I
Poco a poco, las
personas volvían a vivir cierta normalidad. Se reconstruían hogares, se
reorganizaban las estructuras; todo a imagen y semejanza del mundo antiguo. Pero
no todo podía ser lo mismo para todos. No todos habían despertado en las mismas
circunstancias de antes. En pocas palabras, el mundo era el mismo en hechos,
pero era nuevo en contextos y sensaciones.
Unas semanas más tarde
del despertar, las cosas ya se habían tranquilizado un poco.
Catherine O’Neal había
sido una testigo privilegiada de los grandes hechos del mundo antiguo. Era la
hija del primer Capitán Cometa, y por un tiempo fue la compañera sentimental
del segundo defensor que llevó ese nombre, el más grande héroe que el mundo
hubiese conocido. Sin embargo, en este nuevo mundo, no había un Capitán Cometa.
No necesitaba buscarlo para tener la certeza de que así era.
Cat había regresado
recientemente a la ciudad, tras un largo viaje que tuvo como finalidad olvidar.
Su relación con las historias de estos héroes le había traído un dolor tras
otro, y esto era realmente un nuevo comienzo para ella. Ese día salió de su
casa con esperanzas. Era hora de dar vuelta la página, y si bien extrañaría
todo lo que el Capitán Cometa inspiraba y representaba, creía firmemente en que
el mundo saldría adelante sin él.
En esto pensaba cuando frente a ella se acercó un rostro ligeramente conocido, y quizás la persona a quien menos esperaba encontrarse: se trataba de Mark Campbell, Director Ejecutivo del D.A.E. (Departamento de Asuntos Extraordinarios), o “The Wall”, como era más comúnmente conocido.
—Señorita O’Neal —dijo
Campbell—. Necesito hablar con usted.
II
En la mente de Adam
Johnson había quedado rondando aquel pájaro negro que él sentía que lo había
mirado fijamente. Sin saber por qué, lo había animado, justo lo que necesitaba
para comenzar a vivir en este nuevo mundo. “Lo primero que debo hacer es buscar
un hogar”, pensó, y se lanzó a recorrer las calles de Angalil. Hasta ahora, se
las había arreglado para sobrevivir en albergues o en casas que lo acogían a
cambio de trabajo o colaboración.
Ese día lo dedicó por
completo a buscar un hogar permanente. Caminó por la ciudad buscando, y tras
recorrer varias cuadras, escuchó que en la calle alguien vociferaba una especie
de sermón de esperanzas, y hablaba acerca de la luz de un “nuevo dios”. El
Predicador se encontraba sobre una pila de chatarra y hablaba a una creciente
masa de personas a su alrededor. Adam decidió no quedarse a escuchar, y pensó “tengo
cosas más importantes que hacer”. Pero algo lo llamaba a escuchar esas
palabras, algo que no comprendía. Sin embargo, antes de caer atrapado por
ellas, se alejó.
Su camino siguió por
céntricas calles de la ciudad, hasta que encontró algunos avisos que señalaban
una dirección donde podría encontrar un lugar para quedarse, y se dirigió hacia
allá.
III
—No quisiera hablar de
esto —dijo Cat O’Neal, al escuchar lo que Mark Campbell buscaba en ella.
—Lo siento, señorita
—insistió Campbell—. Sé que no es un tema agradable para usted, pero es
necesario. Necesitamos saber la verdad.
—¿Y por qué habría yo
de confiar en ustedes? —preguntó Cat.
—Señorita O’Neal… No
sé si lo que diga pueda representar el exacto pensamiento de todo el D.A.E.,
pero sí que puedo hablar a título personal —dijo Campbell—. Y la verdad es que
mi mayor interés es y siempre ha sido facilitar la tarea de los héroes… y si
eso implica guardar secretos, lo haré sin dudar. Puede confiar en mí.
Cat no sabía que
pensar de Mark Campbell. Había escuchado referencias de parte de los héroes,
pero jamás antes había intercambiado alguna palabra con él. Lo miró fijamente,
examinando sus rasgos, sus gestos, y cualquier cosa que pudiese delatar algo de
su personalidad. Necesitaba saber si podía confiar en él. Al fin fijó la vista
en sus ojos.
—Está bien —concluyó
Cat—. Le contaré todo lo que sé sobre el Capitán Cometa.
—Muchas gracias,
señorita —respondió sinceramente Mark—. Pero, ¿puedo preguntar por qué ha
decidido hacerlo finalmente?
—Porque reconozco
cuando puedo confiar en alguien. Reconozco los ojos de un héroe. Lo veía en el
Capitán, y ahora lo veo en usted.
IV
La escena transcurría
en una pequeña plaza en el centro de la ciudad. Sentados en una banca, en un
lugar tranquilo, ambos estaban dispuestos a darle a esta conversación la
importancia que merecía. Cat comenzó su narración aclarando lo que ella sabía,
con la intención de ser completamente sincera.
—La verdad es que han
habido tres hombres distintos que han usado el nombre del Capitán Cometa, pero
eso seguramente usted ya lo sabe.
—Si —dijo Campbell—.
¿Conoció usted a los tres?
—No —dijo Cat—. Sólo a
dos. El primero de ellos, como la mayoría del mundo sospecha, fue mi padre,
Jack O’Neal. Él asumió esa identidad en 1996, y durante tres años, hasta que
falleció en un combate con su enemigo, Diamante.
—Así es, tenemos datos
de eso —afirmó Campbell.
—Pues, un año más
tarde apareció el segundo —continuó Cat—. Su nombre fue Rick Johnson, y vino
del futuro a convertirse en el más grande héroe que el mundo ha conocido. Él…
fue mi pareja… por un tiempo.
Cat parecía
emocionarse al hablar de la historia pasada. Pero la experiencia y su papel en
estas grandes historias le habían dado la fuerza y la sabiduría para seguir
adelante.
—Él fue quién tuvo más
tiempo esa identidad, ¿no es así señorita? —preguntó el Director de “The Wall”.
Los recuerdos llenaron
la mente de Cat, y frente a sus ojos pardos pasaron escenas del pasado que
hicieron brotar lágrimas de ellos. Luego de un momento de silencio, suspiró y
continuó su narración.
—Si —dijo—. Rick
Johnson fue el Capitán Cometa por casi seis años, y participó de todos los
grandes eventos de nuestro planeta e incluso del universo entero. Realmente fue
un héroe.
—Pero usted mencionó a
un tercer Capitán…
—Así es, señor
Campbell, pero no conozco su historia. Sólo sé que el cambio se produjo durante
la Última Guerra.
—¿Y qué pasó con Rick
Johnson? —preguntó intrigado Mark.
—Yo… no tengo la
certeza de lo que pasó… pero él no está en este mundo —respondió Cat.
—¿Está usted segura?
Porque el mundo lo necesita… —aseveró Campbell.
—Si, puedo sentirlo.
Sé que no está en este mundo. Créame señor Campbell. Y sé de la importancia de
un héroe como él en el mundo. Pero también creo que podemos dar vuelta la
página. Es un nuevo comienzo, y el mundo tiene más defensores. Podemos seguir
adelante, porque la inspiración que nos ha dado la figura del Capitán Cometa
nos ayudará —concluyó, una emocionada Cat.
—Usted… tiene razón —reconoció
Mark Campbell—. Realmente tiene razón. Muchas gracias señorita O’Neal. Esta
información será muy importante… Le prometo que será bien utilizada. Tiene mi
palabra. Ahora, debo irme. Cualquier cosa, puede contactarme. Ha sido un gusto,
le reitero mi agradecimiento. Hasta pronto.
—Hasta pronto, señor
Campbell.
Ambos se levantaron y
caminaron en direcciones opuestas. Ambos sonreían con conformidad, porque
sentían la esperanza, porque creían firmemente que el legado del más grande
héroe que el mundo ha conocido no moriría jamás.
V
Mientras ocurría la
escena de la plaza entre Cat O’Neal y Mark Campbell, en otro lugar de Angalil,
el sacerdote Christian McKenzie salía de la catedral de la ciudad. Un grupo de
pequeños niños se acercaron a él con efusividad. El Padre Jenkins era muy
querido por sus feligreses, y era reconocido por todos como un gran hombre. Lo
que nadie sabía era que él había sido el último portador de la identidad del
Capitán Cometa, y que había combatido valientemente en la Última Guerra.
—¡Padre, Padre! —gritó
uno de los pequeños—. ¿Cuándo habrá una peregrinación?
—Lo siento hijo —respondió
dulcemente el Padre—. Ya no soy sacerdote.
—¿¡Qué!? —exclamó
sorprendido otro niño.
McKenzie rió y los
miró con ternura y comprensión.
—No se sorprendan, ni
teman, porque aún estaré con ustedes. Es sólo que a veces es necesario que cada
uno emprenda su propio peregrinaje…
VI
Adam se había dirigido
a la dirección donde pensó que encontraría un lugar para quedarse. Pero aún no
podía encontrar la dirección exacta. En ese momento, vio que una mujer se
dirigía hacia una casa del sector. Adam corrió hacia ella y la detuvo para preguntarle
por la dirección.
—Disculpe —dijo—. ¿Podría
indicarme donde queda esta dirección? Busco un lugar para quedarme.
La mujer lo miró y
fijó la vista en sus ojos.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Soy Adam Johnson.
Al escuchar ese
apellido, y tras ver sus ojos negros, la mujer sonrió.
—Bien, Adam, tengo un
lugar en mi casa. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
—¿De verdad? —dijo muy
sorprendido el muchacho—. ¡Muchas gracias! … Señorita…
—O’Neal… soy Cat
O’Neal.
Ambos caminaron hasta
la casa, mientras charlaban amenamente. Ambos sonreían con conformidad. Para
ambos era hora del verdadero nuevo comienzo.
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