11.3.09

Quasar #4

“La Creación” (Parte 4 de 4)
Historia: Rodrigo Roa.

“¿Cuándo somos uno?
¿En qué momento dejamos de tomar la multiplicidad de las máscaras para convertirnos en unidad?
Ni siquiera soy yo de acuerdo a un contexto o a una serie de pretextos. El halito vital permanece inmutable ab ovo.
La energía tampoco nos pertenece, si pensamos que es propia del Cosmos del cual no podemos huir, convertidos en una insignificante pero fundamental parte en la constitución del caos.
Entonces, ¿Qué somos?
Nunca existe el yo. Simplemente, la nada nos regala parte de su esencia para formar nuestro todo imperfecto.
El error es la belleza, la corrección solo intenta recrearla de manera impura y sin semillas.La muerte es la clase maestra, una demostración del arte que ejecutamos en transición. La gestación, una fina artesanía, el modo de empezar a morir.”

Astrid Hernández.-

I

El valle volvió a estar en silencio después de que la luz dejó de brillar. La potencia de la explosión había sido como la de un pequeño “Big Bang”, similar a una verdadera “creación universal” en miniatura. La luz y el ruido habían sido notados a varios kilómetros.

De la tierra del lugar, salía humo, y las plantas y árboles habían quedado reducidas a cenizas. De los cuatro soldados que habían estado ahí, no había ningún rastro.

Ni siquiera Entropy era visible en los alrededores, no había ninguna señal de él. Era como si un desierto se hubiese instalado encima del valle, y sólo destacaba una brillante figura, en medio del lugar donde había ocurrido la explosión.

Parado en actitud poderosa, mirando el horizonte, pero sin observarlo, había surgido el cuerpo de Quasar, como una silueta luminosa de colores brillantes, donde predominaba el rojo.

La imagen era desoladora. Sin nada que lo rodeara, aparte de la tierra seca y las cenizas, Quasar se quedó inmóvil, esperando…

II

En el búnker, el Doctor LaPreé y el General Mathieu no podían creer lo que habían visto. La luz había sido increíblemente brillante, como nunca habían visto antes. Y si bien había sido una explosión silenciosa en su mayoría, un ruido único se había oído en el ambiente, a varios kilómetros a la redonda. Era como el latido de un corazón.

Todo se había sentido muy extraño, y les costaba reponerse. El General fue el primero en pararse, y notó que no había ningún instrumento ni monitor que funcionara, tras la explosión.

- Doctor… levántese – dijo el militar – Debemos saber lo que ha pasado allá afuera… Esto se ha salido de control.

El General tomó la radio, y trató de comunicarse con los soldados a los que había enviado, pero tampoco funcionaba. Entonces, pensó en salir.

- Doctor… usted viene conmigo – dijo, tomándolo del brazo, y ayudándolo a ponerse de pie.

- Pero… pero… - protestó el Doctor, aunque el militar ni siquiera lo escuchó.

Una vez afuera, el silencio y el calor eran abrumadores. Ambos tomaron el último de los vehículos del hangar, y se dirigieron al valle. Cada segundo que avanzaban, les parecía interminable. Estaban tensos, porque ya no sabían que esperar, después de todo lo que habían pasado, y todo lo que habían visto.

No había rastro de Entropy, ni de los soldados. Cuando llegaron, sólo vieron a Quasar, parado, inmóvil. Su cuerpo era brillante, y parecía estar hecho de energía, a pesar de tener forma humana. Se acercaron con cuidado, temiendo lo peor.

Pero Quasar no hizo ni dijo nada. Sólo esperó. Su expresión era de dolor. Pero ni siquiera miró al Doctor y al General. Pronto, al darse cuenta de su actitud dócil, el General dio sus órdenes al doctor.

- Nos llevamos a Quasar – dijo, con seguridad – Traiga todo lo necesario para contenerlo… Pida refuerzos si es necesario. Quasar está bajo nuestro control y supervisión, y esta vez no se escapa… ¿verdad Quasar?

No dijo nada. Un par de horas después, estaba encerrado en un contenedor, y era trasladado a un lugar desconocido para él. Su vida ya no estaba en sus manos.

III

Tres meses después.

Henry Levesque era un lejano recuerdo en su mente. Recordaba que alguna vez había tenido esa identidad, y que tenía toda una vida llena de sueños y sentimientos… Sentimientos. No recordaba el significado práctico de esa palabra. Por supuesto que recordaba a Mia y a sus padres, pero no era lo mismo.

