones usan sus palmeadas patas para sujetarse de una angosta pasarela que se dirige a uno de los edificios interiores. Por fin respiro aire nuevamente. Entramos y somos llevados a la cámara del rey. Ahí Arcon nos espera, de pie, y con un gran y vistoso tridente.

 

            —¿Tú eres el que se hace llamar Animal, rey de Agartha? —pregunta feroz e imponente. Su voz es la de un verdadero mandatario.

 

            No puedo contestar. Estoy completamente sometido.

 

            —¿Por qué sigue mi invitado en esas condiciones? —pregunta el rey mirando hacia todos lados—. Desátenlo, y a sus acompañantes también —ordenó.

 

            —Lo soy, agarthiano por adopción, y su legítimo rey —respondo al instante en que los mandatos de Arcon se cumplen.

 

            Arcon II nos mira. Sus historias y sus cuentos hablan de agarthianos, como ancestros de sus actuales ciudadanos, pero…

 

            —Ustedes no son lo que realmente dicen ser —proclama, levantando el tridente que sostiene—. Son condenados ante el poder que me confiere la corona de armas. Serán fusilados mañana al aclarar —sentenció.

 

            Mi rugido resuena en la habitación. Los atlantes nunca han escuchado hablar al rey de todas las bestias. La sentencia es injusta. Me arrojo de inmediato contra el rey que está en frente, siento mis músculos cansados, he estado bajo el agua mucho tiempo. Caemos del alto edificio, pero Arcon me apunta con su magnífico tridente durante el descenso. Pongo el brazo, lo que desvía su ataque, pero quedo atrapado. Rompe el domo interior con mi cuerpo, y el segundo domos el que gira, con mi brazo. Somos expulsados de la ciudad por al gran fuerza del tridente. Alcanzo a oír una sirena ultrasónica. “Sellen el domo, nadie se mueve”, oí mientras caíamos por el barranco que se ubica justo debajo de la ciudad. El dolor es intenso. Todo está negro.

 

II

 

            Ahora.

 

            Mi brazo, creo que está roto. El cristal debe haber estado diseñado para aguantar altas presiones, las mismas corrientes marinas, y este tipo lo rompió con mi brazo.

            Trato de incorporarme en la oscuridad. Es difícil. No puedo nadar con facilidad tampoco.

 

            —Ese ha sido, y será el mejor ataque que me hayan dado en mi propio palacio —dice alguien: Arcon—. Y personalmente me aseguraré de eso.

 

            Gruño.

 

            —No hemos terminado aún —dice luego, desde algún lado. Debe estar cerca, habla dentro de mi mente—. Pero en estas condiciones no podría saber qué tan fuerte eres.

 

            Una luz fosforescente ilumina el lugar. Proviene desde el pecho de Arcon II, un gran medallón que nos permite ver a esta profundidad. Él brilla, y a nuestro alrededor se descubren edificios en mal estado. Ruinas de algo magnífico.

            Arcon toma con firmeza su tridente. Está dispuesto a matarme, lo veo en sus ojos.

 

            —No hay un lugar más indicado para acabar con una revuelta de este tipo —agrega, tratando de darle algo de poesía a mi muerte—. Te enterraré en las ruinas de Atlantis, la primera ciudad atlante.

           

            Mi mirada escapa de su persona. No puedo evitar mirar los muros que nos rodean. Logro notar algo similar en lo que está escrito en los muros, con algo que he visto antes. Los pergaminos.

 

            —¿Puedes leer lo que dicen los muros? —pregunto, olvidando que me amenaza con su tridente.

 

            —Es una lengua muerta de Atlantis… muerta, como tú —dice, lanzándose en ataque.

 

            El tridente nuevamente. El impulso que toma es mínimo, pero la fuerza con la que avanza es tremenda.

 

III

 

            —Las fuerzas con las que cuenta son tremendas —decía un visitante oculto en la prisión de la zona oscura en Agartha, corazón de la tierra.

 

            —No sé en qué estabas pensando… pero sin quererlo ella ha obtenido el beneplácito de las familias. Además, después de lo que pasó con los Sabios, ellos confían plenamente en Animal.

 

            —De lo que les hice… —aclara el otro, que respira rápido, y sostiene una mueca torcida, en su celda oscura. Las sombras ocultan sus identidades.

 

            —Si… pero… ¿No se nos escapará de las manos? Serani ha estado más atenta de lo que imaginé durante la ausencia de Animal. Ha ganado influencia que no pensé que lograría —continuó el que hablaba desde fuera.

