Historia: Diego Arévalo.
I
En un pueblo, al sur de
Eria.-
Depod
jugaba aburrido con su GameBoy, mientras Base hacia girar su lápiz. Ambos
estaban esperando hacía mucho rato, y ya habían rellenado los puzzles de todos
los periódicos del día. Una vez que Depod perdió por enésima vez, bajó su consola
portátil, y le preguntó a su amigo.
—¿De verdad todavía no?
—Espera un poco, no debe
tardar. Hace mucho rato que se fue, ya debería estar volviendo.
—Aaaarrrgg —masculló Depod,
mientras se estiraba—. ¡Estoy muy aburrido! Voy a ir al baño.
—¡Espera! —dijo el otro,
haciendo que Depod se quedara congelado mirándolo—. Ya apareció, está en su
casa. Apúrate en el baño y vamos a verlo.
Unife, Eria.-
Duncan había salido de
casa con Phil. Desde que su padre les permitió salir al mundo, ya que según él
y el Agonizante no había peligro alguno, salían recurrentemente a jugar y a
practicar con sus skates. Claro está que siempre tomaban calles escondidas,
alejándose de las ventanas y cualquier cosa que reflejara. No sería para nada
agradable que alguien notara el hecho de que Phil no poseía reflejo y por
alguna estúpida idea, creyera que era un vampiro o un fantasma. A pesar de lo
peligroso que pudiera ser caminar por esos lugares, los chicos siempre tenían
como escapar.
Además, hoy era un día
especial. Se presentaban por primera vez en su ciudad, Harry Daniels y Mary
Baker, más conocidos como Riesgo y Adrenalina, héroes y expertos en deportes
extremos. En algún momento se les cruzó por la mente que no deberían estar
haciendo este tipo de presentaciones, si su ocupación era principalmente ser
héroes, pero después recordaron que si Kao los dejaba salir al mundo, y el
Agonizante decía que no había peligro, entonces no importaba si ellos cesaban
sus funciones por un tiempo y se dedicaban a hacer lo que les gustaba.
Cuando llegaron al lugar,
aparte del suspiro de alivio de Phil, al ver que no había espejos, lo primero
que notaron fue que no había ni camiones, ni promotoras, ni lienzos ni nada de
lo que normalmente se esperaría encontrar en un evento. Lo que no faltaba, eso
sí, era la multitud, formada principalmente por jóvenes y niños. De pronto, de
entre la multitud salieron dos personas muy arropadas en negro y con cascos de
descenso, y subieron a las rampas. Uno llevaba una bicicleta a su lado, y el
otro un skate. Dejaron sus cosas en el suelo, y se quitaron los gruesos
polerones con cierres que les tapaban hasta el cuello, dejando ver, en el
hombre –porque eran un hombre y una mujer– una camiseta roja con negro muy a la
moda, coderas y guantes cortados; y en la mujer, una delgada cintura con un par
de cadenas colgando que generó una estruendosa silbatina, y dejó a los niños
boquiabiertos. Después, se quitaron el pantalón extra, dejando ver rodilleras,
canilleras y zapatillas altas, y bajo eso, jeans a la moda y más cadenas en
ambos.
Una vez liberados de sus
ropas extra, Mary tomó la patineta, y Harry la bicicleta. Bajaron por la rampa,
y al otro extremo se cruzaron en el aire. Cuando llegaron al extremo del que
habían partido, volvieron a cruzarse haciendo un truco, e hicieron otro en la
otra punta de la media tubería. Siguieron así un buen rato, hasta que el truco
final fue un intercambio: él soltó la bicicleta después de un enorme salto, y ella
la tomó luego de haber soltado el skate.
Ambos tomaron los
implementos cambiados e hicieron un par de trucos más, y terminaron la
presentación en medio de un ensordecedor y eufórico griterío. Los chicos
esperarían hasta que tuvieran la oportunidad de verlos, de todos modos, alguna
conexión tenían con héroes y defensores, así que era probable que pudieran
hablar con sus ídolos deportivos. Mientras que eso sucedía, aplaudirían y se
sumarían al estruendo de la multitud.
