25.7.12

IMPERIO: El Soldado Desconocido

Historia: Nico Silva

I

Nunca esperé verme amenazado por un niño. Así es, tan solo un niño, aproximadamente de unos 10 años, estaba frente a mí con un fusil, apuntándome, mirándome fríamente, con temor tal vez. Pero su mano denotaba seguridad, me hacía pensar que tal vez no sería la primera vez que se encontraba en esta situación, que tal vez, la guerra había hecho desaparecer en él la característica inocencia que todos poseemos a esa edad.

Levanté las manos, en señal de paz, pero él no soltaba el arma y cada vez lo veía más decidido a jalar ese gatillo. Me comencé a acercar, lentamente, paso tras paso. Le hablaba, pero al parecer no entendía mi idioma, tal vez estaba choqueado, no lo sé… su cara mugrosa, me transmitía dolor, un dolor digno de lástima.

Si lograba que el chico soltara el arma, podría intentar llevarlo al campamento para que lo viera un médico, para intentar salvar lo poco de niñez que le quedaba… De repente,  siento cómo se dispara un fusil. Instintivamente, me tiro al suelo – es algo que en la guerra te acostumbras a hacer.

De pronto, vi como el niño caía. Le habían dado, sus rodillas se doblaban y el peso de todo su cuerpo recayó sobre ellas, los ojos vacíos mientras el fusil caía lentamente de sus manos y el resto de su cuerpo se desplomaba sobre el pavimento.

Quedé ahí, boca abajo, llorando de impotencia, sintiendo que de cierto modo yo merecía más estar en el lugar de aquel muchacho, que a él le quedaba mucho por vivir, que la vida debería devolverle la mano a cambio de la niñez que  se le había despojado.

Después de un momento sintiendo como todo a mi alrededor se desmoronaba, oyendo el silbar de las balas al cruzar el cielo y fuertes explosiones de bombas que se detonaban a lo lejos, me tuve que decidir a salir de ese lugar, dejando el cuerpo del pequeño abandonado a su suerte, como muchos cuerpos que he ido dejando en el camino… algunos son de amigos, otros de enemigos… también algunos civiles, entre ellos, varios niños y mujeres que son las imágenes más desgarradoras que guardo en mi cabeza. Lamentablemente no es el primer niño que veo morir en el campo, pero siempre la muerte de uno es mil veces más fuerte que ver morir a un soldado, o que ver morir a un adulto. Suelo sentir que podría haber hecho algo por aquel pequeño ser… pero lamentablemente la realidad es otra, los niños que han quedado acá están solos, sus padres y madres han muerto, ellos han aprendido a sobrevivir como se adapta un pequeño animal al cambio de entorno. Tristemente, no todos se adecúan  rápidamente y la mayoría pierde la vida en este proceso de adaptación.

A mi parecer, esta guerra es cada vez más devastadora. Sinceramente, dudo que alguno de los civiles que aún permanecen en el sector termine con vida, la muerte es el pan de cada día.

Fácil es creer que después de ver esto día tras día, con el tiempo se haga tan cotidiano que no te afecte. Realmente no sucede así. Puede que al ver tantas muertes, aprendas a actuar frente al dolor que te causan, pero cada caída en medio de la guerra es un dolor desgarrador, al menos para mí. Yo nunca me preparé para esto, nunca pensé que viviría una guerra y menos que sería un elemento activo en ésta, pero existe un sentimiento nacionalista que nace en los corazones de todos cuando vemos a nuestros coterráneos luchando por el país, es algo realmente enorme… ese sentimiento fue lo que me llevó a enlistarme en el ejército.

No me arrepiento de haber tomado la decisión de participar en esta guerra, porque cada vez que salgo a luchar o cada vez que estoy en algún operativo, siento que estoy  salvaguardando  a mi familia, siento que de mi depende que se encuentren a salvo, que estoy siendo útil para ellos, que lucho por ellos. Más que por el país, es por esas personas que quiero por quienes estoy arriesgando mi vida día tras día.

