11.10.20

Crónicas de Paul Morgan #16


"El Lamento de los Desposeídos" (Parte 10 de 10)

Historia: RH Herrera

 

X: Dhimasho.

 

            … en ese momento, y por un instante, nuestras mentes se conectaron …

            "¿Cuál es la peor forma de morir?", es una pregunta que todos nos hacemos más de alguna vez en la vida, y en cada ocasión, la respuesta es una muerte violenta. Quemado, hervido, congelado, desollado, ahogado, muertes agonizantes, todas terribles, productoras de un dolor que sólo en las pesadillas es imaginable, sin embargo, ninguna de ellas se compara a la peor.

            Hay una forma de muerte que es tan terrible, que alguien que ha nacido en condiciones relativamente cómodas ni siquiera imagina lo horrorosa que es. La agonía extendida en un largo periodo de conciencia al menos es completamente evitable, pero lo malo, es que depende del ser humano, un ser inteligente que, por desgracia, difícilmente ve más allá de su propio confort. La peor muerte, es el hambre.

            Es un asesino lento, te consume desde dentro, va por tus músculos, va por tus órganos, te disuelve lentamente, se toma su tiempo, días, meses, y estás completamente consciente de todo lo que sucede, y sabes que no puedes hacer nada para evitarlo.

            Anwar conoció al monstruo cuando tenía cinco años. Nació en una pequeña cabaña en Puerto Príncipe, su padre era pescador y él lo acompañaba cuando salía a altamar. No eran muchos sus lujos, pero era feliz, hasta que un día, en mitad del océano, fueron atacados.

            Piratas. Nunca se habían acercado tanto a la costa, o ellos nunca se habían adentrado tanto en el mar. Los atacaron, torturaron y masacraron a su padre frente a sus ojos. Lo encadenaron y lo llevaron con ellos. Al llegar a Mogadiscio, lo vendieron como esclavo.

            Fue comprado por un alto mando del ejército de Siad Barre, quien lo usó como desahogo de sus impulsos más violentos, tanto físicos como sexuales. Él apenas era capaz de entender lo que estaba sucediendo a su alrededor. Durante una noche, luego de una golpiza especialmente dura, quedó inconsciente, casi al filo de la muerte. Fue ahí donde lo vio por primera vez.

            … Dhimasho …

            Para su fortuna, o tal vez desgracia, su captor pereció durante la batalla de Mogadiscio. Fue entonces cuando dejó de ser abusado, pero conoció el hambre… Buscó alimento con desesperación y, en un fallo de cálculos terminó adentrándose en el desierto, siguiendo el espejismo de un destino mejor.

            Tras semanas, su cuerpo era tan delgado que no podía ponerse de pie. Pensó que moriría. Las aves de rapiña le observaban desde el cielo. Resignado, queriendo que la tortura terminase, cerró los ojos con la intención de no volver a abrirlos.

            Un caminante errante lo encontró. Pudo dejarlo morir, pero no fue capaz. Era sólo un niño muriendo de hambre. Lo tomó, le curó sus heridas, vertió agua en su garganta y lo alimentó.

            Su extraño salvador, el único hombre que había sido bueno con él desde la muerte de su padre, resultó ser, en un giro irónico de los acontecimientos, miembro de un grupo piratas y contrabandistas. Lo crió, le enseñó el uso de las armas y los rituales mágicos, y también le enseñó el negocio del esclavismo y el tráfico de drogas.

            Era el único camino que conocía y con el tiempo se volvió especialmente bueno en eso, hasta terminar transformándose en el líder del grupo criminal.

            Los años pasaron, su cuerpo envejeció. Añoraba el único lugar que le recordaba que una vez fue feliz e inocente: Haití. Quería volver a su hogar.

            Un día, del desierto llegó un hombre. Balbuceaba cosas de un dios del desierto. El musulmán loco. Sin embargo, el tipo tenía el dinero y los recursos para llevarlo a su tierra, a él y su pequeño ejército privado.

            Usó sus trucos, sus conocimientos de magia para convencerlo de que esa tierra prometida era Haití. Sus subterfugios fueron completamente efectivos.

