4.10.20

Crónicas de Paul Morgan #15


"El Lamento de los Desposeídos" (Parte 9 de 10)

Historia: RH Herrera


IX: Chopra.


—¡Hijo de perra! —gritó Anwar, observando al Barón Samedi en medio del patio principal—. Eres un Loa, ustedes no pueden interferir en asuntos mortales, son las reglas.


—¿Sabes mi chocolatoso amigo? —reía, mientras acomodaba su sombrero de copa. Tenía en su comisura una serpiente hecha de oro cuyos ojos eran dos esmeraldas—. En condiciones normales tendrías razón, pero hiciste algo aberrante: convertiste el trabajo más sagrado y antiguo de la humanidad, la prostitución, en un acto de esclavismo. Las mujeres sólo pueden ser trabajadoras sexuales por voluntad propia, no por el control de un químico.


—¿Qué carajos?


—Les quitaste a estas chicas el poder de decidir sobre el placer de su carne. Ellas deben ser libres de entregar satisfacción sexual a quien deseen y cobrar por ello.


—Esto —dijo Hawkeye mirándome fijamente—, está mal en muchos sentidos.


—Lo sé —le respondí—. Es un discurso demasiado vulgar.


—No es eso —agregó ella—. Está a un nivel de vulgaridad tan abstracto que no logro discernir si es misógino o feminista.


—Pervertiste el acto —continuaba Sabatte con su vergonzoso discurso—. En otras palabras, me tocaste los huevos sin mi consentimiento y pagarás por ello.


—¿Qué están esperado? —les gritó a sus esbirros—. Matadle.


Todos apuntaron al Barón, disparando ráfaga tras ráfaga de balas, mas estas no parecían dañarlo. 

Ellos perdieron su atención en nosotros. Lavy utilizó su arma para destruir uno de los candados, intentando liberar a algunas de las chicas atrapadas. Yo hice lo propio con la jaula donde se encontraba Lakshmi. Su estado era paupérrimo y la civeta intentaba sin éxito hacerla reaccionar. En ese momento tomé una de las plumas de Legba y la usé para curarla. Ella se recuperaría, pero no sería instantáneo.

Mientras tanto, los oficiales que se encontraban en el exterior fueron alertados al escuchar los disparos.

Samedi ni siquiera se molestaba en esquivar las balas, para él no era muy diferente a ser atacado con balines de goma. Comenzó a moverse entre los soldados golpeándolos con su cetro, pateándolos, neutralizándolos. No pretendía asesinar a ninguno, era un Ángel después de todo.

Mientras golpeaba a los soldados, comenzó a tararear una canción, que a los pocos segundos fue reconocible:


—Ese idiota está cantando "Singing In The Rain" —dije en voz alta, mientras seguía sosteniendo a Lakshmi.


Utilizaba su cetro como paraguas, mientras imitaba los movimientos y la voz de Gene Kelly; bailaba mientras iba golpeando a cada soldado. En un momento dejó de ser Gene Kelly y mutó en una versión de Malcolm McDowell en "A Clockwork Orange". No es común ver a un ángel comportarse de esa manera.

A pesar de no usar fuerza letal, jugaba con ellos como un gato con su presa, burlándose de cada uno mientras quebraba sus huesos y los dejaba inutilizados en el suelo. Cada golpe de bastón resonaba como un hacha cortando madera seca. Debía de ser en extremo doloroso, y Samedi lo disfrutaba con malicia.

Sin embargo, Anwar tenía un as bajo la manga: utilizó una de sus botellas de químicos y lo arrojó justo en la cara de Samedi. El golpe pareció ser más dañino de lo predecible. De su rostro emanaba un vapor verdoso, mientras el Barón lanzaba gritos desgarradores. Cayó al suelo, sosteniéndose la cara y revolcándose como una cucaracha sin cabeza:


—¿Lo ves? —dijo Anwar con petulancia—. Los ángeles pueden caer heridos por magia humana. Una botella de ácido y un conjuro de debilidad fueron suficientes para acabar contigo —caminó lentamente hasta el ángel agonizado, tomó un machete y se dispuso a ensartarlo en su cuello—. Muérete maldito.