Los últimos 90 días los había ocupado en trabajar en sus poderes. Y todo bajo la atenta supervisión del Doctor LaPreé y el General Mathieu, además de la nueva unidad del ejército que estaba a cargo del “Proyecto Quasar 1.5”.

Lo primero había sido definir su forma humana, y aprender a moldearla. Tras un tiempo de trabajo, se le había permitido además adquirir su forma de “Henry Levesque”. Podía hacerlo con un esfuerzo de sus habilidades, y aún la necesitaba, ya que su mente aún no estaba estabilizada en su nueva condición, y sentía que un poco de su pasado le ayudaría como ancla.

Luego, trabajó en el uso de sus habilidades, que parecía ser más amplio de lo que se pensaba al principio. Todo su cuerpo estaba hecho de energía, por lo que su control sobre ella era acabado y diverso.

La preparación militar también había tenido un lugar, dejándosele en claro, en cada momento, que él ahora obedecía órdenes de los altos rangos de la milicia, y servía al Gobierno de su país, que “tenía grandes planes”, según le decían.

Pero habían cosas que Quasar no había podido perfeccionar. Se había entregado a las autoridades canadienses, esperanzado de poder purgar su crimen: no se perdonaba por asesinar a los cuatro soldados, a pesar de haberlo hecho involuntariamente, y no sabía si alguna vez podría olvidarlo.

También había un gran misterio en su vida. ¿Cómo era lo que sentía antes? ¿Qué sensación tenía cuando estaba con Mia, o con su padre, o cuando visitaba la tumba de su madre? No podía recordarlo, y la curiosidad por ello lo atormentaba. No quería dejar de ser humano, aunque le costase trabajo recordar que alguna vez fue Henry Levesque, y que alguna vez soñó con ver las estrellas.

Entregado al servicio de su país, y al trabajo con la milicia, Quasar se cuestionaba esto a diario. Hasta que, tres meses después de su batalla con Entropy, lo sorprendió el mensaje que le llevó uno de los soldados de la unidad.

- Quasar – le dijo – Los superiores te han autorizado a salir, y a desarrollar tu vida como “Henry Levesque”. Sólo te recomiendan no hacer nada que ponga en peligro al Proyecto, y no hacer uso de tus habilidades en tu identidad civil.

No supo que responder. Pero de inmediato supo que era lo primero que debía hacer: “Mia”.

IV

El día era gris y el viento soplaba suavemente. El otoño estaba comenzando. La lluvia de los recientes días le había dado un aspecto melancólico al ambiente. La casa de Mia estaba en un sector tranquilo de la ciudad de Toronto. En esa ciudad había conocido a Henry, hace mucho tiempo. Pero la última vez que lo había visto, había sido en Ottawa, en el Centro Espacial. Aún sentía un gran dolor, y lo recordaba en cada cosa que hacía durante el día. Era difícil superar una vida juntos, con alguien tan significativo.

Tras una jornada ardua, en la que había recorrido media ciudad, desde su trabajo a su casa, la chica llegó con la idea de recostarse y dormir. Sin embargo, a los pocos minutos de cerrar sus ojos, la sorprendió el sonido del timbre.

Se levantó, y fue a la puerta, con curiosidad. Lo que vio allí la dejó anonadada. Frente a ella, estaba Henry… su amado Henry.

Mia no lo podía creer. Tenía su rostro, su cuerpo, pero sentía que no era igual a cómo fue. Algo en él parecía… más frío. ¿Era realmente él?

- Hola – saludó Henry.

- … ¿Quién eres? – preguntó Mia, tras un largo silencio. No se le había ocurrido nada más adecuado para decir.

- Soy yo, Mia. Soy Henry. ¿No me reconoces?

- No es… posible… - respondió la chica – Henry está… muerto… Tú no puedes ser él… ¡No puedes ser él! – dijo, mientras retrocedía y se sentaba en un sillón. Sentía que no tenía fuerzas ni para estar de pie.

- Yo… - dijo tímidamente Henry – Yo… Estoy aquí, Mia… Estoy… vivo. Es difícil de explicar… ¡pero estoy aquí, contigo!

Mia escuchó como esas palabras salían mecánicamente de la boca del “supuesto” Henry. Aún negaba que pudiera ser él.

- No… No, no. Tú no eres Henry… y no sé qué clase de retorcida broma puede ser esta, pero quiero que te vayas… No quiero verte… ¡Vete!

Henry no sabía cómo reaccionar. No esperaba oír esa palabra. Pensaba que todo sería más simple y fácil.

- Pero… Soy yo, Mia… ¿No ves mi rostro? ¡Soy Henry! – hizo una pausa, sin saber qué más decir - Puedo demostrártelo…

Mia lo miró con curiosidad, pero también con miedo. Estaba muy confundida, pero quería creer que fuera posible, aunque todo le dijera que no.

- Muy bien… dime… dime algo que sólo Henry supiera… demuéstrame que eres el verdadero… por favor…

Henry pensó en algo. Pero notó que su memoria era difusa. Sólo habían fragmentos, y emociones dispersas. Nada claro y concreto. Así que decidió decir lo único de lo que estaba seguro, al menos porque así lo recordaba.

- Yo… te amo, Mia.

La muchacha lo escuchó con atención, y luego lo miró por un instante. Examinó su mirada, su semblante. Pero no había expresión en su rostro. Era como si fuese sólo la carcasa del Henry que alguna vez fue.

- No… Seas quién seas… no sientes eso que dijiste… - le dijo, confundida, y sollozando – Quienquiera que seas… no sé si eres Henry, pero siento que no… me confundes… y me hace daño verte, por favor, vete… de verdad. Y si es una broma macabra, no vuelvas…

Henry se sentía mal. No entendía qué era lo que había cambiado. Pero sabía que esto no estaba funcionando, así que decidió irse. Con un gran dolor en lo que creía que era su corazón, Henry caminó de vuelta a la base.

Mia, sola en su casa, y a oscuras, lloró desconsoladamente. Estaba confundida, y por sobre todo, dolida. Era como si ese día, Henry hubiese muerto por segunda vez, pero esta vez, frente a sus ojos.

V

Días más tarde, Mia aún no se recuperaba de la impresión. Le dolía el alma, en lo más profundo. Era una cicatriz que parecía no tener cura. Siguió haciendo su vida, tratando de olvidar, pero eran tantas las cosas que le recordaban el pasado, que no podía evitar llorar a diario. La visita del supuesto Henry había sido un golpe demasiado duro, que aún no se explicaba, y no sabía si quería hacerlo.

Ese día, pidió permiso en su trabajo, para retirarse más temprano. Necesitaba descanso. Durmió un par de horas, y se sintió un poco mejor. Luego se dedicó a ordenar las cosas en su casa, a comer y a ver televisión, para pasar las horas más rápido.

De pronto, sonó el timbre. Se asustó por un momento, ya que temió que una vez más viese a “Henry” en su puerta. Pero luego se calmó. Se levantó, y fue a abrir.

- Hola, Mia – dijo el visitante, apenas la chica abrió la puerta – No sé si me recuerdes… Nos conocimos hace unos años, cuando tú ibas a ver a Henry a la Academia Militar…

A Mia le parecía que veía una cara conocida, pero sólo la recordaba vagamente. El hombre extendió su mano para presentarse.

- Soy Jacques Mills, hermano de Jean – dijo, con una sonrisa en su cara. Mia lo recordó.

- ¡Ah! ¡Si, te recuerdo! ¡Tanto tiempo! – Mia se alegró, ya que tenía buenos recuerdos de esa época, cuando todos no eran más que jóvenes con grandes sueños - ¿Y qué te trae por aquí, Jacques?

- Verás… estuve pensando… en lo que les pasó a mi hermano Jean, y a Henry… y decidí venir a verte, porque creo que ambos tenemos algo en común… Ambos perdimos a nuestros seres más queridos, sabes… Y quizás hablar nos ayudaría mucho a superarlo…

Mia apreció esa idea. Recordar buenos tiempos, y tener un oído que la escuchara parecían ser buenas ideas para superar el dolor.

- Si, quizás tengas razón Jacques… Anda, pasa. ¿Quieres tomar algo?

Mia le dio la espalda, y mientras entraban a la casa, una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro de “Jacques”.

En ese mismo momento, a varios kilómetros de allí, en un laboratorio militar, un charco de sangre inunda uno de los salones. Allí yace un cuerpo ensangrentado y destrozado. Y en la piocha del delantal que lleva aún el cuerpo, se lee “Jacques Mills”…


Fin...
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