 

            —Tu deber es controlarla… me sobrepasé un poco, pero he entendido que todo lo que hemos hecho nos ha llevado a este momento. Él ha reaccionado como pensábamos, no hay razones para pensar que sospecha algo.

 

            —¿Cómo estás tan seguro?

 

            —Es algo extraño. Tengo una nueva perspectiva de las cosas ahora. Lo único que debemos hacer es continuar con esta “charada”. Él me necesitará… necesitará a cada uno de nosotros. Su encuentro con Arcon debe ser fructífero.

 

IV

 

            Viene. El tridente por delante del ataque, amenaza con clavarse en mi pecho. Él es rápido, pero yo lo soy más.

            Cuando el tridente se acerca lo más posible, Arcon II nota que tengo una pierna flectada. La apoyo en su brillante gema, y lo empujo con toda mi fuerza hacia el lugar de donde venía con el gran impulso.

            Arcon da con un muro a medio derrumbar, completando la tarea emprendida por el tiempo, abriendo un paso a un salón amplio, abandonado hace siglos por los antepasados del derribado rey.

 

            —Eres hábil bestia —me dice desde el suelo.

 

            Estoy completamente sobre él. Mi mano amenaza su cuello, y mi pie impide que realice movimiento alguno. Sus ojos dicen que esto no ha terminado. Su determinación es tremenda. Un verdadero rey.

 

            —He venido por otra cosa hasta tus dominios —digo. Tengo la impresión de que esta podría ser la última oportunidad de que un atlante lea el misterioso manuscrito que arrebaté de las manos de Drilón.

 

            Con mi brazo roto, hago el gran esfuerzo de sacar el pergamino de huesos de entre mis ropas.

 

            —Lee esto —le ordeno, lanzando la clavícula a un costado de su cara.

 

            —No puedo desde esta posición, bestia —me responde.

 

            Presiono con el pie, y veo la expresión de dolor en su rostro. No le gusta. Está en una situación de inferioridad a mí, pero sigue peleando. Así… así es como debo actuar.

 

            —Léelo, o será lo último que veas en esta vida, pez —le ordeno nuevamente. Mi mirada se llena de ese orgullo que proyecta Arcon.

 

            El rey de Atlántida me devuelve la mirada, y luego mira la clavícula. La tomo para que pueda leerla en su totalidad. Intrigado, lee con atención. Ha reconocido algo.

 

            —El estilo de letra es algo que no había visto antes… no se parece a ningún estilo clásico atlante —responde—. Pero…

 

            —¿Pero qué? —pregunto ansioso.

 

            —Pero es legible. Dice: “Hijos nacidos de la tierra, la verdad está en las estrellas, ocultas en lo profundo del mar”.

 

            —¿Qué es lo que significa eso? —pregunto luego de unos segundos de silencio.

 

            —No tengo ni la menor idea Animal, rey de Agartha —me responde.

 

            Luces se ven por la entrada que abrió Arcon. Sus tropas vienen por nosotros.

 

            —Valiente movimiento, Animal… digo de alguien que se hace llamar rey… pero estúpido —dice Arcon cuando sus tropas hacen ingreso y nos rodean—. Amenazar a un rey en su propio reino, es algo que jamás se había visto.

 

            —Es por el bien de mis hermanos agarthianos… es por la verdad —respondo.

 

            —La verdad tendrá que esperar.

 

V

 

            Me toman prisionero, y subimos hasta Poseidonis, la capital.

            Mis compañeros han sido capturados también. Kongo se encargó de negociar la rendición, luego de que yo me lanzara en contra de Arcon.

 

            —No puedo imaginar qué nos harán —me comenta cuando nos volvemos a ver.

 

            —Nada hay que puedan hacer, extraños —dice el rey Arcon II, ahora que somos prisioneros nuevamente—. Son culpables de una insurrección, incitación a la traición y ataque al rey. No puedo dejar que ande suelto alguien que se auto proclama rey de los agarthianos… es mi reino, ellos son mis ciudadanos.

 

            —Son tratados como basura por tu gente, Arcon. Ellos merecen un trato mejor —respondo, atado desde mi celda en la ciudad.

 

            —Desvergonzado… en las puertas de una ejecución sigues defendiendo una mentira. Pero eso tiene arreglo. Mañana mismo serán ejecutados en frente de todos en la ciudad. Será ejemplificador para nuestros ciudadanos.

 

            —No sabes lo que haces, Arcon… Si muero, manadas de agarthianos vendrán a vengar mi muerte… no quieres esta guerra con nosotros.

 

            —No me importan sus amenazas vacías, Animal —dice el soberano mientras se retira—. ¡Regístrenlos! ¡Quítenles todo! En especial esas clavículas que porta el rey de ningún lugar… me interesa la historia y las reliquias. La guardaré junto a mis objetos preciados, y veremos de qué se trata todo esto.