Se abalanzó con todo su peso, mas, Samedi sostuvo la hoja con una sola mano, al mismo tiempo que se quitaba la otra de la cara, mientras dejaba ver como el ácido había carcomido su piel y carne, dejando el hueso limpio e intacto como si se tratase de pintura blanca sobre piel negra. Lo miró con los ojos ensangrentados y le gritó:


—¡Boo! —luego rió frenéticamente, mientras Anwar no sabía cómo reaccionar—. ¿De verdad creíste que algo como eso acabaría conmigo? Eres un bastado ingenuo —con su fuerza sobrehumana lo lanzó por los aires, y el ángel se incorporó mientras sacudía el polvo de su chaqueta—. Cariño… —dijo, dirigiéndose a Lavy—. Dame uno de esos puros que te obsequió mi primo.


Hawkeye le arrojó con premura uno de los puros, y Samedi haciendo gala de sus reflejos lo atrapó en el aire. Mordió la punta e hizo aparecer una llama desde su dedo índice. Comenzó a dar gruesas bocanadas de humo, el cual escapaba por los surcos de sus dientes, donde se supone se encontrarían las mejillas. Sostenido el puro con los dientes, sacudió todo el polvo que pudo de su chaqueta violeta, la desabrochó dejando al descubierto su pecho con sus costillas y esternón tatuadas en un blanco verdoso, quebrando la cadera mientras estiraba su espalda hacia atrás:


—¡Ah! —suspiró—. Esto es vida, Morgan —dijo, apuntándome con su dedo aún en llamas—. No le cuentes a Brigitte que lo estoy disfrutando.


Anwar se levantó apenas. Ya era un hombre viejo y el golpe había sido especialmente duro, mas, mantenía su ferviente deseo de luchar. Mientras, la chica hindú comenzaba a reaccionar lentamente.


—¿Qué ha pasado? —preguntó, desconcertada.


—Fuiste drogada y encarcelada, pero veo que ya te has recuperado.


Qué alivio, al menos hemos evitado que el maldito santero trajera a Kali a este plano. Ayudé a la chica a incorporarse y junto a Lavy comenzamos a sacar a las heridas de cada una de las jaulas, aprovechando la distracción creada por Samedi y su gusto por jugar con sus víctimas.

Anwar, en su desesperación, intentó conjurar plagas, lanzando frascos con tábanos en su interior:


—¿En serio anciano? —dijo Sabatte, lastimero—. ¿Insectos? ¿Qué harás luego? ¿Me atacarás con ranas?


El Santero uso cada truco en su conocimiento, ya sea brujería haitiana, somalí, hasta marroquí, pero nada surtía efecto en el Ángel. Éste lo atacó rasgando por completo sus ropas, y en ese momento vio sobre su arrugado pecho lo que parecían ser figuras de santería hechas con cicatrices. En ese momento no comprendí lo ocurrido, pero algo en el ambiente cambió. Samedi, en un tono serio, me gritó:


—¡Saca a todo el mundo de acá! Lo que ocurrirá aquí no será bonito.


Noté como el cuerpo del santero empezó a brillar. Lavy, aún bajo los efectos del puro, pudo notarlo también. Esas cicatrices, cada marca era un foco. Invocó no a uno, sino a decenas de diablejos, los cuales procedieron a atacarnos.


—Mierda —Lavy disparó a uno, destruyendo su cabeza—. ¿Le di?


—Si —respondí—, y de qué forma.


Pero por cada uno que eliminábamos emergía otro y otro de las sombras. Lakshmi se incorporó a nuestro combate. Mishka era capaz de pelear contra los imps, pero estos parecían no tener fin. Tras un momento comprendí que nos sería imposible sobrevivir en ese lugar. Tomamos a las chicas que pudimos y comenzamos a movernos por la casa, intentando encontrar una salida. Mi pierna volvió a doler, de una forma superior a antes, por lo que caí al suelo:


—¡Paul! —gritó Lavy, intentando volver hacia mí.


—¡No! —le grité—. Salva a las chicas, yo saldré de acá solo.


Hawkeye me hizo un gesto de confirmación, y aprovechándose del estado de voluntad reducida, les ordenó a las chicas, hablando en un perfecto creole, correr en la dirección de ellas.

Chopra usaba sus conocimientos en mantras para mantener a los imps a raya, mientras Lavy dirigía a las chicas hacia la salida.

A lo lejos escuchaba los sonidos de la pelea entre los imps y Anwar contra Samedi; por el otro lado, los disparos de Lavy y los agentes de policía. Cada uno hacía su parte, y yo en medio de la nada, botado en uno de los pasillos de la laberíntica casa de Anwar, condenado, como siempre a ser un observador de la acción.

Tomé la segunda pluma de Legba y me iba a disponía a usarla en mí, pero antes de poder hacerlo fui atacado por uno de los imps. Reaccioné a tiempo disparándole, destruyendo su cuerpo material y espantando al demonio de vuelta al infierno. Sin embargo, el ruido atrajo a varios más hacia mi posición.

La pluma voló más allá de mi alcance y los diablejos comenzaron a atravesar las paredes para llegar a mí. Me deshice de varios con las balas de mi pistola, hasta que me quedé sin municiones. Me quedaban sólo las tres balas sagradas de Legba. Sabía que no era el momento de usarlas, pero sólo esperaba no estar cometiendo el mismo error de la pluma y no curarme mientras tuve la posibilidad.

Usé parte de lo que me quedaba de Energía Cor para conjurar una barrera energética. Esto mantendría alejados a los diablejos unos minutos, pero me demoré demasiado y uno de ellos logró romper uno de los costados, y se abalanzó sobre mi intentando golpearme. Debía mantener la concentración para no romper la barrera, pero tampoco debía permitir que el imp en el interior me matara. Sentía que estaba peleando contra un gato con rabia, mientras hacía malabarismo con cierras eléctricas. La saturación mental era demasiada, sabía que no podría mantenerme así por mucho tiempo.

En un momento, el imp intentó atravesar mi cuello con sus afiladas garras. Logré bloquearlo con mi mano derecha, pero sus uñas atravesaron la palma de mi mano y terminaron ensartadas en mi hombro. El dolor era tan grande que perdí la concentración y mi barrera mágica desapareció. Estaba dispuesto a aceptar mi fin. Sólo cerré los ojos y me dejé llevar…

“Huele a azúcar, anís y coco:

—… Paul… Paul… —sentía su voz en el interior de mi cabeza.


Abrí los ojos lentamente y vi frente a mi sus enormes ojos verdes, su cabello largo y sus labios rojo fuego.


Alexa —dije, incrédulo—. No, Zenith —me auto corregí—. ¿Estoy muerto?


—No, sólo estás en trance —dijo, con su voz suave—. El dolor que sientes es tan grande que te has desdoblado y te encuentras en el plano astral. Estás vivo, pero tu cuerpo está muriendo.


—Comprendo. ¿Has venido a buscarme?


—No, sólo a aconsejarte… aunque también existe la posibilidad que tu cerebro agonizante se esté inventando todo esto.


—No es muy alentador…


—Aún siendo ese el caso, el hecho que estés aquí deriva en una nueva oportunidad.


—Eso es un alivio —respondí, en tono sarcástico.


—Dios obra de formas misteriosas.


—Esa frase es un maldito cliché.


—No si la digo yo —sonrió—. Aún hay cosas que debes hacer, esto no ha terminado, no tienes derecho a morir, no de esta forma.


