12.8.20

Crónicas de Paul Morgan #8



"El Lamento de los Desposeídos" (Parte 2 de 10)
Historia: RH Herrera


II: Mishka.

Puede que no haya sido una buena decisión ocultarle el hecho de que aquellos hombres no era muertos, si no pobres almas controladas fuera de su voluntad, pero, a través de su apariencia y de la información que obtuve, puede determinar que no es el tipo de persona que se encontraría cómoda al enterarse que había cometido asesinato:

—¿Acaso me has estado siguiendo? —le pregunto. Es en extremo conveniente que una persona con notorias habilidades sobrenaturales se encuentre en un sitio como éste, al mismo tiempo que yo.

—¿Seguirte? —preguntó confundida—. ¿Por qué habría de hacerlo?

Era notorio su acento, si bien hablaba en perfecto español, se notaba que no llevaba mucho tiempo hablando en esta lengua.

—Pues, no puedes negar que es sospechoso, una invocadora extranjera y su familiar, se encuentran con un “forastero” en medio de la noche, y da la casualidad, que ambos hablan español.

Ella, asombrada, agregó:

—¿Familiar? ¿Acaso puedes ver a Mishka?

—Si es el nombre del guardia que te acompaña, sí.

—¿Qué? Tenía entendido que sólo los invocadores podíamos ver a los familiares.

—Pues, lamento sacarte de tu burbuja, pero no es así —continué apuntándole con el arma, a pesar de que ella no mostraba una actitud hostil—. Ahora, ¿por qué me seguías?

—No estaba siguiéndote —insistió—. Recibí una invitación, de un hombre desagradable, al cual le debía un favor.

Sabatte, pensé. Tiene sentido, ese maldito bastardo no confiaría todo su juego en una sola mano. En aquel momento me sentí aliviado, bajé mi arma y suspiré:

—Déjame adivinar, un hombre negro, con un puro la boca, una botella de ron, y rodeado de mujeres, ¿me equivoco?

—No, esa es exactamente su descripción.

—Mierda, ¿qué mierda le pediste para que te hiciera viajar de… India… hasta acá?

—No debe ser muy diferente a lo que le habrás pedido —respondió evasiva, para luego soltar una sonrisa nerviosa—. ¿Eres un sacerdote o algo?

—Algo… —respondí—. Disculpa, pero, no me siento muy cómodo conversando con alguien sin nombre.

—Cierto, lo lamento —dijo, manteniendo su nerviosismo—. Mi nombre es Lakshmi Chopra, soy sacerdotisa de Kalika, ¿y tú?

—Morgan.

—Morgan… ¿Morgan qué?

—Sólo Morgan.

Guardé el arma en mi chaqueta, le di la espalda y continué mi camino en dirección al hotel. Ella me siguió. Luego de unos minutos volteé y le dije:

—¿Que no tienes nada que hacer? ¿Por qué carajos me sigues?

—No estoy siguiéndote —respondió ella—. Sólo vamos en la misma dirección.

—Bien, ¿podrías decir a qué dirección vas?

—Al hotel Cubanito —mierda, realmente se está hospedando en el mismo lugar.

—¿Y tienes que hacer precisamente por este camino?

—La verdad, no conozco mucho la ciudad, creo que me sentiría algo más segura con un poco de compañía —es raro escuchar esas palabras de una persona que acaba de destrozar a tres hombres utilizando un mantra.

—Bien, pero haremos el viaje en silencio.

Debo aceptar que fue sorprendente, de verdad se mantuvo en silencio todo el viaje. De no ser por aquel animal fluorescente, habría olvidado su presencia. Tiene sentido, parte del entrenamiento de los sacerdotes Kalika es pasar largos periodos de tiempo, días, meses, hasta años en completo silencio, es una de sus formas de alcanzar lo que ellos llaman, iluminación.
No soy quién para juzgar las creencias religiosas de la gente, pero he visto a hechiceros alcanzar la iluminación de formas menos… decorosas. Algunas de ellas involucran la decapitación de gallinas.
El resto del viaje transcurrió sin novedad. Al llegar al hotel la chica hindú habló por primera vez:

—Gracias por la compañía —dijo en tono cordial—. Tal vez, ya que ambos tenemos el mismo objetivo, podríamos investigar juntos.

