22.4.09

Alianzas #2

“Ultraforce”
Historia: Jairo Guerra.

I

            Héctor Vargas. Halcón Dorado.

     “Hay momentos en la vida en que necesitas estar solo. Más allá de cualquier conflicto interior/espiritual/dogmático que tengas, la soledad es la cura para muchos males del alma. Suena paradójico, pues un individuo de cualquier especie sexuada por sí solo no puede subsistir; sin embargo, cuando una fruta se pudre puede contagiar a todo el cajón. Así que el exilio voluntario fue la respuesta a un potencial desastre provocado por mi evidente desequilibrio mental, luego de la muerte de mi hermano, Halcón Plateado. Pero ahora puedo decir que hay un límite en que el exilio pasa de cura a locura, y la línea, amigos, es delgadísima”.

            Richard Butler. Ultrabot.

            “Hay tres cosas en este mundo que jamás hay que dejar de pensar. Que siempre tienes que tener presente en tu mente, cuando eres un súper tipo. Uno, todos somos mortales, digan lo que digan. Dos, la confianza parte por ti y se impregna en tu equipo, cuando tienes uno; su opuesto es la abuela de los males universales. Y tres, nunca, pero nunca, pelees contra quien nada te ha hecho ni nada va a hacerte, no solo por el gasto de energía, más bien porque problemas adicionales es lo último que uno desea”.

            Renán Vildoso. Estrella Fugaz.

            “Tengo hambre. ¿Aún no es la hora, o nuestro querido Luke volvió a atrasarse?”

            Luke Glassen. Amo de los Espejos.

            “Mantener un equipo unido es algo sumamente agotador. Sobre todo a tipos como estos, unos azotados por la desgracia, otros vapuleados por la experiencia, otros tan impulsivos y cambiantes como hojas al viento… Pero al final terminas por tomarle el gustillo a este asunto de ser líder. El secreto no está en las palabras de aliento, ni en los discursos demagogos, ni siquiera en las recompensas que quizás podríamos obtener. No, puras patrañas. A Ultraforce, los olvidados, los segundones, los gratuitos, ya no nos importan ni la fama ni la gloria. Somos de los buenos, así que mantenernos dentro de la raya es algo que hacemos. Pero si quieren que hagamos algo, tienen que atenerse a nuestras reglas. Y mi trabajo como líder, es mostrarle a los míos la adrenalina del trabajo que vamos a hacer. Y rayos, no es nada fácil”.

            —Maldición, Luke, ésta es la última vez que te creo que a las 10 son de verdad a las 10 y no a las 10:30. Tengo un ritmo de trabajo y se basa en tomar un desayuno sano, ¿sabes? —exclama Vildoso, sobándose el vientre.

            —Si, es muy grato verte de nuevo, Renán —dice Glassen, con total calma y una sonrisa en su cara—. Perdonen mi atraso, pero…

            —¿Quién es y qué diablos hace ella acá? —exclama Butler, fijándose en la joven acompañante de Glassen.

            —Eso era exactamente lo que iba a mencionarles. Caballeros, saluden a Alestra Conti, ella viene de Italia, y tiene algo para nosotros. Algo al parecer, grande.

            —Y sí que lo tiene —dice Vildoso, echándole una mirada a Conti, a quién no parece hacerle gracia.

            —¿Tanto como para hacerla entrar en nuestra base secreta? — apunta Vargas.

            —Déjenme que les explique —se adelanta Alestra, y parándose enfrente, saca un disco y se lo pasa a Glassen. Aparecen imágenes en la pantalla, que se dispone a explicar—. Haciendo corta la historia, este es Lucio Gioanne, un ex militar, entrenado en distintas formas de combate cuerpo a cuerpo, tirador a distancia impecable, innumerables medallas por combate en el frente, retirado y radicado en Roma, hasta hace unos meses. Actual…

            —No gracias, no voy a votar por él, Miss Ital… —se interrumpe Vildoso ante la mirada asesina de Glassen.