            Al llegar a Puerto Príncipe, esperando reencontrase con su inocencia, notó que aquel sitio estaba tan podrido como Mogadiscio. Fue entonces cuando lo vio por segunda vez. Comprendía la naturaleza anómala del espíritu. Él nunca fue manipulado, fue su decisión, voluntaria, sin amenazas, completamente racional. Le ofreció devorar su alma si a cambio exterminaba a la humanidad. El demonio, nacido del alma de todos aquellos que han muerto de hambre, Dhimasho, no es una entidad con la que se pueda racionar. Él devora todo lo que está a su paso. Para él era suficiente. Herido, dañado de gravedad, cuando su cuerpo ya no era recuperable, le dejó tomar el control de todo…

            … en ese momento, y por un instante, nuestras mentes se conectaron …

 

            ¿Qué? ¿Quién carajos es? —preguntó Hawkeye, desconcertada.

 

            Ese dios es Dhimasho —le respondí, sintiendo como mi corazón se estremecía.

 

            ¿Dhimasho? ¿Un dios?

 

            Una vieja leyenda somalí. Es la materialización del hambre.

 

            El demonio comenzó a engullir los escombros del edificio, mientras los oficiales de policía se acercaban a la zona. Para nuestra suerte, la entidad no se había percatado de nuestra presencia, pero con Samedi neutralizado no podríamos combatir contra él.

 

            —Lavy, ¿puedes moverte?

 

            —Con dificultad, ¿y tú?

 

            —Mi pierna duele y mi mano derecha está inutilizada.

 

            —Heridas más graves hemos sufrido —dijo en tono jocoso—. Bien, ¿Cómo procederemos?

 

            —Al momento de disolver este escudo quedaremos expuestos. No es un demonio que podamos vencer en combate, debe ser exorcizado.

 

            —¡Carajo! Eso tomaría mucho tiempo.

 

            —Necesitaré que lo distraigas el tiempo suficiente.

 

            —Solo tengo tres balas, y por lo visto esa cosa es invulnerable.

 

            —Podría reducir el tiempo a la mitad con un conjuro de amplificación.

 

            —Bueno, necesitamos una distracción para reagruparnos —los oficiales de policía comenzaron a disparar a la criatura—. Eso podría servir.

 

            La criatura corrió como un chacal hacia los oficiales, despedazando a varios de ellos mientras otros huían despavoridos. Joan Fritz intentó dispararle con su escopeta a quemarropa, pero la criatura sacudió su mano y lo lanzó por los aires hasta los escombros, donde cayó y terminó empalado en un costado con el trozo de una viga de madera.

            A pesar de las heridas, Fritz sacó su arma de servicio y comenzó a disparar. Las pequeñas balas no hicieron más que llamar su atención. La criatura se dirigió a terminar con su vida, mas, antes de alcanzar su objetivo, fue golpeado en el rostro por un grupo de proyectiles rosa, y si bien el impacto no lo dañó, fue lo suficientemente contundente para hacerlo cambiar de enfoque. En la lejanía, Lakshmi Chopra, flotando en medio de la nada, cubierta de un aura rosa, mantenía las cuencas de su rosario flotando a su alrededor. En su espalda y con una claridad inusitada, formadas por luces energéticas, hizo acto de presencia el Om () que rendía como amplificador de su mantra.

 

            —¿Qué hace? —preguntó Lavy, ya incapaz de ver los proyectiles o el aura que rodeaba a Chopra.

 

            —Nos compra tiempo.

 

            Disolví el escudo. Mientras la criatura corría hacia Lakshmi, ella lanzaba las cuencas de su rosario como si estuviera atacando con una ametralladora. Pero estos sólo ralentizaban a la criatura, la cual se movía como si corriera contra un fuerte viento, avanzando de forma lenta, aunque eventualmente alcanzaría a su objetivo.

            Lavy corrió a ayudar al oficial Fritz, al tiempo que intenté incorporarme. Con dificultad me preparé para comenzar el ritual, cuando sentí un apretón en mi talón. Al mirar hacia abajo vi a Samedi, que se había arrastrado hacia mí como pudo:

 

            —No me saques aún de la ecuación —dijo—. Aún me quedan un par de minutos.

