18.3.09

Mirox Presenta #1

“Espinas” (Parte 1 de 2)
Historia: Rodrigo Roa.

I

Santiago, Chile. Hace unos meses.

La protesta había transcurrido con calma hasta ese momento. Una multitud se había reunido en frente del edificio presidencial, y la mayoría portaba pancartas y gritaba con efusividad.

La reunión del Mercosur no había pasado desapercibida para cierto sector de la vida política del país, y los civiles que comulgaban con esas ideas, estaban dejando saber su opinión. La policía tenía bien resguardado el lugar. Por eso, a pesar del ruido, la calma dominaba en la escena.

En medio de los manifestantes, se encontraba Miguel Álvarez. El estilo punk con que vestía, demostraba la gran rebeldía de cada aspecto de su ser. Era uno de los más entusiastas de la multitud.

A unos metros de él, Pablo Espinoza trataba de pasar con dificultad entre la gente. Quería llegar hasta su viejo amigo Miguel, pero no estaba seguro si debía estar allí. Las ideas de ambos amigos eran muy diferentes, a pesar de que su amistad los unía desde muy pequeños. Mientras Miguel era punk, y participaba de movimientos populares, Pablo se preocupaba completamente de estudiar y hacer lo que su madre decía.

- ¡Miguel! ¡Miguel! – Pablo trataba de hacerse oír en medio del ruido, pero sólo cuando Miguel miró de casualidad en su dirección, consiguió su atención.

- ¡Pablo! ¡Qué bueno que viniste! – dijo Miguel apenas lo vio. Ambos hicieron un esfuerzo para acercarse, y poder hablar con ese ruido - ¡Al fin te veo en una marcha! ¿Cambiaste de opinión?

- ¡No! ¡La verdad, aún no sé qué hago aquí! ¡Sólo te buscaba a ti! – respondió Pablo.

- ¡Pues, deberías pensarlo mejor, y estar con nosotros en esto!

Pablo no alcanzó a responder, cuando escuchó el ruido de una explosión en las cercanías. Apenas unos segundos después, la policía avanzaba contra la multitud, y ésta respondía con un alboroto de proporciones. Los escudos policiales comenzaron a recibir piedras, y las personas comenzaron a sentir los golpes de las lumas.

En medio del caos, Miguel y Pablo trataban de huir, pero era demasiado tarde: estaban rodeados. Pablo trató de tomárselo con calma… Pero en ese momento, Miguel lanzaba una piedra contra uno de los policías… y la calma se acabó.

II

Fue como si por un segundo, todo se detuviera. Pablo jamás pensó que se vería envuelto en un desorden como ese, y menos que su gran amigo Miguel hiciera algo tan… atrevido. La piedra impactó de lleno en el escudo de uno de los policías, y rebotó lejos. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Pablo.

De inmediato, los policías se abalanzaron sobre ellos. Uno tomó del brazo a Miguel, y otro sujetó la polera de Pablo. Miguel trató, con ímpetu, de zafarse, pero Pablo no hizo ningún movimiento. Los policías los agarraron con más fuerza, y el joven punk se resistió aún más.

En ese momento, que le parecía eterno, Pablo vio como uno de los policías movió su brazo con la intención de golpear a Miguel. Asustado, no se pudo quedar de brazos cruzados, y se interpuso entre la luma y su amigo.

La expresión del policía cambió radicalmente, y un grito de asombro se escapó de su boca. Frente a él, del cuerpo del muchacho que se interpuso en su golpe, habían brotado extrañas púas, afiladas y pequeñas, hechas de material óseo, y eso había bloqueado el golpe.

Todos los policías se detuvieron, y se alejaron unos metros. Miguel estaba igual de sorprendido, pero al ver la oportunidad, tomó del brazo a su amigo, y juntos, corrieron. Los policías tardaron unos segundos en reaccionar, y luego persiguieron a los jóvenes que huían. Pero Miguel y Pablo fueron más veloces.

Y las “espinas” del cuerpo de Pablo aún no desparecían.

III

Le costó trabajo, volver a la normalidad. Una vez que se concentró e hizo un esfuerzo, las “espinas” volvieron a entrar a su cuerpo… y así descubrió que eran retráctiles. No sabía qué pensar.

- Pablo… - dijo Miguel, con preocupación – Esas… cosas… ¿sabías que las tenías?

- Jamás me había ocurrido esto – respondió Pablo, muy confundido.

- Y… ¿te duelen? – preguntó el joven punk.