            —…actualmente se ha hecho llamar Primus Pilus, y ha llenado el país con propaganda militar, llamando a los jóvenes a enlistarse en su propio cantón, prometiendo menos palabras y más acción, en su intento por revivir las viejas glorias del Imperio Romano. Ya se ha visto la acción de pequeños grupos de apoyo, armando pequeñas revueltas en toda Italia, y haciéndose casi imposible de atrapar. Los equipos de inteligencia creen que tiene una base subterránea en algún punto de del país, donde está tramando su primer gran golpe.

            —¿Y cuál sería la primera víctima de nuestro cliché/militar/fanático/loco? —pregunta Vargas.

            Se despliega en la pantalla la imagen del centro político y cultural de la religión católica: la Ciudad del Vaticano.

            —Al parecer, trataran de sitiar la ciudad y asesinar al Papa, junto con todos los obispos residentes, con un ejército que se ha visto en el Lago di Bracciano y ha espantado a los turistas. Deben estarse preparando para cruzar por su borde y descender en dirección al punto cero.

            —Pregunta: ¿cómo es que sabes todo esto, señorita Alestra? —dice Vargas, algo contrariado también con la presencia femenina.

            —Digamos que tengo mis contactos confiables, además de mis propios métodos de investigación, signor Dorado. No desconfíe de tales, tiene mi garantía personal en ellos.

            —Dados ya los datos principales, creo que debemos pedirle que salga de la habitación, señorita Alestra, para debatir el punto —dice Glassen, mientras Butler levanta la mano, pidiendo la palabra—. ¿Algo que quieras agregar, Richard?

            — Sí. Señorita, nosotros solemos encargarnos de asuntos que podríamos llamar de menor monta, no estoy dando pie atrás ni nada, pero… ¿por qué nosotros y no los Adulados Unidos?

            —No contestaron el teléfono —dijo burlonamente, mientras salía de la sala.

            — Bien —continuó Glassen, tratando de aplacar la sonrisa que cruzaba su rostro por la cara de impacto que lucía Butler—, creo que Alestra ha explicado, si bien a grandes rasgos, de manera muy concluyente de que se trata todo esto: detener el sitio al Vaticano, impidiéndoles llegar a la ciudad. Si, lo sé, es quizás lo más grande que hemos hecho dentro de lo que estamos habituados, pero es también el momento de mostrar de qué madera estamos hechos al mundo. De enrostrarles a todos que no somos sólo el respaldo de los Defensores. Somos Ultraforce y somos duros de roer, maldita sea.

            —Creo que hablo por todos cuando digo que estamos juntos en esto —dice Vargas—, pero tengo una cosa que decir, de todo esto.

            —¿Qué?

            —No traigas a tus novias a la base, Luke.

II

            Ciudad del Vaticano. Jardines Vaticanos.

            —¿Ves algo, Renán?

            —Nada más que el cielo azul, Luke.

            —¿Estás seguro que en los Jardines es el mejor lugar para detener un ejército, Luke? Es decir, mira, no estamos tan lejos de la Santa Sede. Podrían llegar de todas maneras.

            —Aquí tenemos espacio para manejarnos al menos, Richard. Además el “ejército” que mencionó Alestra, no deben ser más que unos cientos de fanáticos adherentes que no han pensado mucho lo que han estado haciendo. Nosotros les daremos unas cuantas nalgadas a esos chiquillos. Esperemos que no haya mayores interferencias que la policía o incluso los militares de por acá, que no harán más que ayudarnos a despejar o ayudar.

            La zona se ve tranquila, aunque el hecho de que solo sean cuatro inquieta un poco a Luke, pues la mayoría de los esquemas de combate que diseñó junto a Butler se basan en un equipo integrado por cinco. Pero incluir a alguien más es algo difícil, sobre todo con la sincronía que se había alcanzado en las últimas grandes crisis mundiales. Tampoco piensa realmente lo que dijo sobre los jardines, pero la información que tenía Alestra no informaba la zona por la cual descendería el ejército de Pilus, y un ataque directo al campamento no era una posibilidad, considerando nuevamente el reducido número de componentes. Si, la proximidad de los jardines es un problema, pero es el lugar más seguro, tanto como para la intercepción como para la estrategia de la batalla.

            —¡Santa mierda!

            —¿Qué ves, Renán?

            —¡Pongan los pies firmes! ¡No son cientos, son muchos miles y vienen a toda velocidad!

