6.9.09

Quasar #5

Éxodo (1 de 4)
“Objetivo”
Historia: Rodrigo Roa.

I

Las ruinas de Walden City, Eria. Hace 4 años.

A duras penas, los dos guardianes del complejo de Quimera Corp. escaparon de la destrucción, provocada por el combate entre el Capitán Cometa y su enemigo, Diamante.

El villano conocido como D-Tox se arrastraba, herido. Mientras, su compañero, conocido simplemente como Agente, observaba a la distancia el complejo en llamas. Minutos después, éste último comenzó a alejarse, dejando a D-Tox a su suerte.

- ¡Agente!... Coff, Coff… ¿Dónde vas?... ¿Qué harás? ¡Argh! – exclamó D-Tox, quejándose de sus heridas – Por favor… no me dejes aquí…

- Tranquilo… - le respondió Agente, casi sin tomarlo en cuenta – Tengo algunos contactos… Les pediré trabajo… Si alguna vez tengo algo para ti, te llamaré… ¡Adiós!

Desde ese día, y durante años, D-Tox debió sobrevivir. Ocultándose y huyendo, su vida se convirtió en un infierno. Pero a pesar de estar lleno de ira, aún esperaba el día en que su antiguo compañero le recordase. Necesitaba que eso sucediera, aunque pareciera imposible. Necesitaba volver a la acción.

Los días pasaron, y su situación se hizo cada vez más insostenible. El villano ya no tenía a quien acudir, y si salía a la luz, sería perseguido, así que no tenía más opciones. Sentía que enloquecía por la espera, pero aún así lo hacía.

Hasta que su teléfono sonó. La voz del otro lado de la línea, seria y profunda, le dijo justo lo que quería oír.

- D-Tox… ¿Estás dispuesto a lo que sea? – le preguntó.

- ¡Sí! ¡Díganme qué debo hacer, y lo haré! – respondió con desesperación.

- Pues entonces, tenemos un trabajo para ti…

II

Toronto, Canadá. Ahora.

Los soldados regresaban a la base, satisfechos con el ejercicio de entrenamiento realizado. Se dirigían a sus dormitorios, dispuestos a descansar para comenzar, al día siguiente, otra jornada de sus vidas rutinarias.

Sin embargo, Henry Levesque lo veía todo de una forma muy diferente. Sus ejercicios de entrenamiento eran muy distintos, y los realizaba aparte. Los científicos de esa unidad militar monitoreaban constantemente su condición, liderados por el Doctor LaPreé, y el propio Levesque aprendía a conocer y usar sus poderes, con el paso de los días.

Muchos nuevos usos de su energía habían sido descubiertos, y ya se estaban desarrollando nuevas armas, exclusivamente alimentadas por sus poderes. Ese día, precisamente, la primera serie de armas fue cargada y probada. Fue entonces cuando Henry descubrió de qué se trataba exactamente el “Proyecto Quasar”.

Pero a Henry le costaba sentir algo al respecto. Era como si sus emociones fueran una parte de él que aún no descubría, y por lo mismo, le costaba tomar decisiones por sí solo.

De todas formas, había algo que lo tenía intranquilo, y quiso hablarlo con su superior directo, el General Bernard Mathieu.

Una vez en la base, tocó la puerta de su oficina, y el General lo hizo entrar.

- Levesque… más vale que no vengas a hacerme perder el tiempo… - dijo el militar, con su acostumbrado mal genio.

- Señor… quisiera pedirle algo… - dijo, con algo de timidez Henry, que desde su accidente, no se acostumbraba a la conducta y las relaciones humanas.

- Dime qué quieres – le dijo Mathieu, directamente.

- Se me ha permitido retomar mi identidad humana, pero hay algo que no calza con eso… - explicó fríamente Levesque – Aún existe mi tumba en el cementerio de Toronto… Quisiera que fuera removida.

- Mmm… - el General pensó por unos momentos – Veamos… tu comportamiento hasta ahora ha sido intachable… Por eso se te permite conservar tu apariencia humana, y desarrollar tu vida de civil… Pero lo que me pides requiere un trabajo mayor de inteligencia. Tus registros, tu identificación… todo eso también tendría que ser modificado.

Henry no tuvo más argumentos, porque, como siempre, se sentía en desventaja ante la autoridad del duro militar. Agachó su cabeza, y se preparó para dejar la oficina, pero Mathieu lo detuvo con sus palabras.

- ¡Levesque!... Está bien… Has sido un buen soldado, y si esto te deja más tranquilo… Así puedes seguir sirviendo a tu país con la misma disposición.

- Gracias, señor – dijo Henry Levesque, dejando el lugar. Efectivamente, esto lo dejaría más tranquilo, principalmente, porque pensaba que ahora sí podría volver a presentarse ante Mia.

III

En algún lugar de Estados Unidos. Hace 2 semanas.

Un salón completamente oscuro le dio la bienvenida a D-Tox a su nuevo trabajo. Él sólo había podido llegar hasta allí después de que una misteriosa camioneta lo recogiera en un punto previamente acordado, y lo llevara a ciegas.

Frente a él, un potente foco iluminaba una puerta. El resto del lugar estaba totalmente apagado.

Una voz profunda, similar a la que oyó a través del teléfono, se escuchó en el salón, repentinamente. En la puerta se recortaba la silueta de un hombre vestido de etiqueta.

- Nombre clave: D-Tox. Nombre real: Walter Jenkins. Posees la habilidad de absorber distintas formas de energía y reutilizarla, gracias a tus implantes cibernéticos. Trabajaste durante años como agente de seguridad de Quimera Corp., y en los últimos años has estado huyendo como un perdedor.

- ¿Quién eres? – preguntó D-Tox, sorprendido - ¿Cómo sabes todo eso?

- Por ahora, D-Tox, sólo sabes que trabajas para mí, y sólo recibes órdenes y te reportas ante mí. Me llamarás con el nombre clave “D.S.”.

- Eh… Está… bien… - dijo el villano, dubitativo - ¿Y qué se supone que debo hacer?

- Irás a Canadá. Harás todo lo necesario para llamar la atención del defensor conocido con el nombre clave “Quasar”. Queremos ver de qué es realmente capaz. ¡Ve, ahora mismo!

La voz autoritaria de este misterioso “D.S.” no dejaba lugar a cuestionamientos. Pocas horas después, y tras recibir los implementos necesarios, D-Tox partió a cumplir con su misión: enfrentar a Quasar, a cualquier precio.

IV

Cementerio General de Toronto, Canadá. Ahora.

El ruido de un helicóptero perturbó la paz de la tarde primaveral, a las afueras de la ciudad. Un par de agentes militares bloquearon la entrada, y tras desalojar el lugar, otros agentes se dirigieron directamente a remover la tumba en cuya lápida se leía “Henry Levesque”.

El mismo Henry los acompañaba. Mientras se hacían los preparativos, y los hombres comenzaban a trabajar, él comenzó a notar los detalles en los que se fijaba siempre que estaba en silencio. El latido de su corazón, el ruido de los gusanos en el piso, la húmeda calidez del suelo, la suavidad de la textura del aire… cosas que para una persona pasaban desapercibidas en la artificialidad de sus vidas. Henry se sentía en una extraña conexión con lo natural, como si hubiese llegado a ser parte del flujo de la existencia misma.

En eso, algo llamó su atención. A la distancia, oyó el latido de otro corazón, que también conocía. Miró en todas direcciones, y entre la gente que salía del cementerio, escoltada por militares, vio a Mia Duvall, la mujer más importante de su vida.

Pero no estaba sola. Junto a ella, reconoció a Jacques Mills, el hermano de su antiguo compañero Jean. Cruzó su mirada con la de él, y allí vio un profundo vacío, como dos agujeros sin fin, llenos de materia oscura, y cuando hizo el esfuerzo de oír sus latidos, descubrió que no había latido alguno.

En ese momento, y después de todo este tiempo, al fin Henry sintió algo. Era una extraña sensación, una especie de cambio repentino en la temperatura de su cuerpo, y una especie de complicación pulmonar que no le dejaría respirar, si es que tuviese la necesidad de hacerlo. Atribuyó todo esto a un concepto que ya hace rato había olvidado: el miedo.

Sabiendo que no había nada que pudiese hacer por ahora, volvió a enfocar su atención en el trabajo de los soldados. Ahora sabía que remover su tumba no necesariamente le traería de vuelta su vida normal.

V

La ciudad de Toronto aparecía imponente frente a sus ojos. Las luces le recordaban un poco a Walden City, pero aquí había una belleza que no estaba en sus recuerdos.

D-Tox se preguntó qué haría para llamar la atención de Quasar. Si bien no sabía exactamente a qué se enfrentaría, estaba ansioso. Necesitaba acción, y necesitaba absorber energía, sentir el poder, la luz…

¡La luz! En ese momento se dio cuenta de que el plan estaba justo frente a sus ojos.

Apresurando el paso, y acariciando una de sus manos con la otra, contando los segundos para que el show comenzara, se dirigió a la Central Eléctrica de la ciudad, dispuesto a llamar la atención de su objetivo: el poderoso Quasar.


Continúa...
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