- No… Es extraño, pero a pesar del esfuerzo, no siento ni una pizca de dolor – respondió Pablo.

Miguel quedó pensativo por un instante. En silencio, meditó algo, y Pablo trató de descubrirlo con su mirada. Pero lo que le dijo, no era lo que esperaba.

- Pablo… Eso que tienes… es un superpoder, ¿no? Como los defensores, esos de la tele…

- Si… Eso creo… ¿a dónde quieres llegar? – preguntó Pablo.

- Y después del Vengador Justiciero, Chile se quedó sin un héroe… - Miguel hizo una pausa, para darle importancia a lo que diría luego – Estaba pensando que quizás… tú podrías tomar ese rol…

- ¡De ninguna manera! – dijo Pablo, exaltado.

- Piénsalo, amigo – continuó Miguel – Podrías asumir una identidad secreta, combatir el crimen… incluso podrías ayudar a nuestra causa…

- No, Miguel. No haré nada de eso que me dices. Mis poderes serán un secreto entre tú y yo, y no haré nada con ellos. Y no hay peros… Ahora… debo irme.

Pablo no dijo ni una palabra más, y se fue, con dirección a su casa. Miguel quedó pensativo. Veía los poderes de su amigo como una gran oportunidad…

IV

Contrariado por lo ocurrido, Pablo Espinoza caminó lentamente hasta su casa. Pensaba en lo que le había dicho su amigo Miguel, pero quería convencerse de que no era posible. Él no estaba hecho para ser nada más que un chico normal. O eso quería creer.

Una vez que estuvo solo, en una calle, y mirando atentamente su brazo derecho, hizo salir las “espinas”, y vio como, con un poco de esfuerzo, le era fácil sacarlas y volverlas a esconder dentro de su cuerpo. Respiro hondo, y levantó su cabeza para seguir caminando.

En ese momento, un grito interrumpió el silencio de esa calle solitaria. Era una mujer, y el eco de sus tacones se oía a distancia. Pero delante de ella, un hombre delgado corría en dirección a Pablo, y llevaba la cartera de la mujer en sus manos.

Al verlo, Pablo titubeó. Pero el delincuente pasó muy cerca de él, así que en un segundo, decidió armarse de valor. Girando, y sacando las espinas de su brazo, hizo un rápido movimiento, y las lanzó hacia el tipo. Las púas se incrustaron en una de sus piernas, y el delincuente cayó, lanzando un grito de dolor.

Pablo fue hacia él, aún nervioso, y tomó la cartera, que había caído a su lado. Miró al ladrón, y vio cómo le costaba ponerse de pie por las espinas en su pierna. A lo lejos ya se escuchaba la sirena policial. Entonces, el joven sacó más espinas de su brazo, e incrustó la ropa del tipo contra el suelo, para que no pudiese escapar. Luego, la mujer, con su teléfono celular en la mano, recibió la cartera de parte del improvisado héroe, y le agradeció con sinceridad.

Antes que llegara la policía, Pablo echó a correr, con una extraña sensación, y una sonrisa en su cara.

V

A Pablo le parecía que había vivido un día larguísimo. Cuando estaba cerca de su casa, deseaba con todas sus ganas dejarse caer sobre su cama, para pensar en todo lo que había pasado.

Pero apenas abrió la puerta de su casa, y vio q las luces estaban apagadas, supo que el día estaba lejos de terminar. Su mamá, encerrada en su pieza, había llorado por un par de horas, y la casa estaba completamente desordenada.

- ¿Qué pasó, mamá? – preguntó Pablo, apenas la vio.

- ¡Nos robaron todo, hijo! – respondió la mujer, sollozando – Un tipo entró a la casa, me amenazó, y se llevó todo…

- ¿Y llamaste a la policía? – preguntó Pablo, alarmado.

- Si… Pero me dijeron que no pueden hacer nada, porque no dejó huellas… ¡El tipo ya debe estar demasiado lejos!

Pablo sintió un nudo en la garganta. Si la policía no podía ayudarlos, ¿quién podría? Todas las imágenes del día se sucedieron en su mente. Había salvado a Miguel de una golpiza, y había salvado a esa mujer de un robo… Y ahora la víctima era su propia madre.

Entonces, Pablo miró hacia el cielo, y volvió a suspirar. Luego, habló, aunque no tan decidido.

- Mamá… necesito que describa al tipo que entró a la casa… Quizás pueda hacer algo…


Continúa...

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