I
“No
me dan ganas de levantarme hoy. ¿Para qué trabajar, si ya estoy viejo y no
tengo nada ni nadie de que preocuparme? … Ojalá ocurriera un milagro que
cambiara esto…”.
El
ánimo de Oliver Rice había empeorado desde que el nuevo mundo despertó. Le
parecía que su vida había quedado vacía tras perder lo único que tenía. En este
mundo no estaba su hijo, Ray. Aún recordaba cuando lo vio por primera vez.
Adoptar era una opción a la que le temía, pero una vez que lo hizo, jamás se
arrepintió.
Ray
había sido un excelente hijo, pero aún más, había sido un héroe, y el mundo lo
consideraba uno de los grandes. Oliver lo conoció desde antes de que su
supervelocidad se manifestara, lo entrenó como un atleta de alto nivel, y
conoció sus sueños, sus frustraciones y sus secretos, y vio como Ray creció y
se hizo un gran hombre y un gran héroe.
Pero
Rayo Veloz ya no corría más en este mundo, y a Oliver le dolía aceptarlo. Y Ray
Rice, su hijo, tampoco estaba ahí, y eso le dolía tanto o más.
Ese
día, Oliver luchó contra sí mismo más que de costumbre sólo para levantarse de
la cama. Pero debía hacerlo. La vida continuaba, y los nuevos chicos a los que
enseñaría los secretos del atletismo lo esperaban. Así, de mala gana, se
levantó y se dirigió al gimnasio municipal de su ciudad, Speedway City. Aunque
a Oliver Rice le pesara, comenzaba un nuevo día, o como él pensaba, “sólo un
día más”.
II
El
día en Speedway City había amanecido gris. La ciudad, enclavada en el centro de
Eria, era el centro automotriz del país, así como un lugar de confluencia vial
desde donde nacían todas las grandes carreteras y autopistas. Allí se
desarrollaban además, una serie de competencias deportivas que tenían que ver
con la velocidad, concepto natural en esta dinámica urbe.
En
este contexto fue donde surgieron héroes como el segundo Megabot y Rayo Veloz,
que se convirtieron con el tiempo en dos de los más importantes del país y del
mundo. Rayo Veloz se destacó por mucho tiempo como un miembro estable del
principal equipo de héroes del planeta, los Defensores Unidos, mientras que
Megabot fue parte de Ultraforce, el segundo grupo más importante.
Sin
embargo, Rayo Veloz, al igual que otros de los que lucharon en la Última
Guerra, como el Capitán Cometa, el Hombre de Fuego y Arcángel, desapareció por
completo de la faz de la Tierra en el mismo momento en que el mundo “se apagó”.
Cuando el mundo despertó, estos héroes ya no estaban y no había nadie que
supiera nada de su paradero.
El
estado de confusión del mundo en esos primeros días del nuevo mundo podía ser
atribuido en cierta medida a la ausencia de algunos de los defensores más grandes,
y por lo tanto, de grandes referentes para las personas. Así pensaban muchos,
entre ellos Oliver Rice. Él había sido el primero en ver a Ray manifestar
supervelocidad durante una de las carreras en las que participaba, lo cual lo
obligó a tomar drásticas decisiones, como retirarse del atletismo. Y fue
también él quien lo incentivó a usar sus habilidades por el bien del mundo. Por
varios años, Rayo Veloz defendió a las personas y se destacó entre los héroes,
enfrentando todas las grandes amenazas del mundo antiguo.
Pero
hoy no estaba, y Oliver no quería más recuerdos, porque eso no haría que él
volviera. Oliver miró el horizonte, suspiró y siguió su camino, intentando
poner su mente en blanco.
III
Si
bien el gimnasio quedaba a unos pocos bloques de distancia de la casa de
Oliver, hoy el camino le había parecido una eternidad, como si hubiese caminado
unos cuantos kilómetros. Se sentía débil, como si llevase un peso en su
espalda.
En
el edificio donde estaba el gimnasio aún se realizaban trabajos de
reconstrucción, por lo que se encontraba llenos de andamios y material que
hacían que el lugar se viese extraño, como desolado. Oliver miró hacia arriba,
a los andamios, y le parecieron tan lejanos, como si sus fuerzas no alcanzaran
a llegar tan alto si es que intentara subir. Suspiró con resignación, agachó la
cabeza, y luego miró al frente. Al entrar al salón, donde lo esperaban los
nuevos alumnos de la academia de atletismo, recordó muchas cosas. Pero de
inmediato las puso en el fondo de su mente para concentrarse en el presente y
el futuro.
