13.4.09

Mirox Zero: Hyperman

Historia: Rodrigo Roa.

I

El planeta Dardac era un lugar tranquilo, donde la sociedad había alcanzado un nivel en el que la vida cotidiana estaba llena de comodidades. Pero eso fue hace años. Una vez que la civilización de los dardakianos llegó a la plenitud, hubo de conocer la caída.

Ante la repentina escasez de los recursos, una élite del planeta decidió imponer sus términos, justificándose como los únicos que podrían administrarlos en tiempos de crisis. Pero la crisis fue más larga de lo soportable, y la sociedad colapsó. Un gran conflicto armado comenzó, poco tiempo después.

Lo sorpresivo fue cuando una nueva fuerza entró al conflicto. “Los Olvidados”, así los llamaban. Pero ellos no olvidaban. Una raza desterrada y furiosa, fue la consecuencia del desarrollo de Dardac, durante siglos. Ocultos en las selvas y los desiertos, se habían preparado. Así, cuando esta fuerza entró a la guerra, ya no hubo futuro para ninguna sociedad.

En este ambiente nació él, N’Arek, primogénito de la Familia N. Sus padres, previendo el colapso de su mundo, habían preparado algo que pudiese salvarlo de todos los horrores de su época. Juntando cada una de sus posesiones, y haciendo el mayor esfuerzo que una familia dardakiana promedio podía hacer, decidieron lo más sensato en esos días, y dejaron su hogar. Muchos más los siguieron.

La nave salió un día frío, en el atardecer. Dentro de ella, N’Arek y sus padres veían por última vez la tierra que los vio nacer. Su destino les era completamente desconocido. El frío y oscuro espacio los esperaba.

II

N’Arek creció en el espacio. Sus padres siguieron cada nuevo paso que daba, y la pequeña comunidad espacial de dardakianos en la que ahora habitaban observó cómo se convertía en un niño astuto y alegre.

Las naves-hogar de este grupo de autoexiliados navegaban por parajes lejanos a su antiguo planeta. El espacio era un lugar silencioso, pero tranquilo. Al menos hasta esos días.

“Nada dura para siempre”, era una de las primeras frases que el pequeño recordaba. Pero no supo lo que significaba, hasta el día en que unos extraños temblores sacudieron su nuevo hogar. Confiados, los dardakianos no habían preparado sus naves para un ataque, y fueron víctimas de la violencia de un grupo de piratas espaciales. Todas las naves sufrieron daños irreparables.

La Familia N, combatió. Como pudo, el padre de N’Arek se las arregló para resistir, aunque sabía que era cuestión de tiempo. Ambos padres decidieron que el pequeño no debía sufrir el mismo destino de sus hermanos de raza, y lo protegieron, tal como habían hecho años atrás.

Pusieron al niño en la cápsula individual, y abrieron la escotilla. Lágrimas llenaban los ojos de ambos padres, y el pequeño no entendía del todo lo que sucedía. Segundos después de que los piratas pusieran un pie en su nave, la madre presionó el botón que decidiría el destino de la vida de N’Arek.

La cápsula fue expulsada a toda velocidad. Un grito desgarrador acompañó su salida. Una serie de explosiones a la distancia llenaron la visión del pequeño. Ya no había hogar. Y N’Arek viajaba, veloz, al encuentro de un futuro incierto.

III

La esfera azul que veía frente a él le era desconocida, pero le agradaba. Por un momento, sus miedos se disiparon, al ver que ya no sólo había estrellas y oscuridad. Había todo un mundo allí adelante.

Pronto, la cápsula entró en la atmósfera terrestre. La velocidad era impresionante. El chico cerró los ojos, pero aún así veía la luz. Todo era luz. La pequeña nave entró como un rayo de luz al planeta azul. El viajero sintió que su cuerpo cambiaba, y las sensaciones llenaron sus sentidos.

Tan solo unos minutos después, y tras recorrer miles de kilómetros, la cápsula tocó violentamente tierra firme, creando un pequeño cráter. Aturdido por unos minutos, N’Arek tardó en reaccionar. Estaba en un nuevo planeta, y no sabía cómo actuar. ¿Debía salir o esperar allí?

Asustado, abrió la puerta de su pequeña nave, pero con la fuerza que la empujó, la lanzó a varios metros. Sorprendido, notó que algo había cambiado en su cuerpo. Aún así, decidió salir. Estaba temblando, por las sensaciones del viaje, y por el inmenso miedo a lo incierto. Caminó algunos metros, y no oyó nada. Decidió sentarse, y pensar muy bien lo que haría. Quizás esperaba algo, y en el fondo de su alma, sabía que alguien lo encontraría, y que toda su vida cambiaría de color. Sólo rogaba porque fuera no fuera un color más oscuro de los que ya conocía…

A algunos kilómetros de allí, cerca de Sunset, en Eria, un hombre observaba las estrellas, al mismo tiempo que la nave dejaba una brillante estela luminosa en el cielo nocturno. Jarvis Armstrong era un buen hombre, aunque solitario, y también destacaba por su curiosidad. Por eso, no pudo dejar pasar la ocasión de descubrir exactamente qué había caído en la Tierra.

Cuando llegó allí, y poco después de ver la cápsula, encontró a N’Arek, quien lo miró fijamente. El hombre tenía una expresión de estupor. Pero al ver el rostro lleno de miedo del pequeño, Jarvis sonrió. El extraterrestre se tranquilizó. Y aunque sus idiomas eran distintos, desde ese día sus caminos se mezclaron.