 

Continuará…

-

Leer más...

18.10.20

Animal #18


Muy en lo Profundo

Historia: Zirijo


I

Antes.


     Está todo oscuro, y me ahogo. Ha pasado bastante desde que me lancé al torrente de agua en aquella cueva en los límites de Agartha. He encontrado el barril que contiene a mis amigos y fieles súbditos, pero ya casi no puedo aguantar el aire. Esta oscuridad no puede albergar mi muerte, debo volver con Serani… con mi gente.

 

            No hay otro lugar donde ir, que no sea hacia arriba. Una roca con la que he tropezado me ayuda a orientarme. Siempre es más difícil bajar que subir bajo el agua, así es que me dejo llevar por mis instintos, y voy hacia donde creo que está la superficie. Apenas alcanzo a ver borrosamente mis manos delante, cuando mi cuerpo no puede seguir procesando el aire que tomé bajo tierra.

 

            “¡No! Debo seguir nadando… debo…”

 

            Cuando la mitad de mis pulmones están llenos de agua salada, anquilosados órganos jamás usados antes se activan, y raras llagas se abren y cierran entre los cabellos que cubren mi cuello. Mi nariz se bloquea, y puedo pensar con calma nuevamente. Siento mis agallas dejar pasar el aire a gran velocidad, y devolverlo como si hubiesen funcionado de toda la vida. Las toco con mis manos, y amarro mi melena para dejarlas trabajar.

 

            —“¡El barril!” —recuerdo.

 

            Tengo a mis amigos encerrados aún en el barril, y de todos modos no sé si están vivos adentro. No puedo arriesgarme a abrirlo y sentenciarlos a morir ahogados en el fondo del océano. Debo seguir nadando.

 

            Cuando mis pensamientos son tan oscuros como el agua que apenas dejo atrás, un movimiento, unos golpes se sienten dentro del barril. Golpeo para esperar una respuesta de vuelta, y la tengo. No sé cuantos están vivos, adentro… no sé si abrir el barril.

 

            Los sonidos son distintos, y de distintas intensidades. Se han dado cuenta que estoy afuera. No es hasta que reconozco que tocan la canción de marcha en Agartha, la misma que Kongo hizo tocar allí antes del enfrentamiento con Drilón, me doy cuenta que él sigue vivo. Los otros golpes son desordenados, uno más suave y otro con mucha fuerza. Lo decido, tengo que abrir el barril.

 

            Voy hacia la “tapa”, que tiene una gran cerradura y la destrozo con los dientes. Abro el barril, y mis amigos salen nadando desde dentro. El agua había invadido el dispositivo, ya que no era una versión perfeccionada, pero sin duda la cubierta resistente de Agarthita los protegió de las fuertes presiones a esa profundidad. Usaban los “respirapeces” que traía Ra’na. Imagino que lo tomó antes de entrar al barril. Es imposible comunicarnos acá abajo, y Kongo apenas puede mantenerse flotando, pero de todos modos estamos vivos.

 

II

 

            Reviso entre mis ropas, y recupero el pergamino escrito en huesos, el motivo por el cual estamos aquí. Mucho más temprano que tarde, pero es por el contenido de estas clavículas que decidimos emprender la travesía.

 

            Rompemos el barril, y conservamos algunas tablas, para poder comunicarnos entre nosotros.

 

            “Busquemos a los atlantes”, escribo en una.

 

            “¿Dónde?”, escribe Kongo.

 

            Señalo hacia adelante, donde puedo oler que se mueve una gran cantidad de peces. Nadamos en esa dirección por bastante tiempo, pero es imposible saber cuánto tiempo ha pasado desde que estamos bajo el agua. Esta es un poco más clara que la del fondo, pero arriba no se alcanza a distinguir nada, solo una bóveda de agua. No muy lejos nos detenemos en una saliente, creo que estamos saliendo de una fosa muy profunda, porque a nuestro horizonte se extiende una vasta planicie de fondo marino. El más alegre es Kongo, que se sienta a descansar un rato. Estamos todos exhaustos, pero es Kongo el que más ha tenido problemas para seguirnos el ritmo nadando.

 

            Huelo algo. Se acercan dos animales nadando muy rápidamente. Cuando logro verlos entre el agua, los reconozco. Son un par de delfines.

 

            Le hago señas a Ra’na, B’horn y a Kongo, y trato de hablarles. Un sonido muy bajo de onda sónica sale de mi garganta. Los delfines se detienen y nos miran. Emiten sonidos que no alcanzo a entender y nos rodean. Nos huelen desde lejos, y vuelven a hablar.

