I
Se detuvo en seco. A su alrededor hay ruinas y
fuego. Vio un segundo sus manos, pero no encontró sus dedos. Ni sus nudillos.
Ni sus muñecas. Una de ellas sostenía un arma. Sin saber por qué, la dispara.
Siente que es testigo y parte de un momento crucial. Como tantas otras veces.
Una capa vuela a su lado. No oye ni ve claramente: está severamente herido. El
hombre de la capa roja, azul y blanca musita unas palabras. Luego el fuego lo
rodea.
II
- ¡General! ¿Se encuentra bien?
- ¿Qué?
Un complejo militar ha reemplazado las llamas.
El hombre de la capa también ha desaparecido. Sus manos han vuelto a ser las de
siempre.
- No… No pasa nada.
- ¿Seguro? Estuvo varios minutos con la mirada
perdida.
- Estaba tratando de recordar algo. ¿En que
estábamos?
- Le estaba notificando, señor. El gobierno de
los Estados Unidos ha decidido retirarse unilateral y permanentemente de la cooperación
en el Departamento de Asuntos
Extraordinarios.
Coge los papeles que el enviado norteamericano
le extiende. Efectivamente, el tratado contraído tanto tiempo antes contiene
una cláusula que permite al país benefactor –en este caso E.E.U.U.- retirarse
en cualquier momento. Y no sólo eso:
también tiene el derecho a confiscar (que palabra más desagradable, piensa Campbell)
todo aquello que constituya parte de su inversión. Pero por supuesto, esto ya
lo sabe; el hacerse el desentendido siempre es parte del juego.
- ¿Cuándo recogen todo?
- A partir de mañana llegarán los cargueros. Le
sugiero alertar de esto a todo el personal, para el tema de contratos y la
evacuación de la isla.
- Ya firmé la notificación. Del resto me
encargo yo.
Una vez retirado el empleado gubernamental,
Campbell se sienta en su escritorio y mira su preciado mapa de Eria. No es su primera crisis, por lo
que está preparado. Siente un poco de lástima por sus subordinados, pero sabe
que su futuro está más que asegurado, luego de tantos años al servicio de esta
organización. Su propio porvenir le es incierto: se avistan días oscuros y
peligrosos. Pero esto está lejos de detenerse. Juguetea con su botonera
comunicadora: un dispositivo que le permite llamar a ciertos contactos
predeterminados, en cualquier lado del globo que se encuentren, sin que sea posible
un rastreo de esa llamada; camuflado como una artefacto obsoleto, es una de sus
posesiones más preciadas. Saborea los instantes previos: su siguiente acción
desencadenará los eventos para los que se viene preparando por años. Al fin,
presiona uno.
- Archie, necesito que vengas a mi despacho de
inmediato. La operación Muralla Caída
acaba de ponerse en marcha.
III
- Campbell, le presento a Dwayne Storm, jefe de Inteligencia de E.E.U.U.
La escena parece ambientada años atrás. Campbell no parece muy cambiado, sin embargo.
- Señor Storm, Mark Campbell es el hombre del que le hablé. Experimentado táctico,
estuvo tras los grandes triunfos de la Segunda. Creo que es un hombre que puede
liderar su proyecto.
El apretón de manos de Storm es firme. Campbell
sabe quién es; pero como siempre ha dicho -para sí- el hacerse el desentendido
es parte del juego. De su juego.
- Señor Campbell, los Estados tienen plena conciencia
de la existencia de radialterados
entre los habitantes del mundo, incluso aquellos que no han manifestado
públicamente identidades secretas. La forma en que hemos llegado a poseer ese
conocimiento no es relevante, y nos interesa que siga siendo un secreto para la
gran mayoría. Creemos, sin embargo, que la existencia de tales individuos
potencialmente peligrosos no debe ser en la clandestinidad, al menos no para
nosotros.
Una ligera mueca aparece en el rostro de
Campbell. El control total vuelve a tomar parte del mundo, piensa, y quien más
que los Estados Unidos para desearlo. Observa a Dwayne Storm hablar, sabe lo
que dirá, sabe que le pedirá ser parte de la Iniciativa Checklist, como también
sabe que en un tiempo más tendrá relación con la muerte de este hombre. Ahora
su mueca se transforma en una pequeña sonrisa torcida hacia un lado, un gesto
más que propio de los Campbell.
IV
Siglos antes.-
Diarmuid Ua Duibhne está agazapado, arco y
flecha en mano, con el jabalí a varios metros. La cuerda ya está tensa, sólo
espera que el animal ponga en la mira el punto vital preciso que asegure que
sólo una flecha baste para quitarle la vida. Pero Diarmuid no se concentra.