IV

Jarvis llevó a N’Arek a su casa, y decidió enseñarle el lenguaje y las costumbres terrestres, para que pudiese contarle su historia. Primero le dio un nombre: Joseph. Luego le dio una familia, ya que lo adoptó y le dio su apellido. Lo tercero que hizo, fue observar las extrañas habilidades que había manifestado el niño. Superfuerza, velocidad muy superior a la humana, descargas de energía a través de sus ojos, e incluso la capacidad de volar. El niño era poderoso, pero no sabía por qué.

Años más tarde, Jarvis descubrió la verdad. Realizando cálculos matemáticos, y con su gran conocimiento de física, descubrió que la velocidad a la que había entrado el pequeño N’Arek a la Tierra, era la velocidad de Hyper Luz, una velocidad exacta, única e irrepetible, que había alterado su cuerpo, dotándolo de grandes habilidades. Y también, años más tarde, N’Arek, ya era un joven, llamado Joseph Armstrong, que sabía desenvolverse en sociedad, y que tenía una vida en la ciudad de Sunset.

Joseph consideraba a Jarvis como un segundo padre, ya que le había enseñado todo lo necesario para vivir. El recuerdo de sus verdaderos padres aún lo acechaba, pero la existencia de Jarvis lo consolaba, porque sabía que no estaba solo.

Así, Joseph Armstrong guardó su secreto por años, y aprendió a vivir en la Tierra, y a manejar sus habilidades, para cuando fuesen necesarias…

V

Jarvis enfermó. El tiempo no perdona a los seres humanos. Joseph ya comprendía lo que era ser un habitante de la Tierra, y le debía eso al ahora anciano, que lo había encontrado aquel día. Pero aún había algo en su vida que no encajaba del todo.

Las habilidades de Joseph eran un secreto para todos, y él había trabajado para que así fuera. Creía que la gente no entendería, y le temería, si llegaran a conocer lo diferente que era a ellos. Hasta era probable que lo rechazaran, por su origen. Mal que mal, la vida extraterrestre era desconocida para el habitante promedio de la Tierra.

Así, el dardakiano usaba sus poderes para ayudar a Jarvis en sus labores, pero para nada más. Sin embargo, las cosas cambian, y Joseph lo sabía.

La enfermedad de Jarvis lo hizo incapaz de hacer muchas cosas que antes hacía. Pero él no se resignaba, e intentaba llevar la misma vida de antes. Fue así que un día, mientras conducía su camioneta, sufrió un desmayo. El vehículo se salió del camino, pero la suerte quiso que Joseph estuviese viendo todo eso desde la distancia. Moviéndose a velocidad superhumana, el joven detuvo la camioneta, y elevándose la levantó. La puso de vuelta en el camino, y sacó la puerta con su fuerza. El joven tomó al anciano, y lo llevó, lo más rápido que pudo, a recibir asistencia médica.

Jarvis sobrevivió, pero algo había cambiado en Joseph. Se había dado cuenta que podía hacer más que lo que había hecho hasta entonces.

Días más tarde, la televisión daba la noticia de la aparición de un tal “Capitán Cometa”. La gente lo vitoreaba y le agradecía. El héroe hacía todo lo que podía para ayudar y proteger. Joseph vio esto, y sabiendo que tenía la capacidad de hacerlo, lo pensó: “¿por qué no hacer lo mismo?”

Semanas después, ya había diseñado la ropa que usaría. Jarvis lo aprobó, porque creía en él, y porque sabía que la gente necesitaba héroes como el Capitán Cometa. Sólo quedaba una cosa por resolver.

- ¿Cómo te harás llamar, hijo? – preguntó Jarvis.

- La Hyper Luz me dio mis habilidades, así que… seré Hyperman.

VI

Hyperman volaba sobre los cielos de Sunset, protegiéndola a diario de diversas amenazas. La gente se sentía más tranquila, y agradecía el apoyo que este nuevo defensor les había dado.

El joven se hizo adulto, y todo el mundo conoció al héroe venido del espacio. Muchos otros se le unieron, y todos juntos usaron sus poderes por el bien de la humanidad, y del planeta que lo había acogido.

Pero nada es para siempre. Y Joseph lo recordó una vez más, el día en que llegó a casa, tras una ardua jornada como Hyperman. El silencio del hogar llamó su atención. Recorrió todos sus rincones buscando a su padre adoptivo. Y finalmente lo encontró. Encontró el cuerpo sin vida del viejo Jarvis, muerto en paz, y con la satisfacción de haberle entregado toda una vida al solitario visitante de otro mundo.

Joseph lloró. Aprendió que a pesar de todo el poder que tenía, existían cosas que no podía cambiar. Pero los recuerdos eran más fuertes, y saber que el cambio de todas las cosas, era un sino de la vida, lo ayudó a seguir adelante.

A pesar de que no olvidaba Dardac, y de que aún extrañaba a sus verdaderos padres, había encontrado una nueva motivación, y no permitiría que su nuevo mundo sufriera lo mismo que él había pasado. No se rendiría mientras pudiese, a pesar de que la vida le trajera una y otra vez, las transformaciones que jamás terminarían.

N’Arek, Joseph Armstrong o Hyperman. Cómo fuera que le llamasen, él amaba la Tierra. Había aprendido a hacerlo gracias a un buen hombre. Y por esos buenos hombres de este planeta, decidió que él sería su defensor, por el resto de sus días.


_

No hay comentarios: