24.12.08

Quasar #1

“La Creación” (Parte 1 de 4)
Historia: Rodrigo Roa.

I

“- Mi sueño siempre ha sido ver las estrellas más de cerca – dijo con cierta emoción el Teniente Henry Levesque a su superior.

- Y espero que cumpliendo tu sueño, le sirvas también al país – le respondió con seriedad el General Bernard Mathieu.”

Estas palabras se vinieron repentinamente a la mente de Henry Levesque en el momento exacto en que abordaba al transbordador que lo llevaría al espacio, a hacer historia para su natal Canadá. Mucha gente se había aglutinado en el Centro Espacial de Ottawa, para ver el momento en que el transbordador “Sky Cruiser I” despegaría, con la misión, de carácter secreto, de instalar nuevas refacciones mecánicas en la Estación Espacial Internacional.

- No puedo creer que se haga realidad – le dijo Levesque a su compañero de viaje y amigo personal, Jean Mills.

- Si, Henry, es realmente un sueño – le respondió – Lo queríamos desde que estábamos los tres, junto a mi hermano, en la Academia Militar. Espero que él no tenga envidia de nosotros…

- Vamos, Jean. Tu hermano Jacques estará orgulloso de ti. Además, el eligió ser científico y pasar su vida encerrado en un laboratorio.

La miles de personas presentes vitoreaban a los astronautas mientras éstos abordaban la nave. Tras largas jornadas de entrenamiento, Jean Mills y Henry Levesque, amigos y compañeros por años, estaban listos para cumplir su misión. Y en la Tierra dejaban a las personas más importantes de sus vidas. Sus mentes se llenaron de recuerdos mientras el conteo regresivo comenzaba…

II

Desde el día en que Henry Levesque le contó a su padre que ingresaría a la Academia Militar, no había dejado de sentir su apoyo, y se había juramentado jamás decepcionarlo. Pierre, su padre, sabía que eso no sucedería, porque ver las estrellas era el sueño de ambos, y sabía que Henry tenía la capacidad de luchar sin detenerse hasta conseguirlo.

Suzanne, la madre de Henry, había fallecido cuando éste era muy joven, pero aún su recuerdo estaba lleno de cariño y admiración. Ella le había inculcado a Henry, desde pequeño, su amor por el cielo nocturno, y eran las estrellas también las que habían adornado el romance de sus padres y también el suyo.

Henry conoció a Mia en la secundaria. Tras varios años juntos, parecía que ya nunca se separarían, independientemente de si llegaban a casarse o no. Toda la fuerza que Henry necesitaba para levantarse cada día y seguir su rutina, aquella que le llevaría hasta su gran sueño, la recibía al saber que Mia estaba ahí, pensando en él. Ambos tenían grandes planes para su vida, y en ellos siempre aparecían juntos.

Su padre y su novia parecían ser suficientes para Henry, pero además había conocido buenos amigos en la Academia. Jean y Jacques, los hermanos Mills, habían estado con él cada día y habían creado profundos lazos. Se habían prometido cumplir juntos su sueño, y aunque Jacques había optado por un camino más cercano a la Tierra, siguieron trabajando hasta el final, comprometidos con lograr su objetivo, juntos.

Quizás el único problema de Henry eran los ojos con los que lo veía su superior, el General Bernard Mathieu. Perfeccionista hasta el extremo, el General jamás confiaba en nadie que no se llamase Bernard Mathieu. “Si quieres que las cosas se hagan bien, hazlas tu mismo”, se repetía constantemente. Por eso, no confiaba en que una misión tan importante para el país pudiera ser realizada por un par de muchachitos soñadores y sin experiencia. “Más les vale no hacer nada de lo que puedan arrepentirse”, pensaba Mathieu en el momento en que los jóvenes astronautas abordaban la nave. Pero realmente no creía que eso fuese posible.

Mia y Pierre miraban con atención la partida de su querido Henry. Sus ojos estaban llenos de lágrimas de satisfacción, desde el momento en que supieron que cumpliría su sueño. Habían celebrado juntos, como una familia. Habían visitado la tumba de Suzanne en un hermoso día de primavera. Y ahora sólo rogaban porque el mismo Henry que partía volviera a casa y les describiera todo lo que vio y sintió en el momento en que su sueño se hizo realidad.

III

Las luces del techo era lo único que podía reconocer con claridad. No sentía ninguna clase de dolor, pero podía sentir que lo que había sucedido no estaba bien. Le parecía que estaba en una camilla de un hospital y que él estaba gravemente enfermo, aunque no sabía de qué. Aún así, le costaba saber dónde estaba el “arriba” y dónde el “abajo”.

Ni siquiera lograba reconocer donde comenzaba y donde terminaba su cuerpo. Sólo algunos de sus sentidos seguían funcionando, aunque lo hacían a medias. Escuchaba docenas de voces, y algunas palabras en el ambiente que le preocupaban, aunque no sabía de dónde venían ni quién las decía.

