23.9.09

Los Inmortales #1

“Eternidad adelante”, Segunda Parte.
Historia: Diego Arévalo.

Continúa de “Los Inmortales: Brand New Start”. ¡Léela aquí!

I

Ella lo quedó mirando. Se sintió un poco incómoda por la manera en que este extraño la miraba, a pesar de haber sido ella la que lo había llamado. Kao se dio cuenta de esto y cerró la boca. Claro, Rose fue siempre despampanante y mirarla causaba ese tipo de reacciones.

- A decir verdad – empezó Kao – creo haberla visto en algún lado.

- Si… debió haber sido en el circo – comentó ella.

- Seguramente – parecía fácil seguirle la corriente – Pero encuentro muy difícil que usted me haya visto ahí. De seguro va mucha gente.

- Bueno, tal vez. Pero en fin, no le quito más tiempo. – y se fue, un poco incómoda de cómo Kao la había mirado.

Dave tuvo la impresión de que esa situación ya la había vivido. Que había escuchado algo de un circo, así como muchas otras cosas. Sin embargo, guiarse por las impresiones y sensaciones en este mundo no parecía ser lo más cuerdo. Una vez que Y se hubo marchado, Kao sacudió su cabeza como mentalizándose a lo que venía; y entró a la cueva.

Al entrar respiró aliviado de que nada en ese lugar hubiera cambiado. Las paredes continuaban húmedas y al fondo se veía la pared de agua siempre cayendo, como si no se cansara nunca de existir. Avanzó decidido, atravesó la pared y tal cual supuso, se encontró rodeado de las paredes coloridas llenas de símbolos. Pero no todo podía ser igual. Tal como todo había cambiado en este mundo, la escritura en las paredes dio paso a una voz. Era un poco escalofriante, a veces, sentir una voz femenina que parecía venir desde dentro de la mente, que perduraba una eternidad resonando melodiosamente y que dejaba en claro que no era natural, que había mucho de magia en ella.

- Sé lo que estás buscando, Kao – fue lo primero que dijo, manteniendo su manera directa.

- ¿Puedes ayudarme esta vez? – preguntó Dave, como lo había hecho en ocasiones anteriores (y en mundos anteriores).

- No creo poder hacerlo – respondió con calma la voz – o por lo menos no creo poder dejarte conforme con lo que te pueda decir, de modo que sientas que te he ayudado.

- ¿Sabes dónde está Jennifer?

- Lo sé, pero es tu búsqueda, yo tengo las manos atadas.

- ¿Qué es lo que debo saber entonces?

- Por ahora, lo único que debes saber es que debes esperar. Sí, esperarás otra vez a que llegue el momento en que el mundo te necesite de nuevo.

- ¿Y qué hay de los demás?

- Ellos sabrán que hacer a su debido tiempo.

- Es confuso, no quiero quedarme sin hacer nada.

- Es todo lo que se me permite decir. Una última cosa: esta será la última vez que entrarás a esta cueva, las cosas necesitan un nuevo orden y el mundo como lo conoces debe cambiar. Espero que logres lo que necesitas. Adiós.

Las paredes desaparecieron y todo volvió a ser como la primera vez que Kao entró a la cueva: una pequeña y corta entrada en la tierra. Atravesó la pared de agua, frustrado, pero con la firme idea de salir a buscar a sus amigos, como lo hubiera hecho en un principio.

II

Kao volvió a la mansión y tal como lo supuso, ahí estaba la voz del Agonizante para burlarse de él.

- Nada productivo, me imagino…

- Exactamente, no sirvió de mucho – respondió Dave, igual de cortante.

La voz no se escuchó más, así que Kao entró a la habitación donde entrenaba y empezó a concentrarse. Ya lo había hecho una vez, claro que esa vez no había tenido que esforzarse tanto. Al único que logró encontrar, usando su percepción y los lazos que unían a todos los inmortales, fue a Vuelo. Pensó que era casi paradójico encontrarlo a él primero, pero se decidió a ir a buscarlo. Y tal como lo supuso, lo encontró en un aeródromo. Pero esta vez fue distinto. Notó que había algo raro. No era el mismo Jonathan que conocía. El de antes tenía una expresión de frustración en su rostro, como que deseaba mucho ser un piloto y no quedarse en tierra, mirando. Esta vez los roles estaban cambiados: él era el piloto, y se le veía sonriente y realizado.

Antes de intentar hablarle, Kao reflexionó que quizás sería mejor dejarlo vivir esa vida tranquila y feliz, antes de arriesgarse a que pasara lo mismo que en el comienzo: que perdiera a su hija y la oportunidad de luchar por sacar su vida adelante. Pero… ¿Cómo saber que sería así?... y tuvo una iluminación. Repentinamente, se acordó de los Libros del Destino: hasta ahora sólo él había logrado zafarse del suyo, de modo que tanto Vuelo como los demás tendrían ahí su libro, y él los podría leer antes de decidir cual sería la siguiente movida.

