I
Nunca esperé verme amenazado
por un niño. Así es, tan solo un niño, aproximadamente de unos 10 años, estaba
frente a mí con un fusil, apuntándome, mirándome fríamente, con temor tal vez.
Pero su mano denotaba seguridad, me hacía pensar que tal vez no sería la
primera vez que se encontraba en esta situación, que tal vez, la guerra había
hecho desaparecer en él la característica inocencia que todos poseemos a esa
edad.
Levanté las manos,
en señal de paz, pero él no soltaba el arma y cada vez lo veía más decidido a jalar
ese gatillo. Me comencé a acercar, lentamente, paso tras paso. Le hablaba, pero
al parecer no entendía mi idioma, tal vez estaba choqueado, no lo sé… su cara
mugrosa, me transmitía dolor, un dolor digno de lástima.
Si lograba que el
chico soltara el arma, podría intentar llevarlo al campamento para que lo viera
un médico, para intentar salvar lo poco de niñez que le quedaba… De
repente, siento cómo se dispara un
fusil. Instintivamente, me tiro al suelo – es algo que en la guerra te
acostumbras a hacer.
De pronto, vi como
el niño caía. Le habían dado, sus rodillas se doblaban y el peso de todo su
cuerpo recayó sobre ellas, los ojos vacíos mientras el fusil caía lentamente de
sus manos y el resto de su cuerpo se desplomaba sobre el pavimento.
Quedé ahí, boca
abajo, llorando de impotencia, sintiendo que de cierto modo yo merecía más
estar en el lugar de aquel muchacho, que a él le quedaba mucho por vivir, que
la vida debería devolverle la mano a cambio de la niñez que se le había despojado.
Después de un
momento sintiendo como todo a mi alrededor se desmoronaba, oyendo el silbar de
las balas al cruzar el cielo y fuertes explosiones de bombas que se detonaban a
lo lejos, me tuve que decidir a salir de ese lugar, dejando el cuerpo del
pequeño abandonado a su suerte, como muchos cuerpos que he ido dejando en el
camino… algunos son de amigos, otros de enemigos… también algunos civiles,
entre ellos, varios niños y mujeres que son las imágenes más desgarradoras que
guardo en mi cabeza. Lamentablemente no es el primer niño que veo morir en el
campo, pero siempre la muerte de uno es mil veces más fuerte que ver morir a un
soldado, o que ver morir a un adulto. Suelo sentir que podría haber hecho algo
por aquel pequeño ser… pero lamentablemente la realidad es otra, los niños que
han quedado acá están solos, sus padres y madres han muerto, ellos han
aprendido a sobrevivir como se adapta un pequeño animal al cambio de entorno. Tristemente,
no todos se adecúan rápidamente y la
mayoría pierde la vida en este proceso de adaptación.
A mi parecer, esta
guerra es cada vez más devastadora. Sinceramente, dudo que alguno de los
civiles que aún permanecen en el sector termine con vida, la muerte es el pan
de cada día.
Fácil es creer que
después de ver esto día tras día, con el tiempo se haga tan cotidiano que no te
afecte. Realmente no sucede así. Puede que al ver tantas muertes, aprendas a
actuar frente al dolor que te causan, pero cada caída en medio de la guerra es
un dolor desgarrador, al menos para mí. Yo nunca me preparé para esto, nunca
pensé que viviría una guerra y menos que sería un elemento activo en ésta, pero
existe un sentimiento nacionalista que nace en los corazones de todos cuando
vemos a nuestros coterráneos luchando por el país, es algo realmente enorme…
ese sentimiento fue lo que me llevó a enlistarme en el ejército.
No me arrepiento de
haber tomado la decisión de participar en esta guerra, porque cada vez que
salgo a luchar o cada vez que estoy en algún operativo, siento que estoy salvaguardando a mi familia, siento que de mi depende que se
encuentren a salvo, que estoy siendo útil para ellos, que lucho por ellos. Más
que por el país, es por esas personas que quiero por quienes estoy arriesgando
mi vida día tras día.
II
Anochece en el
campamento. La soledad y el recuerdo de las personas que queremos comienza a
tomar posesión de nuestras mentes, eso lo puedo ver en todos mis compañeros,
cada uno con alguna foto o carta en la mano de aquellas personas importantes
que dejaron por venir a combatir en nombre de su nación.