Angalil, Eria.
En el colegio más
prestigioso de la ciudad, una niña rubia esperaba fuera de la oficina del
director. Su nombre: Sasha Powell. Esta no era la primera vez que llamaban a
sus padres, de hecho era la tercera en este colegio. Ya sabía lo que venía: sus
padres la castigarían, le darían un sermón de una hora acerca de que la iban a
expulsar si seguía así, que no debía ser agresiva por blah, blah, blah… el sólo
pensarlo le daba náuseas. De modo que absorbió el discurso con un pensamiento
en la cabeza: “si tan sólo supieran lo que puedo hacer… tendré que buscar a
alguien que valore lo que tengo y no me trate como a una niñita”.
II
En los suburbios de un
pueblo, al sur de Eria.-
Base y Depod golpeaban a
la puerta de una casa modesta, de dos pisos, pintada de azul. Les abrió una
señora de unos 35 años, de sonrisa amable.
—¿En que los puedo ayudar
chicos?
—Buscamos a Isaac, señora
—respondió Ricardo—. ¿Se encontrará él en casa?
—Si, hijo. ¿Quién le digo
que lo busca?
—Sus compañeros de curso —interrumpió
Andrés, al ver que Depod se quedaba pegado sin decir nada—. Como es nuevo en la
escuela, la profesora nos mandó a prestarle las materias para que se ponga al día.
—Ah bueno, pasen mientras
viene.
—No señora, no se preocupe
—dijo Andrés—. De todos modos queremos ver si puede salir una rato, para
conversar sobre como funcionan las cosas en la escuela, con quien no debe
juntarse, quienes son los matones para poder evitarlos, y todo eso.
—Ah, me parece bien.
Espérenme entonces, en seguida baja Isaac.
—¿Por qué le dijiste eso
de la escuela? —preguntó Depod, extrañado, una vez que la señora se fue.
—Porque vi que no se te ocurría
nada, y además, sé que recién entró a un liceo de acá, por lo que es la excusa
más creíble —respondió Andrés.
Un par de minutos después,
apareció un niño flaco, pálido, de pelo colorín, y de mirada cansada. Puso cara
de “estos no son mis compañeros”, pero
no alcanzó a decir nada.
—Isaac, queremos hablar
contigo un rato —empezó Ricardo—. Tenemos algo que contarte que seguro te va a
interesar.
—No lo sé… de partida, no
sé quienes son, así que no debería confiar en ustedes —dijo él a su vez, en voz
baja, por si su madre estaba cerca. No quería incomodarla.
—Es cierto, pero te aseguro
que confiarás en nosotros una vez que decidas acompañarnos y antes de que nos
cuentes acerca de esos viajes por tubos que haces, cuando estás solo…
Isaac miró realmente
sorprendido al par de niños que lo miraban con una expresión triunfadora e
infantil. Se habían dado el lujo de sonar como un agente del FBI, y habían
causado un gran impacto. Hasta ahora, todo iba según Base lo había predicho.
Estaban felices.
Unife, Eria.-
La multitud se dispersaba,
muchos trataban de imitar los grandiosos trucos que habían presenciado. Riesgo
y Adrenalina se habían hecho a un lado y se retiraban, tratando de no llamar la
atención. Sin embargo, ni Phil ni Duncan les habían quitado la vista de encima.
Una vez que hubieron
partido, los pequeños los siguieron hasta el trailer que ocupaban en su gira,
que estaba estacionado en un lote común y corriente. Una vez allí, los chicos
los abordaron antes de que pudieran entrar al camión. Los quedaron mirando con
sonrisas medio infantiles, por lo que los dos adolescentes se miraron, y se
encogieron de hombros, pensando “deben ser fans”.
—¿Qué podemos hacer por
ustedes, niños? —preguntó Mary, con la voz más maternal que tenía.
—¿Conocen a mi papá? —preguntó
Duncan—. Se llama Kao…
Sin hablar más, los
invitaron a pasar.