- … mantenerlo estabilizado… no sabemos lo que podría pasarle… jamás había visto algo como esto… necesitamos apoyo… grave… ¡llamen a los superiores!

Henry comenzó a recordar cómo había llegado a este momento. Recordó la salida de la atmósfera, y le pareció que eso había sucedido hace siglos. Recordó lo que sintió apenas vio el espacio exterior con sus propios ojos, y cómo brillaban las estrellas, que a pesar de eso, parecían más lejanas que nunca. Al sentir eso de nuevo, se emocionó hasta las lágrimas. Pero en lugar de que ellas brotaran, surgieron gritos de alarma a su alrededor.

- ¡Se ha descontrolado!... manténgalo contenido… esto es peor de lo que pensé… - y de pronto, una voz furiosa que se acercaba - ¡¡Levesque!! ¡Sabía que lo arruinarías!

Henry seguía sumergido en sus recuerdos y no le importaba lo que decía Mathieu, que parecía seguirlo reprochando. Su memoria hizo un salto, y le pareció recordar trozos de la nave flotando alrededor, y ver a Jean alejándose en el vacío estrellado. Luego recordó haber cerrado los ojos, y haber sentido de nuevo la atmósfera terrestre. Y ahora su percepción del tiempo pasado en todo esto fue distinta, como si todo hubiese ocurrido en tan sólo unos segundos.

Luego, sólo recordó las luces que estaban en el techo de aquel lugar, y las voces alarmadas. Sentía un extraño frío que le acomodaba, pero también tenía conciencia de que en aquel lugar hacía un calor intenso. Sólo que para él era distinto. Abrumado por estas extrañas percepciones, Henry hizo un esfuerzo por recordar lo sucedido, en cada detalle…

IV

Sus ojos brillaban tal como las estrellas a las que miraban. A pesar de estar en cada instante pendientes del funcionamiento de la nave, los dos astronautas estaban disfrutando cada segundo del viaje. Sus sensaciones eran inigualables, y superaban a cualquier expectativa que pudiesen tener. Los minutos parecieron días, pero aún así no era tiempo suficiente para apreciar lo que estaban viviendo. Una vez que estuvieron por completo fuera del planeta y con la nave estabilizada, Henry y Jean se abrazaron, emocionados, y derramaron lágrimas de felicidad.

Minutos más tarde, se acercaban ya a su destino: la Estación Espacial Internacional. Allí los esperaban otros dos astronautas, de distintas nacionalidades, quienes les dieron la bienvenida una vez que acoplaron el transbordador a la Estación. Los pasos que debían seguir estaban bien estructurados, y debían cumplirlos a cabalidad para que la misión pudiese ser considerada un éxito.

Mientras arribaban a la Estación, los dos canadienses miraban alrededor, aún maravillados. De pronto, y mientras miraba por una de las ventanas de la Estación, Jean vio algo que llamó su atención, y decidió comentarlo con Henry.

- Henry… hay algo extraño allá afuera – dijo dubitativamente – Es como… una luz… en la distancia. Creo que eso no debería estar ahí.

- Tranquilo, Jean – le respondió con absoluta calma Henry, y sin siquiera mirar a lo que se refería su amigo – No dejes que todo te asombre. Seguramente es un asteroide o algún efecto de la luminosidad del Sol… No sé, pero no le des importancia y hagamos lo que vinimos a hacer.

Jean dejó de mirar, e hizo caso a las últimas palabras de Henry. Los cuatro tripulantes de la Estación comenzaron a hacer los preparativos. La misión consistía en instalar nuevas partes mecánicas a la Estación, y ellos estaban bien preparados para ello, a pesar de que el carácter secreto de la misión les impidiese saber mucho acerca de lo que eran exactamente esas partes mecánicas nuevas.

Una vez preparados, tanto Jean como Henry debían salir de la Estación a instalar las partes, mientras los dos tripulantes que se quedaron dentro, les daban instrucciones y les suministraban lo necesario. El plan funcionaba a la perfección. La preparación de los canadienses había sido completa, por lo que todo estaba en orden. Jean comenzó a ensamblar las refacciones, pero en ese momento, notó algo que le extrañó. Las piezas no eran lo que él esperaba.

- Henry… tú no sabías nada acerca de estas… piezas, ¿verdad? – le preguntó a través del transmisor a su amigo.

- Sé lo mismo que tú, Jean… - respondió - ¿Por qué? ¿Algo anda mal?

- No sé, Henry… estas “piezas” parecen… armas. Si… definitivamente son armas…

Escuchar esto impresionó a Henry. Instalar armas a la Estación Espacial Internacional no era precisamente algo normal, y no le gustaba la idea de que fuera así. ¿Por qué tendrían la necesidad de hacerlo? ¿No les daría eso demasiado poder a algunos países?

- ¿Poner armas en el espacio? – se cuestionó en voz alta – Eso no suena precisamente como un “bien para el país”… para ningún país.