Lágrimas afloran de
los ojos militares, incluso de los más fuertes, recuerdos de vidas felices,
recuerdos de personas importantes. De cierto modo, ese es el combustible que
nos mantiene luchando todos los días.
Me indican que a las
0300, hora militar, debo ir a relevar al guardia del campamento. Estos turnos
de guardia solo sirven para que uno le dé más vueltas al asunto familiar y por
lo menos en mi caso, le vea cada vez menos sentido a la guerra.
0230 horas, y me
preparo para ir a relevar a mi compañero en su turno, será un turno corto de
tan solo 3 horas.
Apenas salgo, una
brisa helada toca mi rostro, saco un cigarro y el encendedor. El viento lucha
contra mí, evitando que lo encienda. Al fin logro prenderlo y recuerdo mi casa,
mi familia, mis amigos. Recuerdo tras cada aspiración del humo de este cigarro,
momentos que quedaron marcados en mi cabeza, tal vez en mi corazón, siempre
buenos momentos… recuerdo mucho las cenas con mi madre, conversando de la vida,
conversando cosas de madre e hijo, cosas de familia, pero también de repente
cosas triviales, ese “conversar por conversar”. También recuerdo tardes de
encuentros con mis amigos cuando nos juntábamos sólo a reír. Dejé muy buenos
amigos esperándome en casa, amigos y amigas… y creo que es una suerte no haber
dejado un amor, mis compañeros de cuartel que lo han hecho son los que más
sufren, y en un operativo ese estrés emocional te puede pasar la cuenta, ese
pequeño índice de estrés puede ser la diferencia entre salir o no con vida de
una misión. En cuanto a eso del amor, nunca fui muy bueno con las relaciones
estables, es algo que está más allá de mis posibilidades, creo que hay personas
que no estamos destinados a la vida en pareja y debemos pasar de relación en
relación buscando no estar solos tanto tiempo.
Al fin y al cabo acá
estoy, extrañando a mi familia y amigos, luchando por ellos.
Hay días donde pienso
que no volveré a casa, que no volveré a estar con la gente que quiero, porque
las posibilidades de perecer acá son altísimas y las de sobrevivir son muy bajas.
De los que llegaron conmigo quedamos unos cuantos, aproximadamente un tercio,
tal vez menos. Es triste y por eso decidí no tomarle cariño a mis compañeros…
al principio sufrí mucho por no entender aquello, y con cada partida de uno de
los nuestros sentía como la tristeza se apoderaba de mi corazón. Esa sensación
dolía durante días, semanas quizás, y ese dolor dejó heridas, heridas
emocionales que aún hoy en día no han cicatrizado completamente, y al
recordarlas duelen, tal vez ya no lo hacen como el primer día, pero ahí están,
latentes, recordándote que estás en la guerra, que en cualquier momento puede
morir más gente, que en cualquier momento tu camino puede llegar a su final, o el de tu familia, y eso… eso sí
que duele.
Ahora sólo veo a mis
compañeros como “compañeros de armas”, nada más, al fin y al cabo eso es lo que
somos: armas desechables para el Estado, y es mejor que uno también lo vea de esa
manera.
0600, hora militar.
Al fin termina mi turno y me han dado el día para descansar, al menos hasta que
me informen de la próxima misión, a la cual saldré, al parecer, al acabar el
día.
Nada mejor que tu
catre de campaña para compensar las horas sin dormir. Apenas me acuesto,
duermo, sin pensar mucho, y esa es mi mejor opción.
A lo lejos escucho
gritos, la gente alistándose, las sirenas sonando, me levanto de un salto, tomo
mi arma, mi casco y me alisto a salir.
Estamos viviendo un
ataque, la gente corre por todos lados. Existe un protocolo preparado para
estos efectos, pero por lo que veo no se está llevando a cabo como se debería
haber hecho, como se leía en los textos, como se realizaba en los ensayos.
A lo lejos veo como
caen mis compañeros, algunos explotan en mil pedazos en alguna detonación
causada por el enemigo. Brazos y piernas surcan el aire, y una neblina roja nos
toca la cara, una neblina formada por la propia sangre de nuestros compañeros
mezclada con la neblina nocturna de este sector. Encuentro a un grupo de
compañeros, y nos formamos, intentando salvaguardar nuestras espaldas
mutuamente, intentando no explotar como lo hacen los demás.