Angalil, Eria.-
Durante la hora y media
que había transcurrido desde que Sasha y sus padres llegaron a la casa, ella había
estado escuchando una y otra vez las reprimendas y sermones sobre su
comportamiento, sus castigos mencionados una y otra vez. Ahora se iba a su
habitación, a descansar un rato. De todos modos, hacer llorar a una compañera
porque era “fea”, a su parecer, no tenía porque ser tan grave como para ser
castigada así. Sin embargo, la reiteración de sus burlas y prepotencias no las
tomaba en cuenta, ya que en su mente estaba la idea de que “yo no estoy, ni estaré, nunca, al nivel de
los estudiantes normales, soy mucho más que cualquiera de ellos”. Ahora
tendría que esperar a que sus padres volvieran a sus respectivos trabajos, y
ella podría salir de nuevo. Si bien tenía la capacidad de salir cuando quisiera,
no era lo suficientemente mayor como para ser legalmente libre de la presión
paterna, como ella lo llamaba.
Una vez que sus padres se
marcharon, ella abrió la puerta, y se encontró con la sorpresa de que estaba
encerrada en casa. Encendió la televisión, furiosa, para tratar de pensar en
algo menos violento que hacer estallar la casa entera, y lo que apareció le dio
una idea genial: al ver en las noticias la presentación de Riesgo y Adrenalina
en Unife, pensó que era hora de darse a conocer y hacer algo que valiera la
pena, y de paso, demostrar que no era una niñita consentida, que sus poderes
podían hacer algo más que sólo ser escondidos…
Posó un dedo sobre la
cerradura, y se echó hacia atrás. La cerradura voló limpiamente, dejándola
libre para salir a cumplir lo que se había propuesto. Ahora volaría algo más
grande, hasta que sus ídolos, Riesgo y Adrenalina, aparecieran, para poder
unírseles, segura como estaba de que no dirían que no.
III
Un pueblo, al sur de Eria.-
Ricardo y Andrés caminaban
uno a cada lado de Isaac, casi como escoltándolo. Daban vueltas por las calles
cercanas a la casa de los Fernández, para evitar que Isaac volviera tarde. Él
los escuchaba atentamente, con la cabeza baja. Era obvio que lo que le estaban
diciendo no era para nada raro, o al menos, lo suficientemente creíble como
para pensar lo contrario.
—Mira estos colgantes que
tenemos, Ricardo… —“Depod”, corrigió éste—… A Depod y a mi nos dan poderes
distintos, eso si.
—Por ejemplo, yo tengo UN
deseo por día, lo que sea… pero por 24 horas, no puedo pedir nada. Después se
resetea la magia, o lo que sea, y tengo mi deseo de nuevo.
—¿Y después del día que
dura tu deseo, lo que pediste desaparece? —preguntó Isaac.
—Hasta ahora, siempre han
desaparecido las cosas que hemos pedido —aclaró Base—. Es una lástima que sea
así, porque una vez tuvimos un avión de combate que despegaba recto hacia
arriba.
—Debió haber sido genial.
¿Y cuál es tu poder? —preguntó Isaac a Andrés.
—Yo lo sé todo. O sea,
gracias a mi amuleto, tengo todo el conocimiento de los seres humanos. Lo malo
es que no tengo consciencia de ello sino hasta que lo pienso. Por ejemplo, con
el avión ese, tenía el conocimiento de cómo pilotarlo, pero no me di cuenta
sino hasta que me subí y lo hice andar. Pasa igual con todas las cosas.
—Entonces sabes todo lo
que yo sé, ¿cierto?
—Correcto.
—¿Pero cómo es que supiste
de mis poderes, si no estabas consciente de que yo existiera siquiera? Ni mis padres
saben de mi habilidad, ¿cómo es que la sabes tú?
—Aquí viene lo interesante
—interrumpió Ricardo—. Queremos formar un grupo de héroes, pero jóvenes. Si te
das cuenta, existen los Defensores Unidos y otros grupos, pero a nosotros no
nos toman en cuenta. La idea es demostrar que nosotros somos útiles cuando hay
problemas, que no sólo somos niños. Es por eso que cuando Base empezó a pensar
en quienes más tenían poderes, tú te le viniste a la mente, junto a otros dos
niños y una niña. Ellos aparte, claro, de Riesgo y Adrenalina.