—¿Y qué pretendes que haga?


—¿Ahora?

—Si, Ahora.


—Pues, proteger a tu compañera.


Abrí los ojos y vi frente a mí a Lavy peleando con su cortaplumas contra varios de esos diablillos. Ella apenas podía verlos, aún así y ya sin balas, se las arregló para acabar con varios mientras yo estaba inconsciente.

Rápidamente retorné a mi concentración y conjuré nuevamente la barrera mágica, esta vez, sin que ninguna de esas sabandijas pudiera entrar.

Lavy, cansada y con varias heridas en su cuerpo, cayó a mi lado, agotada. Apenas si podía respirar:


—Volviste —le dije—. ¿Por qué carajos volviste?


—Somos compañeros, ¿recuerdas? No voy a dejarte morir solo.


—Fue irresponsable, yo ya estaba condenado y ahora por tus acciones, estamos condenados los dos.


—Si, no sé si te has dado cuenta, pero te he salvado el pellejo nuevamente esta semana… ¿quizás un "gracias"? Además, si hablas de actos irresponsables, tu ni siquiera usaste la pluma.


—Lo sé —ella intentó arrastrarse hacia mí, y yo intenté incorporarme, pero terminé sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared.


—¿Alguna vez creíste que moriríamos de esta manera? —me preguntó, mientras se acercaba a mi lado.


—Asesinado por un grupo de demonios —dije, mientras levantaba la vista y veía como los diablejos se amontonaban contra la barrera energética—. Estaría mintiendo si te dijera que no.


—Vaya —dejó caer su cabeza sobre mi pecho—, yo pensé que moriría de coma etílico.


—Dios —no pude evitar reírme—, al menos no moriré solo.


—Si y también evitamos la invocación de Kali. Sabatte, ese idiota cumplió, estoy segura que acabará con Anwar.


—Si, lo hará.


En un instante, los diablejos empezaron a disolverse en luz. Lavy ya había perdido el efecto del puro y no podía ver lo que estaba sucediendo, pero cada diablejo se convertía en energía. Sin embargo, no podía sentirme aliviado. Una extraña sensación inundó mi cuerpo:


—Ten —le dije, mientras le pasaba las tres balas de Legba—. Tú tienes mejor puntería que yo.


Como pudo, Lavy cargó su arma con las tres balas, y por acto reflejo aumenté la densidad del escudo, al instante en que se escuchaba un trueno.


—¿Qué mierda fue eso? —me preguntó, asustada.


—Mierda, sujétate.


El suelo comenzó a temblar mientras la casa comenzaba a venirse abajo. Vi la arena atravesar lo que quedaba de la casa convirtiéndola en polvo, mientras el ataque al escudo exigió de toda mi concentración para mantenerlo en pie.

Al pasar la tormenta, pude ver a lo lejos las sirenas de la policía y de entre los escombros se erguía quien parecía ser Anwar, pero su tamaño era antinatural. Había sido poseído y mutado por una entidad maligna. Aún así, siendo su carne material, era visible hasta para Lavy:


—¡Mierda! —exclamó—. ¿Fallamos? 


La criatura era idéntica a mi visión: piel negra como la noche, brazos y piernas alargados hasta la deformidad, terminados en lo que parecían ser ramas de árboles, dos enormes ojos bañados en sangre y un tercero que brotaba de su frente, los huesos de sus vértebras sobresalían de su espalda, y con una de sus manos arrojó hacia nosotros el cuerpo de Samedi.


—Un demonio extranjero —dije en voz alta.


—¿Ese… ese es Kali? —preguntó Hawkeye, aterrada.


—No… me equivoqué. Nunca trató de invocar a Kali, no tenía sentido, por qué invocaría a un dios hindú, no. Traería a uno de su tierra.


—¿Qué? ¿Quién carajos es?


—Ese dios, es Dhimasho.


Continúa…


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