 

            —En las condiciones que estás no es mucho lo que puedes hacer —le respondí.

 

            —Parte de mi esencia sigue en ese muñeco. Quema los restos y podré pelear un poco más.

 

            Aún tenía el muñeco en mi bolsillo, así que lo saqué y usando mi encendedor de soplete, lo quemé. En ese instante vi como las cenizas se amplificaban hasta convertirse en polvo, entrando por cada herida de Samedi, curándolo.

 

            ¡Oh yeah, baby! —dijo, mientras se incorporaba a la acción—. He vuelto.

 

            Saltó con fuerza inusitada aterrizando en la cabeza de la criatura, e introdujo sus dedos en la boca del demonio y tiró hacia la mandíbula superior, intentando romperle el cuello. Sus esfuerzos resultaron inútiles para acabar con la criatura, pero si lo desviaron de su dirección, arrojándolo al suelo como si fuera un caballo que se ha tropezado al correr. Entre el forcejeo, le gritó a Chopra:

 

            Lakshmi, Morgan intentará expulsarlo.

 

            La chica comprendió, y sin perder tiempo corrió hacia mí con el fin de servir de amplificador.

            Separé mis piernas para bajar mi centro de gravedad y tener una postura firme:

 

            ¡Vade retro, Dhimasho! —grité, comenzando el ritual—. ¡Numquam suade mihi vana! ¡Sunt mala quae libas! ¡Ipse venena bibas!

 

            Chopra, por su parte, comenzó un mantra de amplificación. Podía sentir su influjo de Energía Cor en mi cuerpo. Todo saldría a la perfección, mientras Samedi mantuviera a la bestia bajo control.

 

            —¡NO! —gritó a lo lejos—. ¡Aún me queda tiempo! ¡Aún me queda tiempo!

 

            Más su cuerpo se volvió polvo y desapareció en el aire…

            La criatura entonces volteó a nosotros y corrió, como una bestia hambrienta, salivando en grandes cantidades. ¡Carajo! No podía perder la concentración, debo terminar el ritual…

            Antes que su brazo nos alcanzara, el sonido de un disparo, que dio justo en la base del cuello de la criatura, seguido de un rayo de luz caído del cielo que lo estampó sobre el suelo. Hawkeye había usado una de las balas sagradas. La criatura se levantó, no sin problemas, como si la gravedad hubiera aumentado. Su cuerpo pesaba, sus movimientos eran torpes. Aún así, lleno de ira, corrió hacia Lavy, con la rabia propia de una bestia salvaje.

            Tras un par de metros, Hawkeye disparó la segunda bala, directo en el ojo derecho de la criatura. Un chillido, como millares de cerdos siendo degollados, y el rayo de luz cayó, hundiendo a la criatura unos pocos centímetros en la tierra. El golpe fue efectivo, pero aun así la criatura volvía a incorporarse. Lavy usó su última bala. Certera como siempre, golpeó a la criatura exactamente en el mismo punto, reventando su globo ocular. Luego dejó caer su arma al suelo, sonrió cálidamente, y cerró los ojos a la espera del zarpazo final de la criatura. Esperaba haber logrado el tiempo suficiente para que el ritual terminara.

            Con los ojos cerrados sintió un violento empujón, y cayó a un par de metros de su lugar. Al abrir los ojos estaba cubierta en sangre, pero no tardó en comprender que aquella no era suya. Levantó a la vista a la bestia, y observó con impotencia el sacrificio de su salvador.

            Joan Fritz, a pesar de sus heridas, se había levantado, y decidió usar sus últimas fuerzas para salvar a la mujer que le había ayudado a levantarse unos segundos atrás. Aún así, no era lo único que había podido hacer: mientras se encontraba tirado en el piso, encontró un objeto que, ahora, mientras era masticado hasta la muerte por la criatura, como último acto, sacó. No sabía cómo utilizar la pluma de un ángel, mas, bastó que el objeto tuviera contacto con la criatura. Fue una reacción violenta, como arrojar un hielo al aceite hirviendo. El cuerpo de Fritz se disolvió en la luz, la onda expansiva arrojó a Lavy varios metros y el piso vibró…

            Pese a eso, la criatura no había sufrido daños… pero el tiempo había sido suficiente, el ritual estaba listo…

 

            ¡Imperium sempiternum! ¡Ego mittovos ad infernum! ¡Daemonium!