—¿Y ellos por qué? —claramente
Isaac sabía de quienes estaban hablando sus dos acompañantes.
—Porque ellos serán
nuestro nexo con los héroes adultos —aseguró Andrés—. Y de hecho, ya está
pasando algo que nos va a ayudar muchísimo. Pero primero quiero preguntarte
algo: ¿quieres formar parte de lo que te acabamos de plantear?
Isaac se quedó quieto un
instante, luego levantó la vista, y asintió. Momentos después, los dos primeros
guiaron a su nuevo amigo a las afueras de la ciudad, donde estaba su medio de
transporte: el mismo avión que alguna vez usaran mientras descubrían sus
poderes.
—¿No que el avión había
desaparecido? —preguntó Isaac.
—Sí, desapareció —dijo
Ricardo—. Pero no quiere decir que no lo podamos volver a pedir.
—Genial —fue lo único que
atinó a decir el impactado y emocionado Isaac.
Unife, Eria.-
El viaje en avión no duró
tanto como Isaac hubiera deseado, y de hecho fue más bien corto, a pesar de que
Unife se encontrara tan lejos. Una vez ahí, se dirigieron con avión y todo
hacia donde se encontraba el trailer de Riesgo y Adrenalina. Con todo ese ruido,
tanto Harry como Mary, acompañados por los pequeños inmortales salieron
corriendo del camión, a ver que era lo que ocurría. Para todos fue casi
chocante ver un avión de guerra aterrizar a metros de ellos, y aún más, ver cómo
tres niños descendían del mismo. Mientras, corrían hacia el tráiler, gritando
de emoción.
—¡Dime que no es increíble
volar en avión! —gritaba Depod.
—Toda la razón —asintió
Isaac, aún temblando de los nervios.
—¿Cuántos minutos quedan? —le
preguntó Base a Depod.
—No queda casi nada —respondió
éste mirando su reloj—. De hecho, va a desaparecer… ahora —terminó después de
unos segundos. Dicho y hecho, el avión desapareció tras ellos, con un
resplandor rojizo.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó
extrañadísimo Riesgo.
—Mary, Harry, Duncan y
Phil; pasemos al trailer y podremos conversar acerca de todo esto —dijo
orgulloso Base.
—Yo soy Ricardo Martínez —dijo
Depod—. Tengo el don de poder pedir un deseo al día, lo que sea, pero pasadas
24 horas lo que haya pedido desaparece. Mi pseudónimo es Depod.
—Yo soy Base, me llamo Andrés
Gutiérrez, y tengo el don de saber todo lo que sepan los humanos… en otras
palabras, poseo todo el conocimiento del ser humano, pero no soy consciente de
lo que sé sino hasta que por necesidad pienso en ello.
—Yo soy Inter —los otros
dos lo quedaron mirando—. ¿Qué? Lo pensé en el camino —luego se dirigió al
resto—. Me llamo Isaac Asimov Fernández, porque mis papás son fanáticos de la
ciencia ficción. Básicamente yo puedo moverme a través de las dimensiones que
existen en nuestro universo, y a aquellas más insignificantes también. Es en
una de esas dimensiones que conocí a Khinoh, un anciano que entrena a gente
como yo, de las distintas realidades, líneas temporales y dimensiones, que
tienen mi misma habilidad. Sé que nací con esto, y además, Khinoh me enseñó a
aprovechar la energía que une las realidades en forma de magia, aunque liviana,
porque debemos mantener un equilibrio.
—Ahora bien —continuó Base—,
sabemos quiénes son ustedes, Riesgo y Adrenalina, y lo que hacen. También
sabemos de ti, Duncan y de tus poderes que se manifiestan cuando estás en
problemas. Y por último, de ti Phil, que no tienes reflejo, y puedes entrar en
el mundo de los espejos y hacer allí lo que quieras. Hemos venido a proponerles
algo…
Angalil, Eria.