Mientras mira al jabalí con un ojo, con el otro controla todos los movimientos
de Fionn, un par de metros más allá.
Fionn Mac Cumhaill, otrora enemigo mortal, lo
había invitado a esta cacería amistosa. Aengus, padre de Diarmuid, había
intercedido e incluso logrado que Fionn recuperase su cordura, hace ya
bastantes años; pero si hay un rasgo característico de Diarmuid, aparte de la
boca torcida es su infinita desconfianza. Por ello, oculta bajo las ropas lleva
a Moralltach, la Gran Furia. Hubiese sido más fácil cargar a Beagalltach, la
Pequeña Furia, pero prefirió dejársela a Gráinne, su esposa, motivo del extinto
odio de Fionn, en caso de emergencia.
El jabalí huye. Perdido en sus elucubraciones,
se ha distraído y el animal, quizás presintiendo el peligro, ha elegido
moverse. Instinto quizás. Como el primario instinto de la desconfianza, piensa
Diarmuid.
- Algo te pasa hoy, Diarmuid. Tu agudeza en el
campo te ha valido gran fama, la que no me demuestras aquí. ¿Desprecias las bestias
que te ofrezco en mis dominios? Pensé que los rencores habían quedado en el
pasado.
Quizás tiene razón. Quizás debe relajarse un
poco.
Lo siguiente que sucede no está en los libros
de historia. Un colmillo de jabalí envenenado emergió de entre las ropas de
Fionn. Herido en un pulmón, no puede siquiera pedir ayuda. Se desvanece,
hundiéndose lentamente en el sopor de la agonía…
Puede verse muriendo. Ver su propio cuerpo,
como si fuese otra persona. Tratando de moverse más cerca, comprueba que
efectivamente ES otra persona. Ahora es Fionn. No sabe cómo, pero ahora posee
el cuerpo de su asesino quien, transmutado en su ex cuerpo, tampoco entiende lo
que ha sucedido.
Lo que viene después figura como un relato
trocado. Una bestia salvaje supuestamente asaltó a Diarmuid, Fionn intentó
salvarlo pero no pudo, Aengus enterró a su hijo y su descendiente Cailean Mór
sería el primer jefe del poderoso Clan
Campbell, los “boca torcida”. Fionn hizo leyenda, por otra parte, ganándose
su lugar en la tradición celta. Nadie sin embargo nunca notó que la sonrisa de
Fionn se había tornado extraña luego de la muerte de Diarmuid.
Extrañamente torcida.
V
Archie es un hombre relativamente
joven, no más allá de treinta años, de mirada firme y de ascendencia irlandesa,
como todos los hombres de confianza de Campbell. Sabe exactamente que está sucediendo y cuál es
su rol en los acontecimientos relacionados con la secretísima Operación Muralla
Caída.
Claro. Claro que lo sabe, piensa Campbell. Pero
no lo entiende.
- Los norteamericanos se están preparando, Archie.
Se viene una gran guerra, “los Estados Unidos contra el mundo”, y esta vez no
es una película. Es en serio –le extendió la orden de embargo que le había
presentado hace unas horas el enviado estadounidense- y ya no confían en
nosotros.
- Esto es bastante malo, señor.
- En realidad no lo es tanto. Si bien ellos
perdieron su confianza en The Wall, no saben que nosotros nunca confiamos en
ellos. Tengo un plan de contingencia.
Archie escucha y anota en su Tablet. Campbell
pronuncia la última fase de la operación. Archie deja de digitar y mira a su
superior, esperando quizás haber oído mal.
- Escuchaste bien, Archie. La última parte de
la operación Muralla Caída consiste en que tú, y sólo tú, debes matarme.
VI
Los hechos se dieron como Campbell los predijo.
Su habilidad cognoscitiva, heredada de los antiquísimos poderes místicos de una
bruja macedónica (cuya identidad también poseyó un tiempo) y aumentada en miles
de veces durante los siglos siguientes, le permite trazar las directivas
necesarias para sobrevivir, cada época histórica, cada crisis mundial, a cada
muerte que es a la vez vida.
Archie se encarga de dirigir la mayor parte,
ocultando equipos, trasladando plataformas, copiando y destruyendo material
confidencial; todo frente a las narices de los oficiales norteamericanos, que miran
y miran sus contenedores casi vacíos, pero con las listas completas y
preguntándose: ¿en todos estos años,
estos idiotas no hicieron nada?
Campbell no deja su despacho ni un momento. Ha
visto el futuro, ha visto su propio fin y no le gusta. El hombre de la capa
roja, blanca y azul lo mata. Lo mata de verdad. Ahora mira su botonera. No
puede trasladarla, su tecnología no es terrestre, llevó años transformarlo, o
más bien adaptarlo a un uso; sospecha que es del planeta Robotron. Nunca nadie
se atrevió a desarmarla, por miedo a jamás volver a entenderla.