 

            Su cuerpo comenzó a despellejarse, la luz inundó todo. En ese momento, y por un instante, nuestras mentes se conectaron… Vi frente a mis ojos la vida de Anwar, el motivo de la existencia del demonio. Sólo fue un segundo, una eternidad dirían algunos…

            El gigantesco cuerpo de Dhimasho se volvió ceniza negra, arremolinándose sobre el cuerpo de Anwar, luego entró por su boca, consumiendo su carne, su grasa, sus órganos, sus huesos y finalmente su piel. No quedó nada, nada de quien en hace unos minutos era una amenaza para la humanidad completa. Ahora había sido reducido a algo menos que la inexistencia, devorado por su propia hambre.

 

           

            —¿Qué harás ahora? —me preguntaba Lavy en el aeropuerto.

 

            —Aún hay un par de cosas que debo hacer acá —respondí—. No puedo dejar a Samedi vagando como ente astral por la eternidad.

 

            —No sería mucho el daño —respondió ella, en tono de broma—. ¿Volverás a Sunset?

 

            —Eventualmente.

 

            —Llama de vez en cuando, pero no a las 4 AM.

 

            —No puedo prometer nada.

 

            —¡Oye! —dijo, mientras golpeaba con suavidad mi hombro.

 

            Nuestras heridas físicas eran notorias, pues estaba claro, doce horas no era suficientes para sanar, pero con los días, cada una se cerrará: el agujero en mi muslo, la punzada en mi mano derecha, el hombro dislocado de Lavy, los moretones y arañazos en nuestra piel. Dejarán cicatrices, pero sanarán.

 

            —¿Qué crees que pasará con esas chicas ahora? —preguntó, apenada.

 

            Las heridas psicológicas tardarán algo más de tiempo, puede que nunca cierren.

 

            —Terapia física y psicológica. En unos meses tendrán una vida normal.

 

            Mentí, y Lavy sabía que era falso. Aún así, eligió sonreír y fingir que creía en una realidad más justa.

 

            —Si, volverán a una vida normal —dijo, mientras agarraba su maleta. Caminó un par de pasos dándome la espalda y luego volteó—. ¿No podrás evitarlo cierto?

 

            —¿Perdón?

 

            —Irás tras ellos, los otros que son como tú. Irás con esa falsa idea de formar una familia ajena a la que ya tienes.

 

            —Lavy, no es…

 

            —¡Cállate! —gritó—. ¡Cállate de una vez por todas! Siempre tienes una justificación para ser miserable, no te das cuenta que siempre has estado rodeado de gente que te aprecia e insistes en ser un tarado.

 

            —Lavy, yo…

 

            —¡Dije que te callaras! —dijo, acercándose a mi—. Ahora… —susurró—, te daré un beso y se separan nuestros caminos.

 

            —Lavy, no tienes que…

 

            —Cállate, y cierra los ojos. No puedo hacerlo con esos ojos mirándome, no si sé que son capaces de ver mi alma.

 

            ¡Carajo! Es una situación ridícula, pero parte de mi quería. Creo que de forma subconsciente siento algo de atracción por ella. Vi su aura, azul índigo, vibraba en puntos cercanos a la resonancia, me tranquilizaba. Entonces comprendí la ventaja que mi sinestesia traía: no necesitaba preguntar para observar los sentimientos de las otras personas. Aún así, me cuesta traducir las señales, la empatía que para Hawkeye resulta tan fácil. Por un momento, quise sentir como ella, pensar como piensa ella y sin dudarlo cerré los  ojos y esperé su beso… beso que nunca llegó. Sólo fueron unos segundos, pero al abrirlos ella se había marchado. Sentí en mi pecho la soledad y decepción.

 

            —Así es como te sentiste…

 

            Entendí mi error al dejarla sola en esa cama de hospital, a pesar de creer que la estaba salvando. En realidad le quité un amigo, alguien en quien podía confiar, y ella ahora me había devuelto el favor.

 

            —Bien jugado Lavy… Bien jugado.

 

Fin…


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