 

            —“….extraños”… —alcanzo a oír entre los sonidos. Es primera vez que intento comunicarme con criaturas submarinas.

 

            Los delfines se alejan nadando a suma velocidad, en la misma dirección en la que venían, desde enfrente de nosotros.

 

            “¿Qué preguntaste?”, escribe B’horn

 

            “Ayuda”, escribí con mis garras en la madera.

 

            Seguimos avanzando, decidimos seguir a los delfines, y nadamos lo más rápido que pudimos. A veces Kongo prefería darse impulso con el suelo bajo nosotros, pero a veces tomaba caracoles, o peces que estaban ocultos en la arena.

 

            Seguimos más adelante, cuando la gran meseta terminaba, y dimos con un despeñadero. Al otro lado, vimos cómo se alzaba una edificación de rocas y coral. Una torre con una punta afilada, muchas ventanas. Era como la continuación de una roca que se alzaba para vigilar el profundo océano que se abría en frente. Ni tierra, ni roca, ni nada había más allá de aquella torre. Solo océano de un azul/verde turquesa.

 

            Decidimos investigar, pero cuando nos lanzamos nadando hacia la torre, por debajo de nosotros, pasaron nadando a una velocidad impresionante dos criaturas humanoides, con rasgos de peces. Armaduras brillantes de perla, y lanzas con punta muy afilada, con un cristal que emitió una onda paralizante nos apuntaban. El hormigueo que nos produce el arma comienza en la punta del pie, y termina en la base de la columna. Nos gritan. Entiendo.

 

            —“¡Intrusos! Son prisioneros del rey Arcon II, señor de la Atlántida”.

 

III

 

            Los sujetos que nos mantienen capturados son de figura estilizada, de colores azulosos y verdes, con rostros parecidos a peces, y escamas. Hay otros, que llegan luego de que somos sometidos y encerrados en la torre, de forma humanoide y con pocas escamas visibles. Estos visten de colores más variados. Usan blancos, lilas y rojos. Son distintos, los tratan distinto. Otros sin embargo, al moverse de un lado a otro, generan grandes y veloces tumultos de agua, que se desplazan de un lado a otro. Ellos también son tratados diferente. Estoy aislado de mis compañeros. Nos separaron cuando nos llevaron paralizados a la torre que habíamos visto.

 

            —Tus amigos son incapaces de decirnos nada —dijo uno de los soldados coloridos, humanoide. Está muy interesado en mí, porque a diferencia de los agarthianos nacidos, yo puedo respirar sin unos de los “respirapeces” de Ra’na.

 

            —¡Déjalos libres! —ordeno, pero no entienden. Hablo como hablé con los delfines que vimos antes. Nada.

 

            —¿Quiénes son ustedes? ¿Qué son ustedes? —me pregunta, casi como preguntándose a sí mismo, incapaz de darse cuenta que puedo entenderlo. Yo tampoco sé cómo puedo comprender sus palabras, pero no quiero que mis leales amigos paguen por mi espera.

 

            —¡Somos agarthianos! ¡Soy rey de Agartha! —exclamo furioso a través de los fuertes barrotes de mi prisión.

 

            Luego de sesiones interminables de tortura con sus armas paralizantes, sigo insistiendo, repito de todas las formas posibles: “¡Soy agarthiano! ¡Soy rey de Agartha!”, hasta que uno se detiene. Es uno de los soldados rasos, encargado de las tareas menos placenteras, como esta.

 

            —¿Agarthiano? —pregunta, tratando de darle sentido a mis palabras. Es como si hubiese encontrado una pizca de conciencia en una criatura torpe en el agua, e incapaz de defenderse.

 

            Asentí con la cabeza, adolorido, agotado.

 

            —Debe estar loco… los agarthianos son nuestros antepasados… son antepasados de los ciudadanos trabajadores —respondió el chico. Se veía joven. Nunca antes había visto a algo o alguien que no perteneciese al océano.

 

            —¿Y qué somos entonces? —pregunté, emulando la manera en que lograron entenderme.

 

            Callaron los tres soldados que poblaban la sala. Uno salió de inmediato a dar aviso a sus superiores. Un buen soldado. Los otros no supieron que hacer, simplemente me apuntaban con sus lanzas dispuestos al ataque.

 

            Ese colorido que estaba había demostrado mucho interés en mí, entró apresuradamente a la habitación. Estábamos en pisos inferiores de la torre, incrustados en la roca, ningún sonido podía salir de aquí, por más crudo o cruel que fuese.