—Olvídalo —respondí—. Trabajo mejor solo.

—Comprendo —era palpable la resignación en su voz—. Pero sí cambias de opinión, estoy en la habitación 25.

—Tomo nota.

Me separé de ella en la recepción y me dirigí a las escaleras. El hotel Cubanito es un lugar obviamente diseñado para turistas. Su estética rompe completamente con el resto de la ciudad, es hermoso a su estilo. Su arquitectura intenta representar las construcciones coloniales en Cuba, paredes pintadas de blanco, detalles en madera, departamentos como favelas, rodeado de palmeras, cielos… hasta parece que les hago publicidad. La verdad, yo me siento cómodo con una habitación privada, y poder ponerle cerrojo la puerta.
Entré a mi habitación, y luego de tomar una ducha, tomé mi teléfono y procedí a marcar a Julio. Luego de varios intentos sin obtener respuesta, me dirigí a mi segunda opción de contactos. Esta vez, el tono de marcado culmina en una respuesta:

—¿Qué carajos quieres? —respondió una somnolienta voz femenina.

—Lavy, ¿cómo estás?

—Mierda Morgan, desapareces por meses, y cuando por fin llamas, ¿sólo es para preguntar cómo estoy?

—Lamento molestarte —dije en tono sarcástico—, pero Julio no me responde.

—Será porque son las 4 de la mañana, malditas sean.

—Disculpa, estoy en otro país, no tenía idea de la hora que era allá.

—¿Dónde estás?

—Puerto Príncipe.

—¿Haití? ¡Mierda Paul!, es la misma zona horaria, llamaste a esta hora adrede, ¿si sabes que estoy casada?

—Lavy, no interesa tu vida sentimental, no me interesaba cuando éramos compañeros y menos ahora. Necesito información.

—¡Carajo!

—Necesito que me envíes toda la información que tengas sobre los sacerdotes de Kalika.

—¿No sabes usar Google? … Vale, dame un segundo.

Se notaba extrañamente irritada. Igual, trabajo es trabajo.

—Bien —respondió tras unos 30 segundos—. Acabo de enviarte un link por WhatsApp, dime si logras verlo en tu teléfono.

Luego de tocar el hipervínculo, me llevó a una página de videos en internet:

—Te has equivocado, acabas de enviarme un video de dos roedores peleando por lo que parece ser un churro.

—Disculpa, es un video que mandó mi hermana, aún estoy algo dormida, porque sabes, ¡son las putas cuatro de la madrugada! —tras otro par de segundos, esta vez sí me envió el correcto—. Paul, ese documento es la información restringida de O.M.E.N. Al parecer los cultistas de Kalika han estado en nuestra mira hace tiempo.

—Comprendo.

—Parece ser que estos tipos han estado metiéndose en asuntos fuera de su jurisdicción.

—Eso explicaría que hace esa sacerdotisa haciendo tratos con Sabatte.

—¿Sacerdotisa? ¿Hay una nueva chica Bond? —preguntó con sarcasmo.

—No, sólo es una extraña hindú con una civeta fosforescente, que descuartizó a un grupo de presuntos no muertos.

—¿Has vuelto a consumir LSD?

—No. Gracias por la información.

—No hay de que, si estoy dispuesta ayudarte, pero, ¡para de llamarme a esta puta hora!

Corté la llamada. Con la información en el celular me recosté sobre la cama y comencé a leer.
Al parecer, era un grupo de asesinos de la Edad Media que adoraban a la diosa Kali. Tenían entre sus filas a musulmanes e hindúes, compartían algunas características con la mafia en sus inicios, pero, por lo visto esta rama criminal era sólo una vertiente y no necesariamente representaba la ideología del grupo completo.
Lamentablemente, la historia presta más atención a aquel grupo sectario que se dedicaba a matar gente, dejando de lado a los sacerdotes guerreros que se dedicaban a cazar daitias (demonios). Básicamente, son un grupo de exorcistas, cuya base ideológica nace de la adoración a su diosa bélica. Ello explica lo extremo de sus acciones, y el uso de magia oscura para completar su objetivo. Es probable que ellos mismos no sepan la raíz demoníaca de sus habilidades.