Miró
a los jóvenes que esperaban aprender. Eran seis niños y adolescentes, que iban
entre los 10 y los 17 años. Venían de distintos lugares de la ciudad, pero
tenían en común que eran huérfanos. Desde que conoció a Ray, Oliver creó esa
academia para jóvenes huérfanos en riesgo social, para que el deporte fuera una
forma de escape de sus problemas, y para aquellos que tenían las capacidades,
una oportunidad para el futuro.
—Muy
bien, jóvenes —comenzó diciendo—. Mi nombre es Oliver Rice, y seré su profesor
de atletismo en esta academia. Espero que el deporte les encante, porque yo
pondré todo de mi parte para que sean grandes atletas y lo disfruten.
La
clase comenzó minutos después. Oliver exigía a sus estudiantes al máximo. A sus
52 años, la vida le había dotado de gran experiencia y sabía cómo hacer de un
joven un campeón.
Dos
horas de trabajo más tarde, Oliver envió a sus alumnos a la ducha. La clase se
había terminado. A pesar de estar ocupándose en algo que le apasionaba, aún no
podía sacarse esa falta de ánimo que lo afectaba. Oliver se preparó para volver
a casa. No había mucho más que pudiese hacer, menos si no tenía la motivación
para hacer nada. Se vistió, y salió del gimnasio, rumbo a la salida del edificio.
IV
Al
llegar a la puerta, Oliver titubeó por un momento. “Debo ser más fuerte que
esto” se recriminó, y se propuso darse el ánimo necesario, porque no podía
rendirse así ante la vida. En seguida, abrió la puerta, dio un paso para salir
del edificio, y sintió un fuerte ruido que venía desde arriba de su cabeza.
Levantó la vista de inmediato, y vio como uno de los andamios llenos de
material de construcción se precipitaba sobre él. Oliver cerró los ojos, y
sintió un gran escalofrío en todo su cuerpo.
Tres
segundos después, Oliver abrió los ojos, y vio como aún caían los escombros,
pero a varios metros de él. Para su sorpresa, se dio cuenta que la puerta del
gimnasio también estaba a varios metros, y que quien se había movido no eran
los escombros, sino él. Miró a su alrededor, incrédulo por lo que había pasado,
y de pronto, detrás de él, escuchó una voz de niño.
—Señor
Rice, ¿está bien?.
Oliver
se giró, y vio tras él a uno de sus estudiantes. Siguió mirando y no vio a
nadie más lo suficientemente cerca para ser el responsable. Pensó de inmediato
que era posible que Ray estuviese de vuelta y que lo hubiese salvado y se
hubiese ido de inmediato. Pero al verlo buscando con la vista por todos lados,
el joven habló.
—Eh…
eso… fui yo, señor Rice.
Oliver
lo miró con ojos incrédulos. Pero le pareció que el pequeño no mentía. Como vio
que se estaba aglutinando gente en el lugar, Oliver tomó al joven del brazo y
lo llevó a un lugar un poco más apartado. Caminaron poco más de una cuadra. Y
Oliver, que aún no salía de su estupor por lo acontecido, comenzó a
interrogarlo.
—¿Cómo
te llamas, hijo?
—Mi
nombre es Roy Moore, señor —respondió.
—Y
dices que tú me salvaste…
—Así
es… yo lo vi en peligro… y sólo corrí… —respondió el niño, que parecía hablar
con sinceridad.
—Pero,
¿te das cuenta que para salvarme, lo único que pudiste haber hecho es moverte a
una velocidad muy superior a la humana? —preguntó Oliver, enfatizando esa
última parte.
—Pues…
—el niño hizo una pausa, miró para todos lados, y luego siguió—. Creo que puedo
hacer eso…
Oliver
lo miró aún más sorprendido. Las palabras del niño parecían salir con toda
naturalidad, y ser ciertas.
—¿Qué
edad tienes, Roy?
—Tengo
14 años, señor.
—Muy
bien —finalizó Oliver, mientras se cercioraba de que nadie estuviese cerca—. Si
dices que fuiste tú quien me salvó, y que puedes hacer esto, demuéstramelo.
En
ese momento, Roy miró a Oliver y sonrió. Luego giró su cabeza en la dirección
contraria, y dio un paso, y de pronto un fuerte ruido acompañó al joven que
salió despedido a una velocidad increíble. En un segundo, Roy estaba a varios
cientos de metros de Oliver. Un segundo después, corrió de vuelta con la misma
velocidad, y estuvo en el lugar donde había partido su carrera.