Sasha caminaba sin rumbo
por la ciudad. Pensaba que hubiera sido mejor haber sacado alguno de los autos
que sus padres ocupaban menos, de esa manera hubiera sido mas fácil llegar a su
destino. Además ella no se subiría jamás a un microbús, y por otra parte, no tenía
las tarjetas que se usaban en el transporte público y el metro. Estuvo vagando
mucho, horas incluso, hasta que se le ocurrió una idea. Se acercó a una
bencinera desierta. El dependiente estaba sentado, adormilado en su escritorio,
dentro de la caseta. Pero cuando vio a Sasha, se incorporó y se le acercó,
sonriente. Sasha entendió las malas intenciones del tipo, y le lanzó una bola
de energía a los pies, y la hizo estallar, haciendo que el dependiente saliera
despedido unos metros hacia atrás. Desde el suelo, el pobre tipo levantó la
vista y vio la sonrisa sarcástica de la niña, que tenía su mano en alto, amenazante.
Se puso de pie con dificultad, y corrió lo mas lejos y rápido que pudo. Sasha se
volteó, lanzó un par de bolas de energía sobre cada dispensador de combustible,
y se alejó. Una vez a una distancia prudente, hizo un ademán con su mano, y la
bencinera empezó a estallar.
IV
De pronto, apareció entre
ella y el fuego, un grupo de niños y adolescentes. Eran el nuevo equipo juvenil
que se estaba formando. Al ver el fuego, Base habló.
—Llegamos un poco tarde,
parece. Duncan, ¿crees que puedas crear un domo sobre el fuego, y extinguirlo?
—¡Alto! —gritó Sasha,
enfadada—. No pueden llegar y detener esto. ¿Quiénes se creen que son, niñitos?
Sin ofender a Harry y Mary presentes, claro…
—Sasha —continuó Andrés,
casi sin prestarle atención a la rabieta de la niña—. Estos “niños” que tu ves
aquí, son exactamente lo que tu esperabas que apareciera. Querías alguien que
te tomara en cuenta, y aquí estamos. Sabemos de tus poderes, y de tus ganas de
mostrarte al mundo. La pregunta es, ¿quieres unirte a nosotros?
—Pero… pero… no entiendo
como saben de mi... —preguntó ella, mientras veía, desilusionada y decepcionada,
cómo la fabulosa explosión que había causado se extinguía bajo el domo de
Duncan—. ¿Quien les dijo acerca de mi?
—Lo sabrás si te nos unes,
Sasha Powers —le insistió Base, ante la mirada atónita de la niña—. Sabemos que
ese es tu alias, y sé también cómo te sientes ahora… Es decepcionante, pero es
lo que hay. Ya te he demostrado que sé muchas cosas, por lo que te aseguro que
con nosotros tendrás la única oportunidad de ser lo que quieres ser.
La niña vio que su orgullo
y las ganas que tenía de dejar un desastre para poder llamar la atención, se desvanecían
por estos niños, tal como lo hacía el fuego que había causado. Le costó
tragarse la humillación que sentía, pero asintió. Casi llorando, dijo que sí.
—No te preocupes, Sasha —dijo
Harry, posando su mano en el hombro de la niña—. No tiene nada de malo que no
haya resultado como pensaste, pero por lo menos lograste unirte a alguien que
te puede hacer conocida y respetada.
—Gracias, Harry —exclamó
la niña, abrazándolo con los ojos llenos de lágrimas de humillación—. De verdad
es un alivio escuchar tus palabras.
Y tal como lo había
supuesto Base, la chica aceptó unirse al grupo, y confirmó el hecho de que ella
era fanática de Riesgo, mientras él le mostraba su mano, con el gesto típico de
“OK”, y guiñando el ojo a espaldas de Sasha.
Todo resultaba a pedir de
boca para “Young Power”, como sugirió Duncan para nombre del grupo. Todo fue de
acuerdo a lo planeado, y ahora sólo bastaba hacerse un nombre ante los adultos,
para poder trabajar por la defensa de la Tierra, tal como todos deseaban, muy
dentro en sus corazones.
Fin...
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