Mientras tanto, Duncan ya había entrado en la habitación donde estaban todos los Libros, y buscó el de su madre. El también podía leerlos como le había sucedido antes. Conocía los símbolos y entendía lo que decían. Pensó que tal vez se debía a que el Agonizante, en algún momento, hizo algo y le inculcó ese conocimiento, tal vez mientras dormía… sin embargo parecía no ser tan relevante en este momento, ya que lo que más deseaba, era saber de su madre. El Libro de Jennifer contenía mucho, pero no lo leyó completamente, sino que se dirigió a las páginas recientes, donde aún se estaba escribiendo segundo a segundo su vida. Leyó lo que buscaba, y se marchó, pidiéndole al Agonizante que no dijera nada, aunque sabía que no lograba mucho con eso, ya que su padre se daría cuenta sólo, o el mismo Agonizante no perdería tiempo en decírselo de todas maneras.

III

Al llegar a la mansión, Kao notó que Duncan no estaba, y supo lo que había hecho su hijo.

- Al final no tuve que decir nada – se escuchó decir al Agonizante.

- ¿Lo viste? – preguntó Dave a su vez.

- Bueno, tanto como verlo… no, pero lo sé – en ese momento, a Kao se le vino a la mente una pregunta en la cual no había reparado mucho hasta ahora.

- A todo esto, ¿qué pasó contigo? ¿Por qué ya no tienes tu cuerpo?

- Uf, sabía que lo preguntarías… Es largo de relatar, pero en suma lo que pasó es que perdí mi cargo.

- ¿Cargo?

- Si, es que como te imaginarás, yo sólo soy un espíritu, pero no siempre fue así… ¿Recuerdas que una vez peleaste con los inmortales originales? En esa ocasión supiste que yo pertenezco a un grupo de diez magos como yo, que existimos desde el comienzo del mundo. Y originalmente, cada uno de nosotros nos rotamos en un cargo llamado “Codex”, el guardián de toda la magia. Y claro, tenemos ciertos privilegios con ese cargo, como por ejemplo, tener forma corpórea, por así decirlo… El punto es que desde que hubo esa gran pelea y todos volvimos a la “normalidad”, pero sin acordarnos de nada, y desde el inicio del “Nuevo Mundo”, yo ya no tengo ese cargo.

- ¿Y quién lo tiene ahora?

- No lo sé, y no me importa… yo ahora sólo debo vigilar mi misión original, que es la de cuidar los destinos de todos los nacidos en la tierra.

- Mmm, ya veo. Pero si tu “vigilas”, ¿cómo es que no tienes un cuerpo?

- Buena, pero muy buena pregunta.

- No lo sabes…

- No. Pero hay algo que sí sé; y es que al parecer necesitaré un reemplazo, siento que ya no tengo fuerzas para continuar con lo que yo mismo creé…

Se hizo un silencio incómodo. A Kao no le pareció bien la manera en que el Agonizante había dicho eso. Tampoco hubo respuesta por parte del espíritu, por lo que Kao interpretó el silencio como un tiempo para pensar en lo que se le estaba ofreciendo: una oportunidad de dejar de lado todas las penurias de años anteriores, y de tener algo en que ocuparse por mucho tiempo, desde ahora en adelante. Sin duda parecía tentador, pero no sabía aún las responsabilidades que eso conllevaba. Había que pensarlo bien. Fue una jugada astuta.

IV

Duncan, por su parte, se bajaba de un autobús a la salida de Unife, por el camino que unía su ciudad con la ruta a Angalileo. Justo frente al paradero, había un restorán al paso, adornado como una casa rodante gigante. Entró, se acercó a la barra y esperó a que lo atendieran, y tal cual lo había leído en el Libro, ahí estaba Jennifer, su madre. Ella lo miró, y lo saludó tiernamente:

- Hola, pequeño, ¿estás perdido? – le preguntó ella.

- No, estoy esperando a mi padre que pronto vendrá.

- Ah, muy bien – dijo ella – Espéralo por allá… - pero Duncan se había ido, porque ella no lo recordaba, tal cual lo dijera el Libro.

Ocultando su pena, Duncan salió de la casa rodante, que servía de restorán, cabizbajo. Tan ensimismado iba, que no vio a una persona que venía delante y chocó con él, de frente. Al levantar la cabeza, su corazón palpitó fuerte, y sus ojos se abrieron al máximo debido a la sorpresa y, no menos también, el miedo: era Dark.


Continúa…
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