            Tal como pensó Glassen, el espacio dentro de la explanada atraería al ejército de Pilus, quien podría a través de ellos atravesar con facilidad hacia la Basílica de San Pedro. De pronto vio las huestes rodear el límite del estado. En verdad, eran demasiados. Miles y miles.
            Un hombre de mediana edad, corpulento, muy alto, moreno, de facciones duras y el ceño permanente fruncido, se adelanta. Está armado hasta los dientes. Es Pilus, quien mira con detención a Ultraforce, parados en formación lineal, desafiantes.

            —¿Se puede saber quiénes son ustedes?

            —Somos Ultraforce, y estamos aquí para impedir el sitio, desquiciado. Te damos la opción de que te entregues antes de que destrocemos tu inútil y sobre utilizado trasero italiano.

            —Que ra… —y comienza a reír frenéticamente—. No pueden estar hablando en serio… son solo cuatro imbéciles disfrazados, contra mi ejercito de droides… pero qué hago hablando… ¡Bellum internecinum!

            —¿Droides? ¡La italiana no dijo nada de esto! —grita Ultrabot, preparando su máquina.

            —Mejor aún —replica Halcón—, show no mercy.

            —¡Hagan crujir los puños! —alienta Glassen.

            Y así dio inicio. Vargas corta cabezas sin parar, mientras esquiva los disparos de los droides, que caen con facilidad; Glassen ha roto unos cuantos espejos y los dispersa en el campo, para luego atacar en distintos flancos; Butler ha dispuesto cuatro lásers alrededor de la coraza de Ultrabot, ubicándose unos metros delante de Glassen, en su modo estación de combate; Vildoso recorre el aire a gran velocidad, derribando droides con la fuerza de su choque.

            —¡Oye, Héctor! ¡Apuesto a que no puedes hacer esto! —Vildoso retrocede unos cien metros para luego emprender un veloz vuelo rasante y rozar la cabeza de varios droides, haciéndolos estallar.

            Vargas hace lo propio, pero al volver en vuelo toma su espada con ambas manos y la extiende, a la vez que realiza un giro en espiral, cortando a muchos más droides que Estrella Fugaz.

            —¿Y bien?

            —Perdiste.

            —¿Qué? ¿Por qué?

            —No lo hiciste igual.

            —¡Pero lo hice mejor!

            —Nadie habló de eso —replica Vildoso,  lanzando un droide desde varios metros de altura.

            —Parece una maldita hidra, este ejército —dice Butler, sudando y moviendo sus cañones a diestra y siniestra, derribando cyborgs por montones—. ¡Glassen! ¡Mira eso!

            —¡Esto está dejando de ser divertido! —Glassen se zambulle en un espejo y aparece en tres puntos distintos, tomando por sorpresa un grupo de droides.

            Unos droides toman a los caídos y los usan de escudos contra los lásers de Butler, haciéndolos perderse en el aire; otros recogen piernas y brazos y los esgriman contra la espada de Vargas; también rompen los pedazos de espejos de Glassen, impidiéndole moverse a través del campo y detienen a Vildoso haciendo explosiones en el suelo que impiden su visión.

            —Maldición… ¡Equipo! ¡Vuelta al punto cero! —grita Glassen, zambulléndose en el último espejo antes de que los droides lo destruyeran—. ¡RENÁN!

            Estrella Fugaz se eleva hasta casi desaparecer en el cielo, para luego dejarse caer con increíble velocidad, en un vuelo que comenzó a rodearlo de llamas, hasta colisionar en una explosión que destruyo decenas de cyborgs y varias hectáreas de los Jardines.

            —¡Héctor, saca a Renán de ahí! ¡Butler, cúbrelo! ¡Yo voy a cargar el Reflejo!

            Vargas vuela esquivando y sacándose enemigos de encima con su espada, mientras Butler, ahora con Ultrabot en modo de combate directo, se mueve lanzando puñetazos con un brazo y disparando con la otra, apoyando el avance de Vargas hasta Vildoso.

            —¡Renán, Renán! ¿Estás ahí? Amigo… ¿qué rayos fue eso?