Me encuentro en un sitio rodeado de luz, una luz potente, tanto, que me siento abrasado por un calor que quema. Apenas si puedo abrir los ojos. Frente a mí, claros como el brillo de una piedra de jade, dos enormes ojos verdes, sus ojos. Estiro mi mano para alcanzar su rostro y grito su nombre: —“Alexa”.

Despierto en mi cama, empapado de sudor. La luz del sol de la mañana golpea directamente mi cabeza, y duele, como si tuviese resaca. Mis ojos y mi boca se encuentran resecos. Me levanto apenas móvil, arrastro mis pies hasta el baño, echo a correr el agua, ésta sale turbia y de un color marrón caoba. Inhaló, veo mi rostro en el espejo —maldita sea, se van notando los años—, vuelvo mi vista al agua. Tras un rato, está comienza a aclararse, y luego se vuelve transparente.
Esa mañana fue algo infructífera. Al parecer, las desapariciones son bastante comunes, tanto de seres vivos como de cadáveres.
Caminé por el barrio negro de Puerto Príncipe. Es una pequeña feria, tal como la que existiría en cualquier ciudad, mas, esta es especial, debido a que, en vez fruta y alimento, venden insumos para magia negra. En cualquier otro país, sería considerado tabú, esoterismo barato en el mejor de los casos, pero en esta parte del mundo, la gente se toma el ocultismo bastante enserio.
Desde frascos con polvo de pez globo, hasta pene seco de tortuga, cosas más raras he visto a la venta. Si bien la mayoría de las cosas son pura basura, a ojos de un conocedor, se pueden detectar ingredientes infalibles para el ritualismo.
Caminé entre puestos, e ingresé por un pequeño callejón que me llevó una habitación oscura, adornada con cazadores de sueños desde el techo, algunos hechos con pequeños huesos de animal, otros también usando su piel. De entre las sombras y tras una cortina de humo de tabaco, apareció un hombre negro con el rostro pintado en blanco, camisa de seda color lila, abierta, dejando al descubierto un tatuaje de una calavera con una serpiente en la boca, impreso justo en medio de su pecho, un sombrero de copa que tenía como adorno el cráneo de una gallina y con el resto de sus huesos componiendo la circunferencia de este.
Aspiró con fuerza de la boquilla de la pipa de agua que tenía a su lado, y un fuerte olor a tabaco y pasto seco quemado inundó el lugar.

—Ou lwen lakay ou, stranger (Estás lejos de casa, forastero).

—Lo lamento, no entiendo su idioma.

—Español —dijo, con un notorio acento francés—. Pero no pareces latino.

—Es increíble como todo el mundo acá parece hablar un idioma, ya sea español o inglés.

—Que esperabas patnè, estás en una zona turística. la mayoría de los que vienen a probar un poco del puerto son gringos o latinos. Hablar inglés o español es parte de nuestra sobrevivencia.

—Es completamente razonable. Me asombra que el acento es apenas perceptible.

—Ja, patnè, los turistas se sienten superiores, vienen a este país “tercermundista”, para sentir lo avanzados que son. Creen que somos pobres, infelices, vulgares y hasta estúpidos, y he aquí, patnè, que alejados de cualquier educación, viviendo en medio de la mierda y la miseria, hablan fluidamente doce lenguas, y tú, mi buen patnè, con toda esa educación, con todos esos privilegios, apenas si logras entender las cosas que te rodean.

—Créeme, entiendo mejor de lo que piensas las cosas que me rodean.

—Ah, patnè, que puedas verlas no significa que puedas entenderlas.

Algo raro tenía este sujeto, no sólo por su excéntrica apariencia. Sabía de mis ojos aún antes que se lo contara:

—El Barón del cementerio, imagino.

El tipo sonrió, hizo una pequeña reverencia y luego dijo:

—Paul Morgan, exorcista, mercenario, y como yo, un paria. Encantado de conocerte.

—Extrañamente, creo que el sentimiento es mutuo.

—Bien, patnè, es mejor que conozcas mi nombre. Soy Legba Guédé, pero los paisanos me llaman Papa Legba.

Continúa…


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