II

Anochece en el campamento. La soledad y el recuerdo de las personas que queremos comienza a tomar posesión de nuestras mentes, eso lo puedo ver en todos mis compañeros, cada uno con alguna foto o carta en la mano de aquellas personas importantes que dejaron por venir a combatir en nombre de su nación.

Lágrimas afloran de los ojos militares, incluso de los más fuertes, recuerdos de vidas felices, recuerdos de personas importantes. De cierto modo, ese es el combustible que nos mantiene luchando todos los días.

Me indican que a las 0300, hora militar, debo ir a relevar al guardia del campamento. Estos turnos de guardia solo sirven para que uno le dé más vueltas al asunto familiar y por lo menos en mi caso, le vea cada vez menos sentido a la guerra. 

0230 horas, y me preparo para ir a relevar a mi compañero en su turno, será un turno corto de tan solo 3 horas.

Apenas salgo, una brisa helada toca mi rostro, saco un cigarro y el encendedor. El viento lucha contra mí, evitando que lo encienda. Al fin logro prenderlo y recuerdo mi casa, mi familia, mis amigos. Recuerdo tras cada aspiración del humo de este cigarro, momentos que quedaron marcados en mi cabeza, tal vez en mi corazón, siempre buenos momentos… recuerdo mucho las cenas con mi madre, conversando de la vida, conversando cosas de madre e hijo, cosas de familia, pero también de repente cosas triviales, ese “conversar por conversar”. También recuerdo tardes de encuentros con mis amigos cuando nos juntábamos sólo a reír. Dejé muy buenos amigos esperándome en casa, amigos y amigas… y creo que es una suerte no haber dejado un amor, mis compañeros de cuartel que lo han hecho son los que más sufren, y en un operativo ese estrés emocional te puede pasar la cuenta, ese pequeño índice de estrés puede ser la diferencia entre salir o no con vida de una misión. En cuanto a eso del amor, nunca fui muy bueno con las relaciones estables, es algo que está más allá de mis posibilidades, creo que hay personas que no estamos destinados a la vida en pareja y debemos pasar de relación en relación buscando no estar solos tanto tiempo.

Al fin y al cabo acá estoy, extrañando a mi familia y amigos, luchando por ellos.

Hay días donde pienso que no volveré a casa, que no volveré a estar con la gente que quiero, porque las posibilidades de perecer acá son altísimas y las de sobrevivir son muy bajas. De los que llegaron conmigo quedamos unos cuantos, aproximadamente un tercio, tal vez menos. Es triste y por eso decidí no tomarle cariño a mis compañeros… al principio sufrí mucho por no entender aquello, y con cada partida de uno de los nuestros sentía como la tristeza se apoderaba de mi corazón. Esa sensación dolía durante días, semanas quizás, y ese dolor dejó heridas, heridas emocionales que aún hoy en día no han cicatrizado completamente, y al recordarlas duelen, tal vez ya no lo hacen como el primer día, pero ahí están, latentes, recordándote que estás en la guerra, que en cualquier momento puede morir más gente, que en cualquier momento tu camino puede llegar  a su final, o el de tu familia, y eso… eso sí que duele.

Ahora sólo veo a mis compañeros como “compañeros de armas”, nada más, al fin y al cabo eso es lo que somos: armas desechables para el Estado, y es mejor que uno también lo vea de esa manera.

0600, hora militar. Al fin termina mi turno y me han dado el día para descansar, al menos hasta que me informen de la próxima misión, a la cual saldré, al parecer, al acabar el día.

Nada mejor que tu catre de campaña para compensar las horas sin dormir. Apenas me acuesto, duermo, sin pensar mucho, y esa es mi mejor opción.

A lo lejos escucho gritos, la gente alistándose, las sirenas sonando, me levanto de un salto, tomo mi arma, mi casco y me alisto a salir.

Estamos viviendo un ataque, la gente corre por todos lados. Existe un protocolo preparado para estos efectos, pero por lo que veo no se está llevando a cabo como se debería haber hecho, como se leía en los textos, como se realizaba en los ensayos.
           