            —Jejeje —Vildoso está parcialmente destrozado, sangra por la boca, los oídos y tiene una pierna rota—, tengo que… mejorar ese movimiento... jejeje… lo llamo “Caído del cielo” jejeje… je…

            —Es un pésimo nombre, amigo —dice Vargas, mientras lo toma y se eleva con rapidez, llevándolo al punto cero, donde Glassen ha entrado en una especie de trance y tiene su mano derecha estirada hacia el frente mientras la otra la sostiene.

            —¡Et lux in tenebris lucet!

            Un gran haz de luz sale del espejo en la mano de Glassen, arrasando la mitad del ejército cyborg. Luego cae exhausto, ya fuera del trance, pero casi inconsciente por el esfuerzo.

            —¿Cuántas de esas cosas están de pie aún, Richard?

            —Bastantes aún, pero al parecer se acabó la producción masiva… ¿Estás en forma como para una batalla más? —pregunta Butler, mientras sigue disparando junto a Halcón.

            —Claro que si… fue una forma potenciada del Rayo-Reflejo, sólo necesito aire… —Glassen se dirige a Vildoso—. Hey, Renán… ¿Cómo estás?

            —Ah, gracias… viviré… pero estoy fuera, en este minuto… —responde Vildoso, levantando el pulgar—. Un minuto… esa… ¿no es la italiana?

            Desde un borde de los jardines ven a una figura femenina saltar y aproximarse a ellos, esquivando los disparos y luego emitiendo un potente grito sónico, que manda a volar un grupo de droides.

            —Signores, traje un poco de ayuda —dice, mientras llega hasta ellos y les indica la llegada de la armada italiana—: el Esercito Italiano.

            Las fuerzas de Pilus se ven rodeadas, mientras él maldice y hace retroceder sus tropas, al grito de “¡Ritirata!”.

            —¡No! Héctor, Richard, síganlos, vamos a acabar con esto ahora… llévate este espejo, Héctor, y tu Richard lleva a Alestra contigo, yo dejaré a Renán en un lugar seguro mientras tanto… ¡Ahora!

            Halcón por el aire y Ultrabot en modo vehículo terrestre con Alestra abordo, siguen a Primus Pilus y el diezmado ejército de droides hasta el Lago Bracciano, donde en una de sus orillas se abre una escotilla en el suelo.

            —Voy hacia allá, Héctor —se escucha por el intercomunicador, y aparece Glassen por el espejo que cargaba Vargas; de inmediato, se da media vuelta y encara a Alestra—. ¿Algo importante que haya dejado en el tintero, señorita Conti? ¿Quién diablos eres y por qué no llegaste antes?

            —Mi nombre es Alestra Conti, pero soy conocida como Scream, como pudieron ver antes… trabajo para el Gobierno italiano como espía y como agente metahumana. Los llamamos por que necesitábamos mantener a raya a los cyborgs y tomarlos por sorpresa. Al principio dudamos de nuestra elección, pero yo abogué por ustedes y resultaron ser bastante duros de roer…

            —Basta. Ahora, mientras esté aquí con nosotros está bajo mis órdenes, Scream, y le digo que detesto a los callados. ¿Alguna información acerca de la base?

            —Sólo lo que acabamos de ver… la entrada está ahí, oculta entre las rocas. Adentro encontraremos científicos secuestrados de LIC, más una cierta resistencia humana y un buen número de cyborgs que no salió a la batalla.

            —Yo sólo digo que no quiero irme a casa con la cola entre las piernas —dice Héctor blandiendo su espada—. ¿Estamos juntos en esto?

            —Bien, yo me adelantaré con Alestra por el espejo y abriremos la compuerta desde adentro. Ustedes esperen la señal y entren creando el infierno, distrayendo a la guardia y a los cyborgs, mientras nosotros nos encargamos de Primus Pilus. Vamos, “gritona” —y tomándola por la cintura, se zambulle en el espejo.

III

            Glassen y Conti aparecen tras el espejo retrovisor de un convoy, deslizándose luego con rapidez hacia afuera e identificando visualmente a los enemigos.

            —Se me ocurre algo… tu poder es de grito sónico, ¿verdad?

            —Así es. También tengo entrenamiento en distintas formas de combate, manejo de arm…

            —Dejemos tus especificaciones técnicas para otro momento. Lo que quiero saber, es si puedes manipular tu poder no sólo a altos decibeles; es decir, si puedes hacer una especie de susurro sónico, que nos permita deshacernos de la cantidad precisa de droides y guardias hasta Pilus.