De
repente escuchamos unos ruidos de motores que se acercan desde… desde todos
lados… – ¡RAYOS! –… estamos rodeados.
Más
balazos se escuchan, lluvias de balas caen sobre nosotros. Algunos del grupo
están muertos, muchos están heridos… yo aún no tengo un rasguño, o al menos no
lo siento. No tengo tiempo ni siquiera de revisarme, debo tener todos mis
sentidos abiertos para evitar caer ante el enemigo. Se acerca un camión, es un
camión de los nuestros. El grupo entero sabe que en este momento no tenemos
mucho más que hacer, debemos emprender la retirada…
Nos subimos al
camión, y nos comenzamos a alejar rápidamente, mientras no sabemos qué sucede
con los demás. ¿Habrán podido escapar?... otros camiones se los habrán llevado…
Son las dudas que inundan mi cabeza.
Por otro lado,
pienso en que nuevamente la suerte ha estado de mi lado. En el camión nadie
habla, todos callados, todos meditando lo sucedido. Todos, tal vez, dando gracias
por permanecer con vida.
El tipo de más alto
rango que se encuentra en el camión comienza a llamar por la radio buscando
saber cómo se encontraran los demás, si hay orden de reagruparse en algún
sitio. Si no es así, nos dirigiremos como indica el protocolo al campamento más
cercano, y eso es a 23 horas de viaje, prácticamente un día viajando en este
camión, un día viajando para llegar a un lugar seguro. Mientras, sólo vamos a
la deriva, y como el protocolo llevado a cabo no era él entrenado, estamos
siendo un blanco fácil para nuestros enemigos.
Al parecer nuestro
superior no recibe noticias del campamento, y los peores pensamientos rondan mi
mente y las de mis compañeros. Aún el silencio es sepulcral en este camión… 21
almas sobrevivimos a ese ataque, del resto nada se sabe.
El conductor cambia
el rumbo por orden del superior, para permanecer un poco menos expuestos a un
ataque enemigo. Ni siquiera sabemos si nos vienen siguiendo, si alguien se
percató de nuestra huída.
De un momento a otro
nuestras caras cambian, una tensión se siente en el ambiente, no sabemos qué
hacer. Un gran zumbido se acercó en cosa de segundos, un zumbido conocido por
todos nosotros: es un avión. Luego se escucha como deja caer un misil… es
lógico que va a caer sobre nosotros, somos el único blanco fácil por la zona…
nos han atrapado…
Sin mucho que hacer,
intentamos descender desesperados del camión. El tiempo hoy está en nuestra
contra y la suerte nos ha abandonado.
De repente, se
siente como un calor rápido nos rodea, nos abraza… es un calor inmenso que
inunda todo el camión; este calor luego se transforma en un frío polar que cala
hasta los huesos.
En seguida el tiempo
se detiene. Veo a mis compañeros, sus caras llenas de terror, desesperados,
intentando salir del camión, han quedado detenidos en el tiempo, unos cayendo,
otros pasando por sobre los caídos… se puede observar como cada uno lucha tan
sólo por su vida… realmente no éramos un equipo.
En los momentos
finales se han olvidado de la fraternidad con que nos tratábamos. Se suponía
que éramos una familia que luchaba por un mismo objetivo… el tiempo comienza a
avanzar lentamente, veo a mis compañeros saltar por una fuerza externa, la
explosión, y esta me empieza a empujar también a mí. Soy expulsado del camión
por esta fuerte onda. Un momento después, no puedo ver nada, sólo un destello
luminoso y un estruendo. Todo ha vuelto a avanzar más rápido.
Familia, mamá, papá,
hermano, tíos, primos, amigos, parques, plazas, una visión mía cuando niño, un
momento feliz junto a mis padres, un cumpleaños con ellos dos abrazándome,
entregándome todo el cariño que siempre me dieron… de pronto otra visión en el
presente, sintiéndome más liviano cada vez y todo se empieza a oscurecer, ya no
veo nada…
Ahora solo un sentimiento, solo una sensación… Paz.
Continúa leyendo IMPERIO!
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