Pero mientras decía esto, algo más llamó su atención. A su espalda, un extraño brillo crecía y crecía. Se giró y vio una enorme luz que estaba cada vez más cerca de ellos. Entonces, recordó la luz que Jean había visto antes, y se sintió culpable por no escucharlo. Miro a todos lados, y con una seña indicó a los tripulantes de la Estación lo que estaba ocurriendo. Pero éstos no le comprendieron.

- ¿Qué es eso, Henry? – preguntó asustado Jean – Es la luz que vi antes… No sé que es… ¿Qué debemos hacer?

El miedo llenaba esas últimas palabras. Ambos trataron de volver a la Estación, pero la luz ya estaba demasiado cerca. Los alcanzó, y ambos gritaron, al sentir el calor y la luz envolviendo su cuerpo. Les dolía, pero sólo fue así por unos segundos. El transbordador y las refacciones que traían volaron en mil pedazos, pero el ruido de la explosión y los gritos se perdió en el silencio del espacio.

Luego, los ojos de Henry buscaron a su amigo, y encontraron miles de partes flotando a su alrededor, y vieron a Jean alejarse en el vacío estrellado…

V

Poco a poco, los sentidos de Henry volvían a ser normales, al menos lo suficiente para reconocer el lugar donde estaba, y sentir emociones y sensaciones más “normales”. Una extraña sensación de angustia lo invadía. Su sueño había acabado de una manera inesperada, y la pena era enorme. Miró alrededor y reconoció uno de los hangares de su unidad del Ejército. Estaba atado a una camilla que estaba en posición vertical, junto a una pared. El cuarto estaba muy iluminado, y muchos cables estaban conectados en todas direcciones. Frente a él había un gran ventanal, tras el cual, una serie de científicos y militares le observaban con atención y curiosidad.

Minutos más tarde, Henry sintió unos fuertes pasos a través del pasillo, que se dirigían al hangar, y que aún estaban al otro lado de la puerta. Reconocía al General Mathieu desde lejos, ya que sólo él hacía sonar sus botas con tal importancia. Pero Mathieu no venía solo. Junto a él venían otras personas que parecían importantes. Reconoció entre ellos al mismísimo Primer Ministro de Canadá. Henry puso atención en su diálogo.

- Verá, señor. Lo que le mostraré a continuación es algo único – dijo Mathieu – Apenas lo vimos, pensamos que la misión había sido un fracaso, pero luego comprendimos las ventajas que ésta… circunstancia… podría darnos.

- ¿Qué podría ser tan bueno como para opacar el desastre que ocurrió allá arriba, General? – preguntó levemente irritado el Primer Ministro.

- Señor… ni se lo imagina – abrió la puerta, e ingresaron al hangar – Le presento al que hemos llamado… “Proyecto Quasar”.

Henry escuchó estas últimas palabras y le parecía que se refería a algo importante. Pero no asimiló que se referían a él hasta el momento en que vio a Mathieu y otros frente a sus ojos, escudriñándolo. Superado por la pena y las emociones que lo llenaban, Henry bajó la vista.

- Así que “Proyecto Quasar”… - dijo intrigado el Primer Ministro - ¿Por qué “Quasar”, General?

- Nuestros científicos han descubierto que la… nueva condición… de este soldado es similar a la de un quásar… el Doctor LaPreé le explicará con más detalle en unos minutos.

- Ya veo… - dijo el Primer Ministro – Y dice usted que este “Quasar” será muy útil…

- Sí, señor. “Quasar” lo será – y una vez que terminó de decir eso, escuchó un leve sonido proveniente de la boca de Henry. Fue casi un susurro, pero al General le pareció un grito. Se volvió hacia él, y le habló fuerte y claro, pero sin que nadie más los escuchara.

- ¿Qué dijiste? – le preguntó con furia.

- Henry… Levesque… ese es mi… nombre…

El General rió con ironía, lo miró y se acercó aún más a su oído izquierdo.

- Quasar. Mientras sirvas al gobierno de Canadá, no eres nadie más que Quasar. Acéptalo soldado. Henry Levesque murió el día en que sucedió el accidente. Hoy eres sólo Quasar, y no hay nada que puedas hacer, más que servir a tu país. Y eso es exactamente lo que harás, ¿entendido?

El General se dio vuelta con violencia, y comenzó a caminar junto a todos quienes le acompañaban. Henry, sin levantar la vista, pensó en sus padres y en Mia. Sintió como una lágrima rodaba por su mejilla, pero luego se dio cuenta de que esa lágrima no existía, y que él realmente no era Henry Levesque. No era nada más que Quasar, y todo había cambiado. La lágrima que sintió en su mejilla llegó al suelo, pero sólo como un destello de luz. Un impulso eléctrico llegó a su cuerpo, y comprendió que ya no se le permitía sentir. Su cuerpo, sus sueños y todo su ser no le pertenecían ahora, y no había nada que él pudiese hacer…


Continúa...
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1 comentario:

Zandalphon dijo...

Ya po, cuando el cap 2?