            —Creo que puedo intentarlo —y mirando un par de droides, lanza un imperceptible sonido que destruye sus circuitos interiores y los hace caer casi delicadamente.

            —¡Perfecto! Ahora, espera aquí un minuto. Cuando vuelva, nos sumergiremos en el espejo, hasta un lugar más despejado —dicho lo cual, dándole un golpecito en la espalda, desaparece tras el espejo.

            Conti se encoge junto al convoy, e instantes después escucha la puerta abrirse y una gran batahola, seguida de movimientos y explosiones, y Vargas exclamando “¿quieren un poco de esto, nenas?”, cuando un duro golpe en la cabeza la noquea.

            …

            Conti abre los ojos y se ve encadenada y con la boca sellada. Está prisionera.

            —Cara mía, benvenuto. Merda, tan bella y tan estúpida, creo que son cosas que combinan muy a menudo, ¿no? —Primus Pilus se pasea ante ella, sosteniendo en su mano un disco reflectante—. ¿Pensaron que esto funcionaría? Los observé en la batalla, y vi lo que eran capaces de hacer. Ese calvo cree que es muy astuto, y de verdad admiro su coraje de desafiarme pero… soy muy viejo como para que un novellino me pille de sorpresa.

            Pilus toma el espejo por el borde y se dispone a golpearlo, cuando una mano sale de él y lo arrastra hacia adentro. Luego, Glassen sale y le quita a Conti el sello en la boca, quien de inmediato lo incrimina.

            —¡Figlio di put…! ¡Podría haber muerto!

            —¡Whoa, tranquila pequeña! Creo que no soy yo el que acostumbra a callar cosas. Además lo planeé todo, y contaba con que el imbécil te encerrara sola, y comenzara a hablarte y por supuesto, te quitara el espejo que pegué en tu espalda —mientras recoge el espejo del suelo y lo guarda—. Irrompible. De mi propia factura. Bien, haz tu cosa sónica en tus cadenas y sígueme, aún tenemos trabajo que hacer. Richard, infórmame —le sopla a su comunicador.

            — Los federales ya están aquí, Luke, la situación está bajo control en el frente. Vargas se lesionó el hombro, pero sigue pegando sablazos de aquí para allá. ¿Tienes a Pilus?

            —Encerrado en la Dimensión de los Espejos. Ahora vamos a sacar a los cerebritos, donde quiera que estén.

IV

            —No.

            —Yo tampoco creo que sea una buena idea. Nunca hemos admitido a nadie de su clase aquí.

            —¿Por qué no? Lo hizo bastante bien al final, cuando me ayudó a llegar al laboratorio principal con su susurro sónico, y luego haciendo explotar a esos droides en la salida con su grito.

            —No lo sé. Se me hace arriesgado. Ya sabes cómo son las mujeres, Luke. ¿O no lo sabes, ah? Aunque no niego que, poniéndole un trajecito heroico, me darían muchas más ganas de venir a nuestras reuniones —dice Vildoso, pícaramente.

            —Signores de Ultraforce, mi scusi… —dice Alestra, molesta—. Sé que tienen reticencias con la inclusión de uno más, sobre todo de una mujer. Pero creo que he demostrado que su equipo necesita de un elemento adicional, y mis valores los he mostrado en batalla, aparte de tener un gran entrenamiento militar en varios tipos de comba…

            —Si, si, lo sabemos, tus credenciales y todo… —la interrumpe Glassen—. Miren muchachos, la chica tiene un punto. Hace ya un tiempo que llevamos siendo solo cuatro, y a pesar de que hemos rendido bien así, Ultraforce siempre fue pensado como un equipo de cinco. Además, vamos, somos adultos… es hora de dejar esas bromas sexistas.

            Silencio en la sala.

            —Bueno, si es tan ruda como dice… Voto porque se quede —dice Vildoso, alzando la mano.

            Butler y Vargas se miran. Y con un resoplido, ambos alzan la mano.


            —Scream, bienvenida a Ultraforce —dice Glassen, sonriendo e indicándole su asiento.


Fin...
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