A lo lejos veo como caen mis compañeros, algunos explotan en mil pedazos en alguna detonación causada por el enemigo. Brazos y piernas surcan el aire, y una neblina roja nos toca la cara, una neblina formada por la propia sangre de nuestros compañeros mezclada con la neblina nocturna de este sector. Encuentro a un grupo de compañeros, y nos formamos, intentando salvaguardar nuestras espaldas mutuamente, intentando no explotar como lo hacen los demás.

            De repente escuchamos unos ruidos de motores que se acercan desde… desde todos lados… – ¡RAYOS! –… estamos rodeados.

            Más balazos se escuchan, lluvias de balas caen sobre nosotros. Algunos del grupo están muertos, muchos están heridos… yo aún no tengo un rasguño, o al menos no lo siento. No tengo tiempo ni siquiera de revisarme, debo tener todos mis sentidos abiertos para evitar caer ante el enemigo. Se acerca un camión, es un camión de los nuestros. El grupo entero sabe que en este momento no tenemos mucho más que hacer, debemos emprender la retirada…

Nos subimos al camión, y nos comenzamos a alejar rápidamente, mientras no sabemos qué sucede con los demás. ¿Habrán podido escapar?... otros camiones se los habrán llevado… Son las dudas que inundan mi cabeza.

Por otro lado, pienso en que nuevamente la suerte ha estado de mi lado. En el camión nadie habla, todos callados, todos meditando lo sucedido. Todos, tal vez, dando gracias por permanecer con vida.

El tipo de más alto rango que se encuentra en el camión comienza a llamar por la radio buscando saber cómo se encontraran los demás, si hay orden de reagruparse en algún sitio. Si no es así, nos dirigiremos como indica el protocolo al campamento más cercano, y eso es a 23 horas de viaje, prácticamente un día viajando en este camión, un día viajando para llegar a un lugar seguro. Mientras, sólo vamos a la deriva, y como el protocolo llevado a cabo no era él entrenado, estamos siendo un blanco fácil para nuestros enemigos.

Al parecer nuestro superior no recibe noticias del campamento, y los peores pensamientos rondan mi mente y las de mis compañeros. Aún el silencio es sepulcral en este camión… 21 almas sobrevivimos a ese ataque, del resto nada se sabe.

El conductor cambia el rumbo por orden del superior, para permanecer un poco menos expuestos a un ataque enemigo. Ni siquiera sabemos si nos vienen siguiendo, si alguien se percató de nuestra huída.

De un momento a otro nuestras caras cambian, una tensión se siente en el ambiente, no sabemos qué hacer. Un gran zumbido se acercó en cosa de segundos, un zumbido conocido por todos nosotros: es un avión. Luego se escucha como deja caer un misil… es lógico que va a caer sobre nosotros, somos el único blanco fácil por la zona… nos han atrapado…

Sin mucho que hacer, intentamos descender desesperados del camión. El tiempo hoy está en nuestra contra y la suerte nos ha abandonado.

De repente, se siente como un calor rápido nos rodea, nos abraza… es un calor inmenso que inunda todo el camión; este calor luego se transforma en un frío polar que cala hasta los huesos.

En seguida el tiempo se detiene. Veo a mis compañeros, sus caras llenas de terror, desesperados, intentando salir del camión, han quedado detenidos en el tiempo, unos cayendo, otros pasando por sobre los caídos… se puede observar como cada uno lucha tan sólo por su vida… realmente no éramos un equipo.

En los momentos finales se han olvidado de la fraternidad con que nos tratábamos. Se suponía que éramos una familia que luchaba por un mismo objetivo… el tiempo comienza a avanzar lentamente, veo a mis compañeros saltar por una fuerza externa, la explosión, y esta me empieza a empujar también a mí. Soy expulsado del camión por esta fuerte onda. Un momento después, no puedo ver nada, sólo un destello luminoso y un estruendo. Todo ha vuelto a avanzar más rápido.

Familia, mamá, papá, hermano, tíos, primos, amigos, parques, plazas, una visión mía cuando niño, un momento feliz junto a mis padres, un cumpleaños con ellos dos abrazándome, entregándome todo el cariño que siempre me dieron… de pronto otra visión en el presente, sintiéndome más liviano cada vez y todo se empieza a oscurecer, ya no veo nada…

Ahora solo  un sentimiento, solo una sensación… Paz.



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