Campbell mete la mano detrás y jala unos tubos.
La máquina grita, gime, sulfura, agoniza. Muere. Pero no sin un propósito: en
un tubo, extrae un líquido que luego sella herméticamente. La puerta, se abre. La puerta. Nadie puede
pasar la puerta.
- Sé lo que está haciendo, Campbell. No huirás.
En este momento la armada estadounidense se dirige hacia acá para arrestarlo
por robo de propiedad gubernamental – el funcionario lo apunta con una pistola.
- Usted… no debería estar aquí… – Campbell
parece tremendamente contrariado. Luego dice en voz baja - El futuro… está en
movimiento, está cambiando demasiado rápido, quizás moví muchas piezas a la
vez…
Vacila. Por primera vez, no está seguro qué
paso debe dar.
Retrocede dos pasos y se encuentra con la
pared.
- ¡Señor!
- ¡No te muevas! ¡Tú también estás arrestado!
- La iniciativa debe cumplirse, sin importar
cómo.
Dos balas se alojan en la cabeza de Mark
Campbell, matándolo al instante. La
conciencia de Archie desaparece. El funcionario norteamericano mira con horror
la escena, sin notar que en el rostro del joven una sonrisa torcida se dibuja.
- Lo mataste… ¿por qué?
- Usted no entiende. Ni debe entender.
- ¡Aléjese!
Tres disparos hacen vibrar el aire de la
oficina y manchan su piso con sangre. Dos cuerpos yacen en el piso.
Epílogo I
La Operación Muralla Caída fracasa.
La armada estadounidense llega antes de lo
proyectado. Logran recuperar muchos componentes, sobretodo infraestructura,
pero la mayor parte son paneles y circuitos base, los que se encontraban
ocultos sin saber por qué. Gran parte del equipo de investigación se presume
desaparecido, quizás destruido. El desmantelamiento de The Wall continúa, bajo
el impacto de la muerte del general Mark Campbell y un joven irlandés,
encontrados muertos en el despacho en una especie de tiroteo. Se encuentran,
además, variadas especies, incluyendo una máquina de origen desconocido, que se
encuentra actualmente en estudio. Dennis Sears, enviado como agente supervisor
del embargo, se encuentra actualmente desaparecido.
Epílogo II
Miles de kilómetros bajo tierra, se encuentra Agartha, un reino desconocido y
antiguo, tan antiguo casi como el planeta mismo. En sus cercanías, vagando por
túneles y galerías desiertas, el General
Drilón, otrora opositor y golpista, rumia su venganza. Entonces encuentra
algo. Algo que no estaba ahí antes.
Una cúpula ha aparecido, en una galería amplia
y alta, ocupando los espacios como si hubiese sido pensada para ocupar ese
espacio físico específico. Drilón penetra con cautela. La luz lo ciega un poco,
pero lentamente vislumbra equipamiento científico de primer nivel. No lo sabe,
pero ha sido trasladado mediante una bomba-agujero-de-gusano, manufacturada por
los ingenieros de The Wall, siendo un único prototipo el utilizado (una jugada
hecha con el corazón más que con la mente) por orden de Campbell. Al centro de
todo, un hombre calvo, con el pecho ensangrentado y respirando apenas, ensucia
todo el inmaculado inmueble. Este se percata de la presencia del agarthiano y
le pide con señas que se acerque.
- …mátame… - le susurra cuando está a distancia
suficiente.
Ni un segundo demoró en hundir su cuchillo en
la garganta del humano. No supo jamás por que sonreía al morir.
Epílogo III
No es lo apropiado, pero sirve, piensa Diarmuid, ahora Drilón, antes Dennis
Sears. Se agacha a recoger dos tubos en los bolsillos de la chaqueta de Sears.
Uno contiene el líquido de la botonera. El otro, un fluido rojo, recolectado
por Archie en unos de sus múltiples encargos. Sangre, evidentemente.
El equipo que alcanzó a rescatar desde la
instalación de The Wall no es suficiente, pero servirá. Lo demás puede palearse
con agartita y el conocimiento recolectado de la mente de Drilón sobre el
metal.
- No pueden matar a Diarmiud Kampbul. Soy el
sobreviviente por excelencia. Siempre volveré. Siempre.
Toma el tubo con el fluido alienígena y lo
etiqueta como “Robotron”. El tubo con fluido sanguíneo lo etiqueta como “Camille Sanders”…
Continúa en IMPERIO #1...
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