—¿Ve?
—dijo el chico—. A eso me refería.
Oliver
no podía creer lo que veía. Con los ojos llenos de lágrimas y una emoción
incontenible sólo atinó a decir una cosa.
—Tú
eres el milagro que esperaba.
V
Oliver
invitó a Roy a ir con él a su casa. En el camino le hizo preguntas para saber
si podía confiar en él. Necesitaba saber eso para estar seguro de contarle la
historia de Rayo Veloz, y más aún para proponerle lo que tenía en mente. Roy le
contó que no conoció a sus padres, y que desde que tenía memoria vivía en un
orfanato. Le contó además que admiraba a los defensores, y que le gustaba mucho
reírse. Se veía que era un chico alegre, sincero y respetuoso. Una vez que
Oliver supo suficiente, se decidió a contarle la verdad.
—Roy
—dijo con seriedad—. Hay un secreto que
quiero que guardes. ¿Lo harías?
—Por
supuesto, señor Rice.
—Muy
bien. Pues, debes saber que mi hijo era Rayo Veloz.
Los
ojos de Roy brillaron. Le parecía emocionante saber que su profesor había
conocido a uno de los héroes. Escuchó con atención y curiosidad.
—Pero
él ya no está en este mundo —continuó Oliver—. Después de la Última Guerra, no
supe qué pasó con él, pero sé que no está aquí. Así que siento que el vacío que
queda con su ausencia, es necesario llenarlo.
Oliver
miró a Roy. Quería descubrir si realmente el chico comprendía lo que le quería
decir. Le parecía que era un tema delicado.
—Y
basado en mi experiencia con Rayo Veloz —prosiguió—, siento que… quizás…
podríamos devolverle al mundo lo que ha perdido sin héroes como él…
Roy
se detuvo. Miró fijamente a Oliver, con cara de seriedad, pero con un brillo
muy marcado en sus ojos.
—¿Me
está diciendo que yo podría reemplazar a Rayo Veloz? —preguntó.
—Si…
algo así —respondió Oliver—. Tú podrías ocupar el lugar que dejó Rayo Veloz y
convertirte en un héroe para esta ciudad y para el mundo.
Roy
miró el horizonte, y pensó por un momento. Por su mente pasaron un montón de
ideas. Se vio con un traje, corriendo por la ciudad, ayudando personas,
combatiendo villanos y compartiendo con otros grandes héroes. Pero hubo un
pensamiento que se impuso sobre el resto: “¡Las chicas querrán conocerme!”
—¿Qué
dices Roy? ¿Te atreves? —preguntó Oliver—.
Yo podría entrenarte y ayudarte.
—¡Por
supuesto, señor Rice! —interrumpió el jovencito, sonriendo—. ¡Por supuesto que
lo haré!
Oliver
y Roy se dieron la mano e hicieron el compromiso de dedicarse completamente a
esta nueva aventura. Luego fueron a casa del profesor y comenzaron a diseñar el
plan de entrenamiento de Roy.
La
preparación, el traje, los pasos a seguir y todo lo necesario para convertir a
Roy en un héroe fueron diseñados en ese lugar, por ambos, en los siguientes
días, después de los entrenamientos de atletismo. Hasta que cierto día,
escucharon en las noticias acerca de un extraño ataque en Angalil, provocado
por un “robot gigante”, y el caos que eso traía como consecuencia en esos
momentos.
—Debo
ir, señor Rice —dijo Roy—. Necesitan toda la ayuda posible…
—¿Estás
seguro, Roy? ¿No será demasiado pronto?
—Pues…
—dijo Roy, pensándolo por un momento—. No lo sabremos si no lo intento, ¿no?
Oliver,
extasiado como estaba ante esta nueva esperanza en su vida, no pudo negarse. Quizás
era hora de que el mundo conociera a aquel que iba a ocupar el lugar del gran
Rayo Veloz.
—Muy
bien, Roy —dijo entonces—. Sabes qué hacer. Sólo cuídate, por favor.
Roy
corrió, y en pocos segundos ya había cambiado su ropa. Su traje de héroe estaba
basado en el de Rayo Veloz, pero era algo nuevo. Cuando Roy estuvo preparado,
miró el horizonte, como calculando cuantos minutos o segundos tardaría en
llegar desde Speedway City a la capital de Eria.
—Espera,
Roy. Aún no tienes un nombre clave… ¿Quién serás?
Y
tras pensarlo un momento, Roy respondió.
—¿Por
qué negar lo que soy? ¡Soy Quick!
Y
un segundo después, corría.
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