 

            —¿Agarthiano, dices? —preguntó.

 

            —Agarthiano —respondo.

 

            Su expresión es de rabia. Hace unos gestos que no entiendo y soy llevado a mi celda. El castigo termina por hoy.

 

IV

 

            En los días siguientes todos pasaron a ver mi celda. Nadie podía estar indiferente a que había cuatro agarthianos encerrados en una torre de vigilancia atlante. El más interesado, aparte del colorido atlante que estaba a cargo, era el primer soldado que me entendió. Se paraba por horas mirándome fijamente. Estoy muy cansado como para hablarle, pero lo huelo, parado ahí. Me incorporo a veces, y sigue ahí. Ya pasados cuatro días puedo recuperar fuerzas.

 

            —¿Mis amigos están bien? —le pregunto.

 

            Asiente con la cabeza.

 

            —¿Por qué estás aquí? —ya más tranquilo—. ¿Por qué no dejas de estar ahí parado?

 

            El chico se resiste en responder. No es bien visto entre los soldados dialogar con los prisioneros.

 

            —¿Es cierto que son Agarthianos? —me pregunta tímido, casi arrepentido por sus palabras.

 

            —Si muchacho… somos agarthianos… soy el rey de Agartha.

 

            —¿Y por qué ustedes no respiran agua? —pregunta, acercándose un poco a la celda.

 

            —Porque nosotros no vivimos bajo el agua —respondo, agotado.

 

            —¿Cómo es posible que ustedes sean nuestro ancestros? —pregunta nuevamente, cada vez más cerca.

 

            Recuerdo la historia que me contó Serani, sobre aquel cuento que dice que había agarthianos que vivían con atlantes hace mucho tiempo. Este chico debe estar hecho con sangre agarthiana.

 

            —Porque hay más como yo, debajo de la tierra… escondidos de la vista de todos —le digo, apenas pudiendo sostenerme.

 

            La mirada del chico explota en curiosidad. Toma firmemente la lanza. No es tonto. Se acerca para verme mejor. Mi apariencia debe ser exacta como la de un vagabundo. Hay plantas que crecen en mi pelo, y una película pegajosa me cubre.

 

            —Según dicen —comienza a hablar—, hay atlantes que descienden de una antigua raza de habitantes submarinos, los agarthianos, y somos los más cercanos al océano. Somos nosotros los que hacemos las tareas más pesadas… somos nosotros los que recorremos las grandes distancias para llevar las noticias entre las ciudades…

 

            —¿Ciudades? —lo interrumpo—. ¿Hay más ciudades que Atlántida?

 

            —Atlántida es el nombre de nuestro reino, en honor a la primera ciudad, pero son siete ciudades las que componen el reino. Lideradas por Poseidonis… la ciudad de Arcon…

 

            —¿Qué estás haciendo? —pregunta un soldado que aparece por la puerta—. Vete, el comandante te llama —ordena.

 

            —Si señor —obedece, dirigiéndose inmediatamente hacia donde lo mandan.

 

            —Hey, tenemos planes para ti —me dice.

 

V

Ahora.

 

            Se produce un gran alboroto afuera de la cámara de mi celda. Entra el colorido atlante, acompañado por el chico que estaba hablando conmigo. Un gran número de soldados está afuera, de todos los tipos, de todos las cargos que sostenían la organización de aquella torre.

 

            —Los únicos que pueden entenderte, son los soldados rasos, bestia —critica el comandante con tono de superioridad—. Dile que despierte, soldado.

 

            —Despier… —dice el joven soldado antes de que lo vuelva a interrumpir.

 

            —Ya lo entendí… me costó semanas, pero ya estoy hablando su lengua —respondo, mirando en todas direcciones.

 

            —JA, muy bien, entonces ya no necesitaremos a este “sangresucia”. Lárguese soldado, ya no lo necesitamos —le ordena sin la decencia de al menos mirarle a los ojos.

 

            —Si, señor —responde el soldado, que parece molestarse por el apodo, y me mira con algo parecido a la compasión.

 

            —Quiero ver a mis súbditos…. Exijo verlos.

 

            —Tu forma de presentarte y de llegar hasta territorios que no son tuyos, no es propio de un rey, como el que te haces llamar.

 

            —Mis súbditos…

 

            —Ellos están bien, ya hemos tenido prisioneros que respiran aire… no se preocupe por ellos, “alteza” —dice, burlándose.

 

            —Soy el rey Animal de Agartha, y exijo ver a Arcon II.

 

            —Si, “su alteza”. Mañana verá a un verdadero rey… al rey de la Atlántida.

 

Continuará…


Leer más...